RICHARD

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"Lo que hago me tiene qué gustar a mí. Pienso en eso. No puedes ponerte en el lugar de todos, pero si a tí te emociona, creo que es un buen punto de partida"

La silueta de la camarera se movió entre las mesas con habilidad esquivando comenzales antes de depositar la comida en la mesa frente al joven. Era guapo, de complexión atlética y alto, era lógico que la camarera sintiese mariposas en el estómago al servir a aquel nuevo cliente. Quizás hasta su número de teléfono le podía sacar.

Sin embargo, éste nuevo comensal parecía inmune a sus encantos.

— ¿Puedo servirle de alguna otra manera?

Richard la miró amigablemente y movió la cabeza con una sonriza encantadora  — Muchas gracias, no.

La camarera pareció desepcionada cuando se marchó. En realidad Richard había notado el cuerpo de la chica y su actitud, sus miradas y atenciones, pero tenía otras cosas en mente. Apresuró una cucharada de comida. Faltaban dos horas, tiempo suficiente para comer tranquilamente y llegar temprano a su cita.

— ¡¿Richard?! — escuchó una vocecita conocida.

Delante de él, estaba Hilary Laurent, tan guapa como siempre, demaciado maquillada para su gusto, pero linda con un conjunto de vestir (pantalón y chaqueta formales) color veige. Richard recordó entonces que la familia Laurent era propietaria de varios restaurantes y puestos de comida en Tartosa.

— ¡Qué gusto! ¿Cuánto hace que volviste a Tartosa? ¿Te quedarás más tiempo ésta vez?

— Llegué hoy, precisamente, señora — dejó su servilleta doblada en la mesa y se levantó para saludarla con un beso en la mejilla. Ella lo rodeó con un brazo y le clavó las uñas bien manicuradas en la espalda. La mujer no había olvidado la única noche que había pasado con Richard.

Verán, las sospechas de Héctor y su recelo por éste muchacho y su esposa estaban bien fundadas, pero Héctor nunca había encontrado prueba alguna contra Richard. El fotógrafo no era un hombre que se dejara dominar por sus deseos, mucho menos por sus impulsos, él era el que los dominaba y eso se reflejaba incluso en la cama.

— ¿Te quedarás más tiempo ésta vez? — volvió a insistir — Conozco un par de lugares preciosos a los que podrías mudarte, y mi primo Louie es el arrendatario...

Richard le sonrió moviendo la cabeza negativamente — Se lo agradezco, Hilary. Prefiero hacerlo por mi cuenta — Richard había sentido las uñas en la espalda. Sabía que si aceptaba, ella haría que su primo lo colocase en donde ella pudiese visitarlo constantemente, ella le decoraría la casa, ella le haría las compras, ella le compraría los muebles y todo lo que se le antojara... Simplemente Richard no era de esos.

— Siempre tan cabezota — criticó ella tensa al sentir que Richard se soltaba de su abrazo. Por primera vez en su vida ella sintió lo que era el rechazo — ¿A caso tienes a alguien con quién vivir ya? ¿Una chica joven? ¿La conozco? — preguntó en tono irónico

— Vine solo

Hilary lo miró con desdén — Mi primo tiene los mejores departamentos en la vahía, en pleno centro. Podría ser dificil que encontraras un buen lugar, las rentas están muy caras, por las nubes. Yo podría arreglar que...

— La vida en el centro de la ciudad no me apetece, señora.

— ¿Te mudarás entonces al otro lado, cerca de la costa?

— Aún no he tomado una desición

Hilary apretó los labios frustrada — Bueno, será mejor que te decidas pronto. No creo que encuentres buenos lugares para vivir si no es en el lugar en el que te digo.

— Ya surgirá algo — sonrió él cortesmente

La señora Laurent no se despidió siquiera, sino que se dio la vuelta y se alejó sin decir palabra. Estaba furiosa. Richard se sentó tranquilamente a terminar su sopa, pagó la cuenta y salió a la calle, era un día caluroso, agradable para pasear o ir de compras.

La gente estaba animada. Había unos niños jugando con un balón en la acera. Una chica pasó en su bicicleta. Un viejo llevaba a pasear a su perro. Richard sonrió para sí,  extrañaba Tartosa, no había dejado de pensar en la tranquilidad del lugar desde que salió de allí, y por primera vez en años todo le estaba llendo a pedir de boca.

Cuando arribó al lugar, el agente inmobiliario aún no había llegado. Miró su reloj de pulsera. Tres menos cuarto. Perfecto! Podía gastar esos quince minutos que faltaban en inspeccionar los alrededores de su nueva propiedad.

Hilary tenía razón, no quedaban muchos buenos lugares para vivir, pero éste era perfecto, del otro lado de la isla Tartosa, a espaldas de la ciudad, en un islote, protegido de las tormentas que golpeaban de lleno a la bahía, había encontrado él una casa en ruinas. La construccion era vieja, pero resistente, sólo le faltaban algunos arreglos. Algunos los podría hacer él mismo, para ahorrarse el costo de la mano de obra. Otros no, tendría qué contratar los servicios de un profesional, pero ya lo tenía todo planeado.

El agente de bienes raíces llegó puntual, a las tres de la tarde, era eficiente, no le hizo perder mucho tiempo. El fotógrafo firmó los papeles, le entregaron las llaves y tuvo toda la tarde para disfrutar de su privacidad mientras tomaba fotos afuera y adentro. Era preciso empezar los trabajos de inmediato, lo bueno era que podía darse el lujo de empezarlos ésa misma semana.

Reforzar los cimientos y reparar las paredes, cambiar el piso sería lo primero y más costoso, después de eso, tendría qué ahorrar otro poco. Era lo de menos, estaba acostumbrado a vivir sencillamente, no tenía dependientes. Unas cajas harían de mesa y sillas, tendría qué comprar un frigorífico pequeño y podría usar su colchón inflable para dormir, sería como ir de acampada... una larga temporada, por cierto.

Esa noche, Richard durmió bajo las estrellas soñando en cómo quedaría la nueva casa una vez terminada.

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