Megan Fudge se encontraba acostada sobre la suave tela de su cama, que, para suerte de ella -y un caso igual al de Malfoy- la habitación era solamente suya.
Si bien el apellido ayudó en algo estaba agradecida de que su tío, Cornelius Fudge -anterior ministro de magia-, la haya conseguido para ella.
El clima amenazaba con una fuerte tormenta, los días del regreso del Señor Tenebroso estaban empezando y todos estaba en revuelo.
La habitación se consumía en silencio mientras el viento golpeaba el vidrio haciéndolo vibrar, pero Megan no se encontraba totalmente sola.
En la esquina del lugar, en medio de la oscuridad, Draco Malfoy la observaba con deleite. El estrés se podía apreciar en su cara, quería completar su misión y no estaba en sus planes el fracaso, la vida de su madre como la de la pelinegra frente a él era la única razón para poder terminarla.
No podía perderla, no se perdonaría que ella muriese por su culpa.
Megan se acomodó en su cama con la sensación de incómodidad, se tapó con las sábanas e intento dormir. Pero no podía, sentía preocupación, algo no estaba bien.
De la nada, en una milésima de segundo, un relámpago iluminó su cuarto dejándola aturdida y pensativa al ver la sombra del rubio dentro de su habitación. Se podría decir que era su imaginación que lo extrañaba, pero no era así.
Era él. Después de meses ignorándola, él había venido a su habitación pero eso no le importó.
Cuando su varita iluminó su rostro con un lumus, pudo apreciar mejor su cara. Ojeras se veían es su rostro, su cabello despeinado y apagado, labios resecos, además de que su ropa no se encontraba en las condiciones de antes.
Se notaba a lejos que sueño era lo que le faltaba.
No era el Draco Malfoy que ella conocía o los demás veían. Esta vez no se veía arrogante ni ambicioso, solo veía una profunda tristeza o tal vez estrés, desesperación, no lo sabía.
—Draco... — El rubio miro a la chica frente a él — ¿Que haces aquí?
— Y-yo ... Lo siento mucho Meg— Sus ojos grises se veían cristalinos con el reflejo de la luz— Lo siento tanto, cielo.
En ese momento, el corazón de la pequeña Fudge parecía romperse con cada palabra de dolor de él, realmente odiaba verlo de esa manera. Si bien se había molestado a un principio con él, ahora era distinto.
Draco estaba mal.
—Ven aquí... — La pelinegra dulcemente abrió sus brazos — Ven conmigo.
Rápidamente él se refugió en los brazos de su dulce chica, la había necesitado tanto.
Si bien los rumores que se habían formado en las distintas casas sobre la relación de Draco Malfoy y la simpática Megan Fudge eran ciertos, ellos nunca los confirmaron. Habían quedado de acuerdo, pensando que así ninguno saldría herido.
— Yo no quería alejarme, en serio — Dijo en medio de los sollozos— Pero... No quiero que salgas lastimada.
— Oh, Draco... — Megan pudo admirar esos ojos grisáceos que tanto le gustaban.
El rubio se separó quedando frente a frente y admirando a la oji-miel, comenzó a contar todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, desde el principio hasta el final.
Sintiéndose con cada palabra que soltaba más liberado, estaba sacándose un peso de encima. Él estaba confiando plenamente en ella, eso era lo que le encantaba.
Le gustaba mucho y solo con el simple hecho de que estuviese sonriendo todo el día; incluso si éste no había sido bueno. Nunca le dejaba saber a nadie que era lo que la atormentaba y de alguna manera, lograba salir sola de ellos. O como trataba bien a todos y no importaba si ellos mismos la habían tratado mal -se había arrepentido tantas veces ser él uno de ellos-, como se tomaba de forma calmada las opciones hacía ella siendo Slytherin. Ya que, no tenía la aptitud de ser una serpiente, se podría decir que fué una de los pocos estudiantes que el sombrero seleccionador había mandado a la casa equivocada, pero también estaba agradecida porque Draco fue el primero que se acercó a ella a establecer una amistad.