Las oleadas de aplausos siempre le habían parecido atronadoras.
En el calor del momento, Lan XiChen sonreía. A su alrededor en el enorme auditorio, la gente aplaudía y aplaudía con tanta fuerza que le era casi imposible escuchar sus propios pensamientos. Mejor así, se dijo en su cabeza; aunque tuvo que hacerlo en palabras, porque no podía oírse pensar.
Después de la larga sonata, su respiración se tornaba pesada por el esfuerzo y por la longitud del concierto. Su rostro, sudoroso gracias a los focos que le apuntaban directos. Aun así, siguió sonriéndole a una multitud que no alcanzaba a ver, cegado por la luz blanca. Cegado por la luz blanca...
Cegado por el destello de una bata verde desechable en un quirófano.
Los aplausos se volvieron todavía más fuertes, una verdadera ovación, cuando se inclinó con una profunda reverencia que le dedicó a su público. Alguien gritó, felicitándole, aunque no estaba del todo bien visto. Sentía las mejillas tirantes, adormecidas, de tanto sonreír. Aun así, no habría podido parar de hacerlo ni aunque quisiera. No solo porque esa fuese su expresión natural —la sonrisa calmada, siempre afable y luminosa que le había hecho tan famoso como su música— si no también por el calor del momento. Por la impetuosa alegría que le embriagaba cada vez que una canción terminaba. Por el entusiasmo del público que tanto disfrutaba ante las notas que tocaba e incluso por el peso familiar del violín en su hombro izquierdo y el tacto del arco en su mano derecha. Sonrió, irguiendo la espalda e inclinándose de nuevo.
La intensidad de los focos que le apuntaban bajó. La luz se volvió azul. Ondeaba en el telón a su espalda creando suaves olas turquesas, como si estuviera bajo el mar. La expresión en los labios de Lan XiChen se relajó, suave y calmada al volver a apoyar la cabeza contra la barbada. Gentil. Plácida incluso. Se colocó allí, preparado para interpretar una más, justo en el centro de ese enorme escenario en ese enorme auditorio. Nunca había actuado en uno tan grande ni con tanto público delante y la euforia que le hacía sentir era incomparable. Podría haberse pasado la noche justo dónde se encontraba, tocando.
Podría tocar eternamente.
***
Lan Huan movió la muñeca sin querer y una mueca de dolor contorsionó su gesto. Una de sus malas posturas, otra vez. Ni siquiera con la férula lograba evitarlas del todo, y eso le suponía un serio problema. En especial porque, y en esto Lan Huan tenía sus dudas, no podía saber si lo estaba haciendo consciente o inconscientemente. Quizá fuese algo consciente. Quizá estuviese retorciendo la muñeca todo el día a propósito justo para empeorarse la lesión. Quizá no quisiese curarse. O quizá todo fuese fruto de las malas costumbres y los hábitos que tanto cuesta desaprender. Ignoraba la respuesta correcta, y no pensaba molestarse en buscarla.
El latigazo de dolor le llegó hasta el hombro y tuvo que contenerse para no quejarse ni hacer un aspaviento en plena calle. No habría quedado muy discreto, y le gustaría evitar llamar la atención en la gran medida de lo posible. El anonimato había sido un raro placer para alguien como él, aunque estos días empezaba a acostumbrarse.
Con los dientes apretados para contener el dolor, Lan Huan se detuvo un instante a un lado de la acera, evitando entorpecer al resto de viandantes. Se ajustó los velcros de la férula al máximo para intentar contener esos impulsos suyos. Llevaba aquella cosa por algo. Estaba allí, de vuelta en esa ciudad cuando tendría que haberse encontrado en los escenarios de la otra punta del mundo, por algo. No le convenía empeorar solito su situación, pero había un matiz que no terminaba de entrarle en la cabeza.
Sobre él, el sol de mayo pintaba de azul un cielo radiante, despreocupado y optimista. Casi burlón, aunque solo en la humilde opinión de Lan Huan, que al parecer no contaba para gran cosa. Ni siquiera en sus clases. Era el profesor, y aun así no había manera de hacer que una panda de críos estirados y prepotentes —él fue en su día uno de esos críos estirados y prepotentes, pero creía que se había comportado con muchísimo más respeto hacia sus maestros— le hiciesen caso. Suspiró. Ya se lo dijo a Meng Yao. Por bien que tocase, no tenía ni alma ni vocación de docente, no sabía enseñar, y no había forma de que se ganase la vida con ello.

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Ocean Eyes [XiCheng] [Mo Dao Zu Shi Fanfic]
أدب الهواةPara Lan XiChen, mientras su talento estuviese asegurado, su vida también lo estaría. Bajo el ala de su tío, recorría los escenarios del país encadenado a su violín. Músico de éxito de personalidad encantadora, bajo su sonrisa solo podría esconderse...