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El destino de la vida es la muerte, todos saben eso, el punto de que todos en algún momento morirán, sin importar la causa o circunstancia, todo lleva a la vida a perecer en los brazos de la muerte. No importara cuánto intentes cambiarlo al final siempre llegaba, dejando en su soledad a aquellos quienes perdían una parte de si mismos, dejándoles apenas su esencia, en este caso.
Una carta.
Eso era todo lo que había dejado, después de su partida no había nada más de ella, solo el recuerdo de que alguna vez estuvo ahí junto a él, el recuerdo de que alguna vez vivió.
Y apesar de todo lo que poseia, no logro que ella siguiera con el, ni la más grandes fortunas podían hacer que la muerte retrocediera a su fin. Ahora aquella lápida era la única que podía mantener su recuerdo para siempre, grabada en ella un nombre que debía olvidar, pero no podía, más bien algo dentro de él no quería hacerlo.
No podía hacerlo, después de todo la había amado, es más la seguía amando, apesar del dolor que ella misma le había ocasionado, tal vez por esa razón mantenía esa expresión en su rostro, tranquila pero con odio en los ojos, un odio puro dirigido hacía ella quien le había dejado, dejando de lado la promesa que una vez le hizo, ante sus ojos era una traidora, lo traicionó al no cumplir aquella promesa que ella misma había impuesto sobre él, sobre ellos, una traidora que no podía dejar de amar.
Sin embargo ya no importaba, tenía que seguir, según sus palabras, y aunque ella nunca se las hubiera escrito en esa carta que traía en mano lo hubiese hecho de todas formas, después de todo el hacía lo que quería, siguiendo únicamente las órdenes de su preciado rey. Tal vez en algún momento hubiese hecho todo lo que ella le dijera, pero era por obra y gracia de aquel sentimiento al que llamaban "amor", aquel sentimiento que empezaba a odiar de mil maneras posibles, lo detestaba, si no hubiese sido por aquel tan asqueroso sentimiento, tal vez nunca se hubiese enamorado, y tal vez no tendría aquel agujero tan grande que sentía en su pecho, un vacío tan grande que tal vez nunca se llenaría de nuevo.
Así pues, sin soltar siquiera una lágrima por su amada, y bajo aquel cielo oscuro decidió que ya era hora de marcharse no tenía tiempo que perder. . .ya no tenía nada en qué perder su tiempo,
Y si tenía algo en qué hacerlo, era meterse aquel nuevo producto de Bonten, desde un principio había hecho de lado la regla de: "si lo vendes, no lo consumas", según su lógica era probar la calidad del producto, alguien tenía que hacerlo, y quién mejor que él, haría ese gran sacrificio por Bonten. Aunque hace tiempo había dejado de hacerlo tan seguido como lo hacía, eso desde que la había conocido, cada vez que lo hacía veía en ella un dolor profundo en sus ojos, y apesar de que ella no lo dijera él podía verlo, por eso mismo había dejado de hacerlo tan seguido o por lo menos cuando ella estuviera cerca.
Así que hoy tomaría una con todas las ganas que le sobraban, después de todo se había mantenido sobrio desde que ella se fue, algo realmente extraño, sin embargo ya no se de tendría, ya no existia esa pequeña existencia que le prohibía y lo llenaba al mismo tiempo para inpedirselo.
Al momento de irse apenas dejo el ramo que había traído consigo cuando llego, a manera descuidada lo puso encima del cemento que cubría la tierra donde yacia ella, durmiendo un profundo sueño del que nadie, ni ella misma podía despertarla nunca más.
Sin mirar atrás fue como la abandonó, así como ella misma hizo con él, así como él lo sintió, sin no tener un plan de volver muy pronto.
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