Secretos y verdades
Se levantó del suelo todavía dolorido y, con la respiración aún entrecortada, tocó la esfera de su reloj dos veces.
⎯Carmen, recógeme ⎯le habló al reloj.
En un par de minutos, una mole negra apareció ante sus ojos. La parrilla plateada del morro destacaba en el capó de aquel vehículo silencioso como una pantera. Detrás, un segundo coche negro paró a poca distancia. La puerta del conductor se abrió y un chófer con más pintas de culturista que de conductor se bajó del Hammer.
⎯Señor... ⎯dijo una voz ronca.
⎯Necesito una copa ⎯susurró ya de pie, casi recuperado, mientras se adecentaba alisando un Stuart Hughes en lana, cachemir y seda que había conocido momentos mejores.
⎯¿Donde siempre? ⎯preguntó el chófer.
⎯No, Rico, cita a la Triada en el Templo, en dos horas.
⎯¿Cena? ⎯siguió preguntando aquel mastodonte mitad chófer mitad mayordomo.
⎯Me apetece un baño en la playa ⎯dijo mientras se ponía al volante de Carmen.
⎯Hacia casa, entonces ⎯concluyó Rico regresando a su coche.
⎯¿Cuál es el motivo de la reunión? ⎯preguntó el chófer desde dentro de su vehículo, mientras guiaba.
⎯Solo diles que la he encontrado.
∞
Esa mañana no podía sacudirse la noche anterior. El brillo de la incredulidad no se percibe a oscuras, y en esas andaba cuando la luz de un nuevo día le clavó las uñas en el pensamiento. Se había quedado dormida a los pies de aquel pequeño monumento de piedra y probablemente ya iba tarde a sus clases.
Tan pronto como se puso en pie echó a correr hacia el jardín, donde recogió sus zapatos y continuó su carrera hacia la facultad de biología, escuchando la suite uno para chelo de Bach con sus auriculares, en la que debía asistir a un módulo de biomedicina donde se impartía una asignatura que esa mañana se centraba en tóxicos. Se dio cuenta de que le dolía el cuello una vez pudo sentarse en el aula, atrás del todo, con los restantes 25 alumnos.
«La parte buena es que ya no tengo una ampolla», pensó mientras se agachaba con una mano detrás del cuello buscando masajearse el pie.
⎯Creo que necesitas un buen masaje ⎯dijeron unas barbas que ocultaban a un estudiante rubio.
⎯¿Perdón?
⎯Te perdono, no te preocupes ⎯contestó mientras se frotaba un ojo⎯. Que digo que necesitas un masaje más que yo un café.
⎯¿Un masaje? ⎯siguió preguntando Nici.
⎯Bueno, quizás lo tuyo sea de masaje y café también ⎯sonrieron las barbas.
⎯Fenicia, encantada ⎯dijo sin la más mínima intención de lanzarle la mano para estrechársela ni mucho menos encalomar dos besos de cortesía.
⎯Morgan, enchanté ⎯saludó con dos dedos en la frente al observar que el profesor tomaba posición para comenzar la clase.
Las dos primeras horas se le antojaron interesantes, tanto que no se dio cuenta de que su compañero le escribía una nota hasta que notó una pelotita de papel que se colaba en el escote.
⎯¿Qué demonios...? ⎯dijo aturdida mirándose el canalillo y levantando la cabeza para encontrar al autor de la canasta.
«Si me das tu número de móvil te ahorrarás comprobar que lo mío es el baloncesto», había escrito Morgan en la nota. La chica sonrió como si lo hubiera aprendido, autómata, pero no le dio su número a aquel simpático pero desconocido alumno.
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Nigromundus
RomanceNici es inteligente, pero su don la vuelve débil. Despierta interés en la gente, lo que provoca que corra peligro ante el conde Dorcha, un empresario depredador por encima del bien y del mal, mientras su compañero de clase de máster (Morgan) se obse...