Día y Noche 1: Dulce Inicio

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Era joven, un niño, lleno de inocencia y de pureza. No juzgaba, no analizaba, no sufría. Todo en su infancia era dulce y cariñoso, hogareño. Era bondadoso, imperturbable. Una ingenuidad que todos envidiaban al contemplar su mirar. Una ingenuidad poderosa, capaz de cambiar el mundo y quizá, convertirlo en un sueño. Uno dulce, muy dulce.

Era una fuerza inexplicable para los demás. Gon Freecss era fuerte. No existía lo amargo en su mundo. Su sonrisa, en sus 12 años de vida, no cayó jamás.

Era el niño eternamente contento. O eso creían.

Gon no dejaría de sonreír, si eso puede evitar las lágrimas de su madre. Su madre siempre le correspondía la sonrisa, sin importar la situación. Era un pacto silencioso entre los dos. Nunca dejarían al otro sonreír solo. Por eso Gon, jamás dejará de sonreír.

Incluso después de que su padre le abandonase. Incluso si tenía que cambiar su vida, abandonar su hogar, que ya no se sentía suyo, y reescribir su vida de nuevo. Esa casa ya no era su casa. Sus paredes, muebles, decoraciones, incluso sus aromas... Todo se había convertido en malos recuerdos. Pero era dulce, siempre dulce. Y sonreía.

Tendría un nuevo hogar, otra escuela, otra vida.

El lugar se sentía frío, solitario, nuevo. Pero Mito no tardó en encender el fuego en la chimenea, para llenar de calor la casa. Ese sitio, de pronto, dejó de sentirse desconocido. Su hogar no era un lugar, su hogar era su madre, si ella estaba aquí, este es su hogar.

Entre risas casuales y algún que otro plan de futuro espontáneo, comieron la improvisada cena. Gon subió las escaleras y entró a su nueva habitación, con una sonrisa sincera.

Este nuevo inicio era dulce, muy dulce. Siempre dulce.

Una dulzura solitaria y cruel. Hipócrita y falsa. Pero dulce. Dulce, y dolorosa, hiriente y ardiente.

Cuando cerró la puerta, ya no se escuchó nada. Quedaron atrás todos sus pensamientos, todo su dolor, ahora era lejano.

Porque esta soledad tenía que ser dulce.

Se estiró en la cama, con la cara contra la almohada, como si intentara ahogar sus dudas. Pronto se quedó profundamente dormido.

Pero un sabor dulce le quemaba la lengua. Era dulce, muy dulce. Tan dulce, que sintió que le iba quemando poco a poco, empezando por su lengua, hasta convertirlo en cenizas. Podía oír un llanto, lejano y cercano, conocido y desconocido. Pero no era dulce.

Era amargo, muy amargo. Tan amargo, que alivió su corazón.

El llanto no cesaba, se rompía, gemía, se le iba la voz o le atacaba el hipo, pero no cesaba.

" ¿Quién está llorando? ¿Acaso yo...?" - Se levantó bruscamente, y tocó sus mejillas. Estaban secas. Pero el llanto no paraba. Incrementaba, se desgarraba.

Era extraño, parecía que no viniese de ningún lugar, y que esté en todas partes a la vez. Era un abrazo frío y sombrío. Gon sentía marchitar su corazón, como si estuviera oyendo el sonido de la crueldad.

Era tan poco dulce... Gon no consiguió sonreír. Las lágrimas se le empezaron a escapar, indiferentes y vacías. Sin significado, sin razón, sin motivo.

Con su voz entre cortada, susurró, como si fuera una carta sin destinatario, o, quizá, dedicada a sí mismo.

- ¿Quién llora? ¿Por qué lloras? - Un tono suave y cariñoso salió de entre sus labios, como si consolara a un niño, como si tuviera un deseo incomprensible de abrazarle y acariciarle, de aliviar su dolor.

"¿Y por qué yo también lloro?" Pensó, sumergido en su propia hipocresía.

- Yo no quería esto, yo no quería esto...- Escuchó. Era una voz débil, suave, rota, y desconocida. Pero nostálgica.

Desvanecerse. (GonKillu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora