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Kirishima era muy fanático de muchas cosas.
Una de ellas el maquillaje.
Pero nada sobrepasaba su gran fanatismo por su cantante favorito.
Dynamight.
Amaba sobre todas las cosas escuchar la música de ese artista en su habitación mientras se gastaba un cigarro, ahí en el borde de la ventana de su departamento para no llenar de ese olor un tanto desagradable el pequeño cuarto lleno de pósters y otras cosas más, deleitándose con el sonido de las líricas que soltaba Dynamight con potencia y vigor. Cerrando sus ojos, moviendo su cuerpo ligeramente, dejandose llevar por ese repetitivo ritmo que amaba escuchar.
Ya estaba ansioso por poderlo ver de nuevo.
De ver de tan cerca ese bonito y blanquecino rostro como la leche.
De acariciar con cuidado su tan fino y pulcro rostro.
Porque era totalmente consciente que sí se le ocurría faltar Dynamight le arrancaría los ojos con esos anillos en punta que suele llevar en los dedos.
De todas formas no tiene motivo para no asistir.
Ama ir donde su estrella esté.
Cada semana.
A su lado.
Eijiro es parte del equipo que está detrás de los conciertos de ese tal Dynamight, encargándose específicamente de arreglar y maquillar a la estrella del show a puertas cerradas en el camerino, solo ellos dos solos, muy juntos, respirando el mismo aire por tal cercanía necesaria para poner acorde al rubio cenizo.
Él, Eijiro, maquillando a su persona favorita.
No se lo creyó la primera vez que puso polvos por allí y por allá en la cara de ese rubio de mirada atemorizante.
Y es una suerte que Kirishima sea el tipo más parlanchín de la historia poque si no fuera así sería jodidamente incómodo haber atravesado ese momento tan lleno de emoción y nervios al arreglar a una estrella como esa. O por lo menos para el pelirrojo, por lo contrario del cenizo que se dedicó a comerlo con la mirada, pues Eijiro no lo miró al rostro cuando lo arreglaba o le hacía la charla en ese entonces.
Y ahora estaba por repetirlo.
Trabajar, lo que conlleva a maquillar y ver a su encantador crush.
