20.- AMENAZADAS

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Las manos de Santana parecían aferrarse al volante de su camioneta Lincoln MKX color plata, la fuerza con la que apretaba el objeto comenzaba a tornar sus nudillos en un muy poco natural color blanquezco, mientras que en el dorso de las manos, sus estrechos huesos empujaban las venas en contra de la delgada capa de piel morena.

Lo único que se escuchaba en el interior del vehículo era el suave ronroneo del motor y el tic tac de la direccional izquierda que había sido accionada minutos atrás. La latina había permanecido en ese lugar el tiempo suficiente para apreciar como las luces de la calle se encendían una tras otra cuando la noche se dejó caer en el vecindario en el que la familia de Brittany vivía.

Se quedó varada en esa esquina cuando su mente reparó en el hecho de que estaba a menos de diez metros de distancia de la casa Abrams, estaba a pocos minutos de ver a la mujer que comenzaba a invadir cada pensamiento, a conquistar cada deseo que su cuerpo pudiere poseer. La sensación era abrumadora, era peculiar y al mismo tiempo, tan familiar. Era complicado tratar de describir esos sentimientos, era como volver a tener dieciséis o diecisiete años y saber que estarías solo en casa por un fin de semana entero. Era tener una libertad infinita de hacer cualquier cosa, con quien fuere, por un muy largo tiempo, sin temer a ser reprendido, sin tener que pensar en las consecuencias.

Así se sentía Santana, libre de explorar todos esos sentimientos que parecían cazarla desde que regresó a Lima.

No obstante, y a diferencia de un adolescente, la morena sabía las consecuencias que devenían con sus actos. El problema era que sentía una tremenda agonía de tan sólo pensar en un par de honestos ojos azules, ansiaba peinar con sus propios dedos esos mechones de cabello dorado que parecían eclipsar al mismo sol, moría por sentir ese par de delgados labios que le rogaban por un solo beso. Para Santana, estar cerca de Brittany era frustrante, pues ambas estaban atadas, tenían obligaciones con sus respectivas parejas y no se podían dar el lujo de lastimar a otros sólo para poder compartir una aventura, porque eso era lo que las dos querían, ¿no es así? ¿Sólo una aventura?

La latina descansó su frente en el volante, cerró sus ojos con fuerza ante la verdad que se rehusaba a pronunciar en voz alta. No podía engañarse, cualquier cosa que pudiese suceder entre ella y la madre de su hija sería más que un simple desliz, había tantos sentimientos, tantas cosas inconclusas. Santana no era ciega y mucho menos tonta, se percataba de la situación de la rubia con su marido, era como sin entre ellos existiera un vacío emocional, carecían de felicidad y podía ver reproches silenciosos en los ojos de la pareja. Mientras que el matrimonio Fields-López era totalmente lo contrario, se amaban y eran felices, pero la presencia de Brittany era un distractor para la modelo, era como si esa bailarina hubiera puesto un hechizo sobre ella de manera que cada vez que estaba cerca, Santana no podía ver hacia ningún otro lado.

Quizás aún estaba a tiempo de tomar la palanca de velocidades y posicionarla en reversa, de esa manera podría regresar a su casa y cambiar de parecer, podría empacar y correr a brazos de Emily, podría... ser una gran egoísta. Esa era una estupidez, no podía ni quería dejar de ver a su pequeña hija, quien ahora de seguro estaba emocionada de verla, esperando a que su madre apareciera en cualquier segundo.

Santana se irguió en su asiento para luego presionar un poco el acelerador, viró el volante hacia la izquierda y unos treinta segundos más tarde, aparcó frente a la casa de los Abrams. Permaneció en el interior del auto sólo para observar la fachada del lugar, el filo del tejado estaba decorado con luces navideñas y el árbol de Navidad estaba colocado frente a la ventana principal; un simpático hombre de nieve decoraba el pequeño jardín el cual hizo sonreír a la latina, los recuerdos de su niñez con Brittany le dieron el valor necesario para salir del vehículo y dirigirse a la puerta.

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