Los Castrati
Oír el desconsolado llanto de una madre desesperada al haber perdido a su hijo en la sala de espera del hospital no era nada reconfortante para Joaquín Bondoni, el cual temblaba en los brazos de su hermana mayor, la cual acariciaba con una mano sus adorables rizos e intentaba consolarlo, diciéndole que nada de lo que había sucedido fue su culpa.
Definitivamente todo era su culpa.
Bien podría haber aguantado un par de quemaduras en su piel, porque no eran nada a comparación de un ataque al corazón. No hubiese pasado de un castigo, porque su padre jamás podría herirlo con gravedad...
¿O sí?
Ambos hermanos vieron a la puerta del frente en cuanto ésta se abrió y su madre salió con una pequeña sonrisa. Joaquín no sabía si aquello era bueno o malo. Elizabeth se acercó a sus hijos, tomando el asiento de un lado de Renata y viéndolos.
—Niños, no lloren. Su papá está bien, se va a recuperar. —Besó la frente de ambos de sus hijos. —Tienen que rezar y Dios va a arreglarlo todo. Estará en observación esta noche, y se va a recuperar poco a poco. No debe llevarse disgustos, y debe comer saludable. Lo cuidaremos, tranquilos.
A pesar de la sonrisita de su madre y el profundo suspiro saliendo de los labios de Renata, Joaquín temblaba como una hoja, y tenía el color de ésta. Estaba descompuesto, mareado, disgustado...
—Renata, cielo. Lleva a Joaquín a la cafetería. —Dijo a la vez que le entregaba dinero a la mayor de los hermanos. —Cómprale un chocolate caliente y una dona. Cómprate algo tú también, es una noche muy fría. Me quedaré aquí, asegúrate que tu hermano esté bien.
Renata asintió y ayudó a su hermano a ponerse de pie y a caminar fuera de la sala de espera. Recorrieron el hospital hasta finalmente llegar a la cafetería. Ésta estaba casi vacía a excepción de unos ancianos en unos asientos de la esquina, bebiendo tazas de café y charlando en voz baja. Renata dejó a su hermano en un asiento de una mesa de las esquinas y acarició sus pequeños rizos.
—No me tardo, quédate aquí. —Le dijo antes de ir a pedir la comida.
Joaquín se encogió de hombros, sintiéndose más pequeño de lo que era mientras continuaba temblando. Moría de frío, moría de miedo...
...Moría de ganas de continuar en los brazos de Emilio. No se sentía a salvo, estaba desprotegido, y tan nervioso que apenas lo veía de reojo.
Era su culpa. Su padre había tenido un ataque al corazón, ya no podrían verse mutuamente a la cara. Su familia sospecharía de él, se preguntarían quién es "Emilio" y lo acusaría, para luego matarlo a golpes. Su alma iba a ser arrebatada de la peor manera posible, e incluso sabiendo que acabaría en el infierno, nunca dejó de sentir las ganas de ser envuelto por los brazos del diablo.
Lo quería tanto, necesitaba aquello, y más. Necesitaba...
Las tazas siendo puestas bruscamente sobre la mesa lo sobresaltaron, interrumpiendo sus pensamientos y acurrucándose más contra su asiento. Su hermana se sentó frente a él y puso el plato con las cuatro enormes donas de chocolate en el medio.
—Come, Joaquín. —Básicamente le ordenó.
No iba a negarlo, tenía hambre. Pero sentía que podría vomitar en cualquier momento. La culpa no se iba de su sistema, si al menos pudiese irse con el vómito...
Intentando dejar de pensar respiró profundamente antes de sentarse derecho y tomar una dona, dando un mordisco y masticando lentamente. Su hermana suspiró y bebió de su café con crema, relamiendo sus labios luego.
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Dancing Whit The Devil- Adaptación Emiliaco
FanfictionEs 1967 y Joaquín esta harto de ser aquel chiquillo religioso al cual todos molestan. Cansado de un Dios fingiendo oídos sordos, decide tomar sus propias riendas a escondidas: ¿Qué tan mal podría irle si recurriese al mismísimo Diablo? ¿Qué tan ráp...