Capítulo 28:

523 18 0
                                    


Frunció el ceño ligeramente con una expresión pensativa, a la vez que me sostenía la mirada. Terminó haciendo una mueca de incomodidad ante mi vivaz mirar, volteando a ver por donde se retiró el coche y luego los alrededores.

— Señorita —me miró suplicante—, por favor, no insista en dejarme aquí. Que te sacara fuera de la casa sin el permiso del señor Dewin es malo, pero dejarte vagar sola por ahí sin ninguna supervisión es terrible.

Curvé mis labios en una sonrisa. — Él no se va a enterar de nada. Tampoco voy a decepcionarte después de todo lo que has hecho por mí, así que tranquilo, entraré en la tienda y regresaré para que me lleves a mi calabozo.

Rodó los ojos con una sonrisa en el rostro. Le tomó unos segundos asentir en aceptación mientras acomodaba su traje.

— Entonces que sean veinte minutos nada más. Confío en que no me decepcionará y en que no le pasará nada... por favor.

Moví mi cabeza de atrás hacia adelante en respuesta afirmativa a lo que me pedía. Sin embargo, la intranquilidad no desaparecía de su avellana mirada, y su postura suplicante me pedía silenciosamente que no lo dejara parado en plena carretera. Me alejé antes de que pudiera arrepentirse. Dentro de la tienda de ropa había pocas personas. Quizás era por el mal clima, que aunque a mí me encantaban los días nublados, muchos lo odiaban. Bueno, la tienda tampoco era un lugar tan reconocido, era entendible.

Mientras miraba a mi alrededor, me di cuenta de que nada había cambiado, todo estaba en el mismo estado, justo como lo recordaba. Me disculpé con algunas clientas hasta llegar al mostrador, en donde se encontraba un hombre adulto a quien no conocía. A lo mejor sí había cambios.

— Buenas tardes.

El hombre se mantuvo en silencio durante unos segundos, como debatiendo si contestarme o no.

— ¿Sí? — A regañadientes pronunció aquello, y al instante me cayó mal.

— ¿Es en serio? ¿Así le hablas a los clientes?

— Eso no es tu problema —contestó con los dientes apretados. Vaya.

— ¿Sonia sigue...? —Antes de que terminara, unas manos me envolvieron con la intención de alzarme, pero sin las fuerzas suficientes para hacerlo. Bajé mi mano a las manos contrarias que me sostenían y giré mi rostro. Sonia.

— ¡Dios! ¿Dónde... dónde estabas?

La abracé y las dos terminamos fundiéndonos en un cálido abrazo que duró más tiempo de lo planeado. — También te extrañé —reí—, pero me estás dejando sin aire.

— ¿Sin aire? — Nos separó con brusquedad y me sostuvo una mano con fuerza, rasguñándome en el proceso con sus uñas postizas. — ¡Quiero asesinarte!

— Y lo estás logrando.

— Lo siento —murmuró—. Ha pasado mucho desde que te vi. Te juro que pensé lo peor. Tu madre me llamó muchas veces preguntándome por ti, ninguna de las dos lograba contactarte. — Volvió a tomarme del brazo, pero esta vez lo hizo con calma y me encaminó hacia el juego de sillones que había a pocos centímetros de donde estábamos. — Dejaste tu apartamento y cambiaste de teléfono, no me dijiste nada al respecto, ¿por qué?

Y ahí supe que aún no era el momento adecuado para verla. Ahora estaba recibiendo preguntas las cuales no podía contestar, y estaba segura de que habría más. Por otro lado, estaba avergonzada y preocupada. Todo pasó tan rápido que no pude siquiera pensar en cómo estaba mi madre o en lo preocupada que podía estar.

— Dime algo, Ein. Contéstame.

— Es complicado —suspiré—. Por ahora no puedo decirte nada, pero no te preocupes, estoy bien, y pronto estaremos en contacto como antes.

Relamió su labio con lentitud y empezó a repasarme de arriba a abajo con la mirada.

— ¿Alguien te está amenazando? ¿Te están obligando a hacer algo? ¿Estás secuestrada? ¿Estás...? — Calló abruptamente, incluso más asombrada que antes.

— ¿Qué pasa?

— ¿Qué es esto? — Señaló mi barriga recién marcada. — ¿Estás... embarazada?

— Evidentemente —murmuré—. Por favor, no hagas más preguntas.

— Pero tienes que decírmelo todo o, si no, te juro que enloqueceré. ¿Cómo se supone que me quede calla...?

— Señorita, ya es tiempo.

— Ni siquiera han pasado veinte minutos, César.

— Pasaron más. Debemos irnos ya o el señor De...

— Ya entendí —lo interrumpí.

Dirigí mi mirada a los ojos de mi amiga, aquellos ojos que exigían millones de preguntas que, por el momento, no era capaz de contestar.

— Por favor, dile a mi madre que estoy bien. Quizás muy pronto pueda ponerme en contacto contigo. — Antes de recibir cualquier respuesta, caminé con prisa hacia la salida de la tienda y abandoné el lugar junto con César.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: a day ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La problemática llegada del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora