Capítulo 20

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Llegar a casa me toma poco tiempo, incluso la mitad del tiempo normal

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Llegar a casa me toma poco tiempo, incluso la mitad del tiempo normal. Fueron los nervios los que pegaron mis pies al acelerador y no lo soltaron hasta frenar frente a mi hogar.

El silencio me recibe y disfruto por unos segundos la paz y el olor a vainilla de mi aromatizante, para luego retomar mi camino al segundo piso y adentrarme de inmediato en el baño.

Me deshago de toda mi ropa con rapidez y sin esperar que el agua esté completamente caliente me meto bajo la ducha, mojando desde mi cabello hasta la punta de mis pies.

Mi corazón continúa latiendo, desbocado, de hecho, no ha dejado de hacerlo desde la llamada de Alexandre y no sé cómo tomarlo. Supongo que sea por la importancia de los temas que vamos a conversar, pero no deja de ser molesto que ni siquiera el agua fría que me recorre logre calmarlo.

Luego de lavar mi cuerpo y tallarlo con una esponja, dejando mi piel suave y bríllate, me envuelvo en una tolla blanca. Seco mi cabello con calor y hago unas pequeñas ondas con un rizador dándole mayor movilidad.

Me pongo unas bragas por debajo de la toalla, y regreso a mi habitación para buscar mi teléfono.

Rolling in the deep, de la diosa Adele, comienza a reproducirse y con la letra en mis labios camino a mi vestidor para comenzar buscar que ponerme.

Observo la ropa colgada, no sé por cuánto tiempo. Pienso, imagino e incluso me pruebo un par de vestidos, pero ninguno logra hacerme sentir cómoda. Resoplo, molesta y ansiosa a sabiendas de que el tiempo sigue pasando. La idea de llamar a mi mejor amiga surca mi mente y no dudo en hacerlo, estoy segura de que a la rubia algo se le ocurrirá.

—Ya me extrañabas —es lo primero que dice la rubia cuando descuelga la videollamada, con una expresión coqueta y graciosa en su rostro, pero al notar mi gesto de angustia, cambia su semblante —¿Todo bien?

—Necesito tu ayuda —pido, acomodando el teléfono para que quede frente a mi vestidor —Voy a salir y no sé que usar.

—¿Qué? ¿Dónde vas? —pregunta, frunciendo el ceño y corro a reenviarle la ubicación que mando el pelinegro —¿Con quién vas a ese restaurante, Heather? —mis labios se juntan en una línea cuando su curiosidad despierta. Sé que ahora mismo está creando mil escenarios posibles en su cabecita y aunque quisiera dejarla con esa incógnita, decido responder.

—Alexandre.

—¿Qué!? —El grito que suelta la rubia es tan alto que casi me hace tirar el aparato y agradezco internamente tenerlo en alta voz — ¿Qué demonios tienes que hacer con ese troglodita, Heather Marjory Stone?

—Jane, tranquila.

—No me mandes a tranquilizar. ¿Sabes lo que acabas de decir?

—Sí, Jane, voy a cenar con Alexandre.

—¿Y lo dices tan tranquila? —reprocha.

—No maté a nadie. Vamos a hablar sobre los temas que nos competen. Millicent, el evento que estoy haciendo para su empresa y la adopción de Margaret, recuerda que él es quien me está ayudando.

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