¿Qué es un rey? ¿Qué es una reina?, se preguntaban los Transformadores. Su viaje por Circa había terminado. Detrás de sí, fundaban pueblos, trazaban caminos. El fuego también era su regalo y los alimentos cocidos y las leyes de la gente. En la noche, sus historias llenaban de sentido a las estrellas. En el día, sabían trabajar y construían el puente sobre el río, y la norma vital sobre el puente.
Queremos que ustedes sean nuestras reinas, nuestros reyes. Queremos que ustedes nos digan qué hacer y por dónde ir. No queremos morir, por eso queremos obedecerlos. Esto les decía la gente, pero ellos siempre respondían lo mismo: no podemos gobernar lo que no conocemos.
Frente al fuego, en una hoguera, una noche, años después de su partida, los diez Transformadores se reencontraron. En sus rostros estaba dibujado un continente vivo. La maravilla de la multiplicación de los dones brillaba en sus ojos negros. Pero aquí y allá un pueblo crecía más pronto que otros. La gente de sal, en el norte, deseaba el agua de la gente del pantano, en el sur. Los montañeses se cubrían del viento incisivo con la tela que le arrebataban a los borregueros del valle. Algunos mandaban sobre otros. Algunos decían que un camino les pertenecía y mataban a quien lo transitaba. Los manzanos tenían un dueño. Los nombres de la gente se volvían nombres de las cosas.
¿Un rey o una reina evitará todo esto?, se preguntaban.
¿Qué es un rey? ¿Qué es una reina? Es el poder de sólo uno, dijeron, eso es lo que la gente nos pide, pero no podemos dárselos. Porque es darles una herida. No podemos dejar que unos aten al destino de los otros.
¿Y por qué nosotros debemos decidirlo?, se preguntaban y amanecía en el mundo y el fuego se marchitaba junto con sus pensamientos. Y así pasaron los meses. La deliberación profunda no tenía final. Pero debía terminar. Esa también era la herida. No podemos detener el mundo mientras pensamos la mejor forma de habitarlo. No podemos refundar el tiempo a partir de las cenizas. Lo que arde, arde ahora. Lo que existe y es necesario, es necesario ahora. Si no damos un rey o una reina, ellos lo buscarán en otra parte, de cualquier forma.
No vamos a darles un rey o una reina. Vamos a darles un reino. El símbolo de un poder que debe ser el poder de todos, no de uno. No creerán en una persona, sino en un espacio y un tiempo. No creerán en un nombre, sino en el poder de nombrar.
Los diez caminaron y buscaron un lugar propicio, en donde los ríos se sumaban y soplaba el viento transparente de los dos mares y el tibio atardecer del desierto se mezclaba con la fragancia frutal del verano, en los valles meridionales.
Sobre la tierra dibujaron un plano. Y con esa escritura crearon el Reino. El Reino de Sara, que significa El reino de la mujer secreta, El reino de la Madre Circa, El reino de todos los que buscan su nombre entre la hierba mecida por el viento.
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Leyendas perdidas del reino de Sara
Fantasi¿Cómo llegaron los primeros pueblos al continente de Circa? ¿Quiénes fueron los magos transformadores? En esta serie de leyendas recobradas, la académica de Lamaria, Batolina Um nos presenta versiones de la antiquísima historia de la conquista del c...