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🌊 «Rescatando al marino Lu» 🌊

Había creído que ya nada podría sorprenderlo, después de todo, son pocas las emociones que resultan ajenas al ser un pirata. Tal vez fuera justo porque Sehun no conocía nada más allá de la vida en el mar, creció en un barco y lo educó la tripulación, o quizás simplemente había perdido la razón. Tanto soju debía afectar sus sentidos. Fuera lo que fuese, sentía demasiada curiosidad.

No recordaba alguna ocasión en la que una persona le intrigara como el bonito ciervo que Jongdae arrastró al barco, todo cuanto observaba (y escuchaba) despertando en su interior mucha más inquietud de la necesaria. Tal era el efecto de su inesperada presencia, que incluso había conseguido que el pelinegro se ofreciera voluntario para hacer de niñero.

¿Arrepentido? Para ser honesto, lo incomodaba un poco que vigilarlo le distrajera de sus tareas – el misterio que debían resolver escapándosele de las manos al tener tanto en que pensar – pero no negaría que fuera entretenido y divertido. Sobre todo cuando se le daba por bufar en un idioma que nadie ahí entendía o componer las más extrañas y ridículas carantoñas.

Tendría que enseñarlo a respetar la jerarquía, ahí las cosas no funcionaban como lo harían en su enorme palacio y más pronto que tarde conseguiría que le azotaran teniendo esa actitud. «No ayudas mucho pidiéndole que hable contigo, ¿verdad, idiota?» pensó, apenas la ridícula confesión escapó de sus labios. Le hacía falta hidratarse, los belfos empezaban a agrietarse.

— Regresa al trabajo, ciervito — le dijo, entonces.

Extendió una mano y acarició el mechón que escapaba al apretado rodete. Lucía menos tenso que a su llegada, pero no cabía duda de que era el marino mejor peinado del navío. Podría haber merecido también el premio al mejor vestuario, pero sin importar lo finas que fueran las telas, seguía tratándose de una túnica interior. Nada que ver con los elegantes hanfus a los que debía estar acostumbrado.

Sehun se levantó y regresó a su lugar, apoyado contra los barriles de licor que llevaba semanas vacíos. Dudó un poco, pero terminó subiéndose la capucha y evitando el contacto con la hechizante mirada del otro, todavía le ardían las orejas y es que no todos los días alguien se plantaba frente a él, diciendo cosas como «Me gusta tu sonrisa».

Desde su sitio, Luhan compuso un puchero ni bien comprender que el pirata acababa de rechazarlo o quizás fuera mejor decir que el pelinegro le había ignorado. ¿Tan maleducado estaba, que ni siquiera era capaz de agradecer cuando alguien le hacía un cumplido? Menudo grosero, pero no se libraría de él. Conseguiría que le diera las gracias, de hecho, lo obligaría a devolverle el halago.

— Sólo espera, guapo. Aprenderás a quererme — murmuró para sí, aunque no le importaba si el otro escuchaba.

Cualquiera que conociera la historia de cómo había terminado prisionero de una tripulación pirata, diría que el castaño estaba loco y es que, en lugar de preocuparse por escapar del Dragón del Mar o preguntarse si algún día volvería a casa, Luhan iba por ahí con intenciones de resquebrajar las defensas de un huraño arquero al que acababa de conocer y cuyo principal trabajo consistía en vigilarlo.

No dudaba que fuera un tipo extraño, pero por más tonto o loco que pudiera resultar, el chino tenía presente que todo rastro de miedo en su interior había desaparecido a las pocas horas de haber acabado a bordo del barco. ¿Sería porque en lo que llevaba siendo rehén, los piratas apenas le habían prestado atención y mucho menos se esforzaban por volver ciertas las leyendas?

Suponía que si cualquiera ahí actuara del modo en que le habían enseñado, hacía rato que hubiera optado por saltar a mar abierto o atrincherarse entre las cajas de pescados con la esperanza de no ser advertido hasta que el navío tocase puerto. «Suerte que no tuve que hacerlo, no habría soportado enterrarme entre esas apestosas sardinas» se dijo.

Piratas: El último tesoro || HunHan ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora