Una anciana de tal vez unos 80 años, era muy conocida por tener la fama de curar las malas maneras de las personas, es decir, si alguien era fumador, bebedor, si los niños eran mal hablados o groseros, envidias, rabias, todas estas cosas eran eliminadas por ella, era como una especie de psicóloga, pero sin serlo en absoluto.
Nadie sabía realmente cual era su método, ella tampoco permitía que las personas la vieran trabajar, solo el que era atendido entraba con ella en su "consultorio" para luego salir y no recordar nada de lo sucedido, pero con la certeza de haber dejado todo lo malo en aquel lugar.
Las personas tampoco la acosaban preguntándole como lo hacía, con los resultados era suficiente, aunque lo mas curioso de todo, es que ella no cobraba nada por el tratamiento, decía que no necesitaba dinero, que ese trabajo le daba lo suficiente para comer, algo muy raro, pero cada quien con sus ideas.
Un día se presentó a su casa un hombre con su pequeño hijo de unos 9 años, el cual, estaba tomando muchas malas costumbres, el hombre ya no sabía que hacer para corregirlo, asi que le pidió su ayuda.
- Buenas tardes Doña Clemencia, necesito que me ayude con mi hijo, últimamente no hace caso, dice muchas mentiras y, creo que esta tomando las cosas que no son suyas, aveces regresa del colegio con artículos que nosotros no le hemos comprado, podría corregirlo?
Doña Clemencia no pronunció palabra en ese momento, tan solo se dedicó a mirar al niño fijamente, ella tenía una mirada muy penetrante y fuerte, miraba al niño como si lo analizara, como cuando un mecánico se dispone a reparar un auto.
La cara del niño y del padre mostraban algo de nervio por la actitud de Doña Clemencia y, fue entonces cuando ella solo dijo:
- ¡Niño, ven conmigo!
Doña Clemencia lo tomó del brazo, el niño luchó y lloró pidiendo ayuda a su padre para no ser llevado a una habitación en donde solo estaría el junto con la señora, pero su padre poco podía hacer, mas que rogar que su hijo cambiara con aquel método, mientras el se quedaría en la sala esperando a que el niño volviera a salir, no sin antes escuchar una advertencia de parte de Doña Clemencia.
- No importa que escuche, no vaya a entrar a la habitación, ¿ha comprendido?
- ¿A... a qué se refiere con eso?
- ¡No se le ocurra interrumpirme!
Luego de estas palabras la puerta fue cerrada firmemente detrás de ellos, dejando al padre nervios y un poco asustado por lo que acababa de escuchar. Pasaron unos minutos de silencio absoluto, el padre sentado en un sillón, miraba al piso pensativo, por mas que lo intentaba, no lograba imaginarse que podrían estar haciendo con su hijo alli dentro.
De pronto unos gritos atormentadores salían de la habitación, era su hijo quien los producía, sonaba como si le arrancaran algo de las entrañas, el padre como tal, su primera reacción fue corre hacia la puerta y entrar, pero recordó lo que le dijo Doña Clemencia y se detuvo, lágrimas corrían por su rostro al escuchar como su hijo sufría y el no podía hacer nada.
Los gritos de dolor de su hijo luego cambiaron a algo que sonaba como varias voces, diferentes personas gritando, voces que ya no parecían las de su hijo y luego, silencio total, nada, todo estaba como si nada.
Al cabo de unos minutos, salió Doña Clemencia con el niño en brazos, desmayado, el padre se aproximó de un salto para ver como estaba.
- ¿Cómo está mi hijo?... ¿qué le ha hecho?
- Su hijo estará bien, solo déjelo descansar un momento antes de irse, no fue fácil curarlo, pero lo hice.
El padre no comprendía bien sus palabras, pero vio como Doña Clemencia sacaba de la habitación tres bolsas negras de tamaño mediano cerradas, las cuales era claro que parecían contener que tenían algo dentro, algo que luchaba por salir, como tener un gato dentro de la bolsa, pero por el sonido que emitían, seguro no eran animales domésticos.
Doña Clemencia luchaba por sostener las 3 bolsas y, repentinamente una se rompió, dejando entrever una pequeña garra que salía de adentro.
- ¿Qué son esas cosas?, ¿necesita ayuda?.
- NO, NOO, aléjese, estos son los que estaban dentro de su hijo, los que le causaban tantos problemas, tome a su hijo y váyase de aqui, yo me encargo de lo demás.
El padre no hizo mas preguntas y se fue del lugar, dejando a Doña Clemencia golpeando las bolsas con un enorme madero para darle muerte a lo que sea que estuviera dentro.
Al día siguiente, el padre quiso pasar a casa de Doña Clemencia a agradecerle como su hijo había cambiado de forma tan radical, ya no mentía, no robaba ni se portaba mal, estaba tan sorprendido que pensó que tenía que pagarle por su gran ayuda.
Llegando a casa de la señora, la encontró sentada en la sala mientras preparaba su almuerzo, asi que le dijo el motivo de su visita.
- Perdone que la interrumpa, veo que esta cocinando, no voy a demorar, solo quería darle algo de dinero por lo que hizo con mi hijo, yo se que usted no pide dinero, pero para algo lo debe necesitar, tómelo.
- Doña Clemencia con su tono siempre serio, se levantó de la silla y caminando hacia la estufa para vigilar lo que preparaba le dijo:
- No necesito su dinero, con lo que hago por ustedes me alcanza para comer.
- Pero... no entiendo...
Sus palabras fueron bruscamente cortadas, al ver como Doña Clemencia le daba vuelta a su comida y, dentro de la olla asomaba la garra que el mismo había visto el día anterior y, entonces comprendió todo; algo nervioso se limitó a decir:
- Perdone mi ignorancia Doña Clemencia, me retiro gracias por todo.
- ¡Espere! -respondió la señora con una sonrisa en la cara.
- Me han dicho que usted tiene el terrible vicio de fumar y que no lo ha podido dejar, ¿cuando viene a verme?
El hombre sin decir nada, salió de la casa dejando a Doña Clemencia para que terminara de preparar su almuerzo.