CAPÍTULO 1

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—Dios, estoy aterrado —confesé al sentarme en uno de los asientos del auditorio.

Tobyas Regan, pálido, de cabello y ojos negros y un centenar de lunares a la vista, sonrió.

Él es mi mejor amigo desde que puedo recordar. Crecimos juntos en un olvidado orfanato de Nueva Estación, una cuidad igual de olvidada en una pequeña isla del América, y hemos estado juntos desde entonces. Fue nuestra inseparable amistad la que nos llevó a Vhermont, una universidad para hombres ubicada a las afueras de Francia en la que la ley, la ciencia política y la disciplina militar son los fundamentos rectores.

Vhermont no es una escuela militar, como se suele pensar al visitar su sitio web, sino un colegio especializada en formar fiscales, jueces, senadores, presidentes y empresarios que con una política de solo hombres que, según la decana Fleur Lemarchal, «aísla distracciones».

—Irónico que asuman que entre hombres no puede haber «distracciones». —Le dije a Tobyas la tarde en la que leímos los estatutos de la Universidad Vhermont en el ático de mi casa, el cual se había convertido en la habitación de mi amigo años antes.

Vhermont es parte de un programa educativo de dos sedes. La segunda, Beuxnoit, ubicada en la urbe parisina, solo admite mujeres. Vhermont y Beuxnoit son rivales desde que ambos colegios fueron inaugurados. En ocasiones se unen para eventos y tal, pero van por su propio lado, proclamándose a sí mismos como el mejor campus de Francia.

—Estaremos bien, Joshua —aseguró Tobyas y puso la mano sobre mi muslo. El apretón, por muy ligero que fuese, logró reconfortar la inquietud de mi pecho—. Lo más difícil, que fue llegar aquí, lo superamos. Nos irá bien, ya verás.

La sonrisita corta y anodina de Tobyas tenía el poder de calmar mis nervios. Desde luego, él no sabía el poder que tenía sobre mí y así debían de mantenerse las cosas. Al menos, podía estar seguro de no sufrir un infarto, pues, por fortuna o desventura, Tobyas no solía sonreír mucho y cuando lo hacía, parecía un robot intentando imitar los gestos humanos.

La verdad es que no siempre estuvimos juntos. A la edad de once años, fuimos adoptados. Bruno, como solía llamarse él, adquirió el apellido Smith y fue a vivir a Los Alpes, una enorme propiedad en medio del invernal bosque de Nueva Estación. Volvimos a vernos siete años después. Aún recuerdo a Tobyas en mi puerta, cubierto en sangre, temblando y con el tobillo roto. Nunca me contó qué le sucedió y yo entendí que no debía preguntar.

El dolor era evidente, ya no bromeaba y su sonrisa se había desvanecido.

El idioma español, en el auditorio plagado de francés e inglés, provocó que una cabeza de negro cabello rizado girara hacia el lugar que ocupábamos Tobyas y yo. El muchacho, de una brillante tez oscura y unos enormes ojos color cafés, apoyó el brazo en el respaldo de su asiento y nos observó un instante con los ojos entronados y una expresión divertida.

—¿Sois de nuevo ingreso? —preguntó y la inflexión en su voz fue suficiente presentación.

—Sí —respondió alegre Tobyas, un hispanohablante nunca le había traído tanta felicidad.

—¡Oh, genial! —exclamó el chico, igual de entusiasmado, en sus labios relucía una amplia sonrisa—. ¡Mira, Louis! —Codeó en las costillas al muchacho que ocupaba el asiento de la izquierda—. ¡Ellos hablan español!

Louis, de piel bronceada, ojos azules y cabello negro, se volvió con una expresión confusa.

No saber qué tú hablar con mi —alegó con un ligero encogimiento de hombros.

El chico de cabello rizado puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza con cierto reproche.

—Disculpadlo, aún no domina el español. Yo soy Robert Wood, nacido en Nigeria y criado en España. —Nos tendió la mano, primero a mí y luego a Tobyas, la cual estrechamos.

El CAOS que PROVOCAS [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora