00. El Señor Escritor y la Señorita Pintora

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Ella llegó, a la misma hora de siempre, con la misma mochila de siempre, con el mismo peinado de siempre, con la misma libreta de siempre, sentándose en el banco de siempre, siendo la misma de siempre.

Era un hábito, o quizás una rutina. Iba al parque y dibujaba cualquier cosa que le llamase la atención, cualquier persona interesante o quizás sólo una ardilla huyendo de algunos niños molestos. Sólo iba, se sentaba y dibujaba, se centraba en su objetivo y era como si nada más existiera a su alrededor, sólo ella y su musa.

Nunca copiaba la realidad, siempre intentaba darle un... ¿toque especial? Quizás la manera de hallar su propio estilo o algo por el estilo, aunque no parecía haberlo logrado aún.

Llegó al parque con un vaso de chocolate caliente en una mano y con su libreta en la otra, teniendo el mismo aspecto desaliñado de todos los días. Se sentó en el banco que siempre elegía, porque le daba la sensación de que le daba una mejor visión del parque.

Tardó unos minutos en analizar su alrededor, en busca de un objetivo. Finalmente se centró en el chico frente a ella, el de la banca al otro lado del paso, era un modelo fácil, se mantenía parcialmente quieto y parecía entretenido escribiendo en una libreta mientras escuchaba música.

Ella comenzó a dibujarlo con la misma impaciencia de siempre. Haciendo círculos y rayas para luego borrarlas y volverlas a hacer, porque no tenían la forma correcta, poco a poco pudo comenzar a armar el cuerpo. Como siempre, alzó la mirada constantemente y miró el chico fijamente intentando trazar las líneas de sus rasgos en su mente.

Bajó la mirada un momento para volver a borrar y cuando alzó la cabeza de nuevo el chico le estaba viendo con una ceja enarcada, al parecer se había quitado los audífonos.

Él había llegado antes que ella. Siempre llegaba antes que ella y se sentaba en el banco de siempre. Con la sudadera de siempre. Con la libreta de siempre. Con los audífonos de siempre. Actuando como siempre. Siendo el de siempre.

—¿Así que hoy decidiste dibujarme a mí? —Pregunta con cierto tono burlón. Ella ladea la cabeza.

—¿Cómo sabes que dibujo? —Pregunta con cierto tono defensivo, más que nada porque odiaba ser predecible, lo que significaba que también le gustaba llevar la contraria... incluso si eso la volvía más predecible todavía.

—Me miras mucho.

—Quizás me gustas y por eso te miro tanto. —Replica a la defensiva, a lo que el chico puso cara de incredulidad y rió, haciendo que ella apriete los labios.

—Siempre vienes y dibujas algo, cada vez que vengo te encuentro aquí. —Explica él, encogiéndose de hombros, ella frunce el ceño, desconcertada.

—No me suenas.

—Porque sólo ves lo que dibujas. —Replica y, de hecho, tenía razón. A ella no le quedó de otra que asentir y rendirse. —Se me hace raro que me hayas elegido hoy.

—Es que estás quieto... Ya sabes, es más fácil.

—Ah. —Es todo lo responde.

Intercambiaron una mirada incómoda, como si los dos hubiesen perdido por completo el hilo de inspiración que plasmaban en sus libretas. Las personas pasaban entre ellos, ajenos a la incomodidad y de las miradas que se decían mutuamente: «¿Y ahora qué?»

—¿Tú también dibujas? —Ella fue la que habló primero, luego de analizar al chico y de ver la libreta como un posible generador de conversación.

—No. —Él no parecía ser muy conversador... La cuestión está en que ella sí lo era y se le notaba a leguas con su mirada fija de curiosidad, así que le aclaró sus dudas por cortesía. —Escribo.

—¿Eres escritor?

—Aún no escribo nada relevante así que...

—Yo aún no pinto nada relevante, pero igual entro en la categoría de pintora.

—Vale, llámame escritor si quieres. —Él se encoge de hombros, como si no fuese la gran cosa, pero a ella le parecía interesante o, como mínimo, curioso.

—¿Lo estudias? Ya sabes, filología, literatura o como le digan.

—Me da bastante pereza, en realidad. ¿Siempre le haces tantas preguntas a los desconocidos?

—Depende del desconocido, ¿por? ¿Te molesto? —Pregunta ella enarcando una ceja, él se encoge de hombros, haciendo una mueca. —Sólo me pareció entretenido hablar con otro artista.

—No me considero artista...

—¿Y según tú qué es "arte"?

—Pues según...

—No me interesa la definición del diccionario. —Lo corta ella, poniendo los ojos en blanco. Él aprieta los labios. —Según tú, ¿qué es el arte?

Él tuvo que pensarlo por un momento.

—Es expresar algo de alguna manera, ¿no? Plasmar cosas en otras cosas que a simple vista no tienen relación con lo que quieres expresar...

—Esa sigue siendo la definición del diccionario, sólo que dicho como si fueses un niño tratando de hacer un informe con sus propias palabras. —Replica arrugando la nariz. Él abre la boca y luego la cierra, sin saber qué responder ante eso. —Yo creo que el arte es crear, a secas. Crear algo con la dedicación con la que una madre debería criar a su hijo, ¿sabes? Si estás escribiendo algo que antes no había sido escrito, déjame decirte que eso te mete en la categoría de artista.

—¿Todo lo categorizas o soy yo imaginando cosas?

—Eres tú imaginando cosas. —Afirma ella con una pequeña sonrisa. Él sólo la miró con curiosidad.

Nunca había dicho que hubiese creado algo como tal, quizás sólo era un sujeto que garabateaba palabras sin sentido, pero aún así ella asumió que no era así, de algún modo y por alguna razón que ni siquiera tenía ganas de imaginar.

El teléfono de la chica comenzó a sonar en una especie de alarma, entonces ella guardó sus cosas y se puso de pie.

—Un placer haber hablado contigo, Señor Escritor. —Dijo y, dejándolo desconcertado, se fue.

Ninguno dijo su nombre. Tampoco es como si les importara.

Pero aunque ellos no lo supieran todavía, ese sería el comienzo de las charlas sobre arte en las bancas del parque.

Hablar de Arte en las Bancas del ParqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora