LA DANZA DE LA MUERTE

CAPÍTULO 1: Enigmático vigilante

Sara caminaba a ritmo pausado por las calles de Willsite. Aquella mañana había acudido a su trabajo en la pequeña joyería del pueblo, como todos los días desde el comienzo del verano. Durante las vacaciones, ya fueran estas las estivales propias de cada época del año o festividades locales, Sara trabajaba en la joyería de su familia. Familia, esa era la palabra que cada vez resultaba más difícil pronunciar. Pronto se cumpliría un año desde la muerte de su padre. Muerte que sin duda alguna seguía siendo un misterio para ella, su madre y su hermana mayor, pues su padre había tomado la desesperada decisión de quitarse la vida sin motivo aparente, dejando a tres mujeres confundidas luchando con la duda y la incertidumbre.

Elena, la madre de Sara no había dejado de llorar la muerte de su marido desde el momento en que recibió la fatídica noticia aquella fría mañana de septiembre. Mientras preparaba un emparedado de pavo para que Sara se llevara consigo el primer día de clases del último curso en el instituto, recibía la llamada en la que se le informaba que habían encontrado el cuerpo, sin vida, de su marido en el río Wildwater. Un pescador había dado con el señor Williams aquella misma mañana mientras se disponía a revisar sus redes.

Elena y Jason Williams eran una feliz pareja conocida por todos, pues el señor Jason era el joyero del pueblo que daba trabajo a muchos jóvenes que necesitaban unos ahorros para emprender sus estudios lejos del pequeño pueblo. Los fines de semana o durante las vacaciones el señor Williams escogía algún aprendiz que le ayudara en su trabajo. Pulían las gemas dándoles brillo, fundían los metales y con sus agiles manos conseguían verdaderas obras de arte. Ninguna era igual a la anterior. Quizá por eso tenían tanto éxito, pues no solo eran conocidos en Willsite, sino en todo el condado de Forestmountains. Además, la pequeña joyería cada vez crecía más, y las joyas del señor Williams empezaban a ser conocidas en las más altas esferas por su exclusividad.

Sofia, la hija mayor del matrimonio Williams había trabajado con su padre desde pequeña. Sara siempre se frustraba con la relación que su hermana tenía con su padre, pues para el señor Williams, Sofía nunca cometía errores. Le haba inculcado desde pequeña el amor por la orfebrería y cada vez que ella tenía tiempo libre se la pasaba con su padre, eligiendo gemas e ideando la próxima obra de arte que iban a sacar a la luz. Sofia tenía tanta pasión por lo que hacia que había descartado totalmente la idea de seguir estudiando tras el instituto. Tenia claro que lo que quería hacer era continuar con el negocio familiar. Lo cierto es que ese no había sido siempre el negocio de los Williams. En su mayoría, los habitantes del condado de Forestmountains se dedicaban a la madera. Antiguamente usaban el rio para transportar los troncos que talaban hasta Bettenrott donde los procesaban según lo que querían hacer con ellos. Sin embargo, Michael Williams, el abuelo del señor Jason, había dejado el negocio de la madera cuando en uno de esos arboles que talaban, como si de una señal del destino se tratara, había encontrado un hermoso anillo con numerosas gemas incrustadas dentro del troco de aquel árbol. Probablemente el anillo quedara atrapado en medio de los dos troncos entre los que se dividía el árbol cuando este era apenas un pequeño y maleable brote. La verdad es que era algo bastante común. Los arboles en su inicio suelen tener varias ramas que cuando crecen se unen en un solo tronco que conforma la base, y era habitual encontrar piedras en la base de los troncos que talaban, cosa que dificultaba su labor.

Michael Williams había corrido a su casa aquella tarde y se lo había enseñado a su amada esposa Julia, dándole la noticia de que abrirían una joyería. Al principio había sido mas un capricho. Michael buscaba entre los escasos libros que tenia la biblioteca del pueblo para aprender sobre gemas y metales preciosos y como trabajar con ellos, y poco apoco la idea de la joyería iba cogiendo forma y cuerpo convirtiéndose en realidad. Claro que para materializar su sueño, el señor Michael tuvo que invertir todo sus ahorros, renunciando a otros sueños más comunes entre la mayoría de los jóvenes de aquella época.