8. Máscara de hielo

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Salí de la casa por cuenta propia.

Me quedé frente a la puerta, admirando como parte del roble del que estaba hecho la puerta se había ido deteriorando con el tiempo. Junté mis manos y volví a hechizar la cerradura para que nadie más que yo pudiera entrar.

Antes también la tenía, y Azael averiguó el código de palabras para abrirla como si nada. Otro misterio que resolver en la larga lista del maldito Ekander. 

No sé porqué, pero olfateé el ambiente. Había algo diferente en él, y no me daba buena espina. Me gustaría decir que me equivoqué, y que solo fue un pálpito de paranoica, pero enseguida el cielo fue iluminado con una estela de luz tan potente que tuve que taparme los ojos.

Dos segundos después se oyó una explosión en el centro de Imperiah.

Oí gritos y terror, pero esta vez no eran de los que me gustaban.

Usé la velocidad de mi elemento, el aire, y no tardé más que unos pocos segundos en llegar. Eso fue lo que tardé en ver el horror ante mis ojos.

Cientos de ciudadanos estaban heridos, algunos muertos, tendidos en el suelo mientras la sangre seguía emanando de sus cuerpos sin vida. Prácticamente toda la calle estaba destruida, incluyendo monumentos y casas de los imperiales.

— ¿Mami? —escuché la voz de una pequeña bruja de no más de ocho años— Mami, despierta por favor —suplicaba mientras movía el cuerpo de su madre. No había respuesta, porque eso era lo que quedaba de aquella mujer: nada.

— ¿Por qué no puedo entrar a ver a mamá? —pregunté con desesperación al ver que ninguno de esos hombres me decía nada.

— Mami se ha tenido que ir, bonita —contestó sin tacto ninguno.

— Mamá nunca me dejaría sola, lo prometió. —me negaba a creerles, mamá cumplía sus promesas, mamá nunca mentía.

Estúpidos recuerdos. Sacudí mi cabeza, queriendo alejarlos de mi mente.

Acumulando algo de energía en mi pecho pegué un tirón al lazo que nos unía a Malayka y a mi para informarle de que Imperiah entera estaba en problemas. En cuanto sentí una respuesta de energía en mi pecho supe que lo había recibido y que se encaminaba hacia aquí.

Me acerqué a la niña, intentando ignorar el caos de mi alrededor con tal de no alterarla más. Toqué su hombro con delicadeza, en serio, no quería asustarla.

La pequeña se giró y me observó con sus dos orbes azul intenso, el cual se destacaba más por las lágrimas de sus ojos. Me recorrió con su vista y se topó con el tatuaje de mi brazo derecho, admirándolo con curiosidad hasta que se dio cuenta de un detalle.

— Invicta —pronunció como si no pudiera creérselo.

No cambié el gesto de mi cara cuando dije— Ven conmigo, mocosa.

La niña me tendió su mano y la agarré. Vi que quería mirar atrás mientras nos alejábamos caminando, así que la cargué y evité con una de mis manos que su cara se girara. Era muy pequeña para ver esto, muy pequeña para sufrir tanto.

— No mires atrás, nunca.

— Prometo no hacerlo, señorita Channel —me contestó con su dulce voz— Pero tengo miedo.

— No pasa nada por tenerlo, cielo, pero que el resto no lo sepa —ella asintió, como si intentara transmitirme que iba a poner en práctica mi lección.

— ¿Y mi mami?

No tuve el valor de contestarle, así que esquivé la pregunta— Tengo que llevarte a un lugar seguro. Dime dónde está tu padre o algún familiar.

Etheria| Invictas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora