Capítulo uno

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Hacía unos minutos que había encendido la pantalla de mi celular y aún seguía observándola, decidiéndome entre el sí y el no. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Visualicé dos escenarios, el más conveniente: el chico me respondía el mensaje, y el más trágico: el chico me ignoraría. Decidí no pensarlo demasiado, sin embargo, no podía evitar darle vueltas.

Entonceees, ¿le envío mensaje?

Texteé a la que consideraba mi mejor amiga y una muy buena confidente. Pues a veces necesitaba la aprobación de las demás personas para hacer algo, no hacía las cosas hasta no obtener un "sí" como respuesta. Pero normalmente hacía todo por iniciativa propia, por esa razón me equivocaba tanto; suerte que jamás se me ocurrió robar un banco. 

Sí, ¿por qué no?

Respondió. Una respuesta corta y precisa, como todas sus palabras.

¿Sí?

¿Segura?

¿Sí lo hago?

¿De verdad?

Mmmmm...

No sé.

¿Sabes qué? Sí lo haré. 

No va a pasar nada, solo es un mensaje.

Voy a enviarloooooo. 

Texteé casi diez mensajes en menos de un minuto. Sí, a veces podía ser un poco intensa. Pero yo era de esa forma, pensaba demasiado las cosas imaginando lo peor y al final me daba cuenta de que en realidad no tenía que haberlo pensado tanto. De vez en cuando es bueno solo el dejarse llevar.  

¡Solo háblale!

Claro, pesada.

Molesta. 

Puse los ojos en blanco, pero sonreí. Amaba nuestros apodos: simples, perfectos y originales. Pero lo que más amaba era que estaban inspirados en los libros. Era una especie de comunicación que solo ella y yo entendíamos. 

Entré a Instagram, decidida, pues de esa forma me conocían. A veces actuaba por impulso, lo cual funcionaba en la mayoría de los casos.

Holaaaaa.

Escribí, y sin pensarlo solo presioné el botón de "enviar". Nada podía pasar, o eso fue lo que yo pensé, pues no sabía que dos mundos podían encontrarse con solo un mensaje.

Estaba muy nerviosa y no sabía por qué, así que solo apagué el teléfono y continúe con mi rutina. Me encontraba de vacaciones, por lo que en realidad no me importaba la hora para levantarme, pero ese día había decidido ser "productiva" por primera vez en todas mis vacaciones. Tomé la pintura que llevaba días arrinconada en una esquina de mi habitación, la abrí y decidí que era momento de comenzar a pintar las paredes azules de mi cuarto. Me encantaba hacer cambios, la sola idea de pensar en que todo quedara tal y como está por mucho tiempo me agobiaba, así que constantemente cambiaba algo de mi entorno. A veces pintaba mi cabello de un color totalmente distinto, otras, decidía probar un nuevo estilo de ropa, comenzaba a hacer nuevas actividades (solo las planificaba, pero jamás las hacía, ya que la flojera me ganaba), o decoraba mi habitación de forma distinta. Y en eso consistía mi rutina: cambios constantes. 

Di la primera capa de pintura, creyéndome toda una Picasso, decidida a sumergirme en la pintura y no pensar en nada más. Pero cuando menos lo creí, ya estaba encendiendo el teléfono para revisar si había alguna notificación. Era consciente de que solo habían pasado cinco minutos desde que había enviado el mensaje, pero me encantaba crear pequeñas escenas de drama, sobre todo cuando tenía los nervios encima.

Seguí pintando, pero esta vez decidí poner música a todo volumen. Vamos, ¿quién no ama hacer las cosas con música? Disfrutar de la melodía y cantar a todo pulmón como si estuvieras en tu propio concierto es todo un privilegio que pocos se atreven a experimentar. De pronto, me distraje totalmente de lo que en un principio hacía, la brocha que llevaba en mi mano llena de pintura morada se convirtió en mi micrófono, y yo me encontraba en el escenario de la voz México, donde los jueces eran los peluches sobre mi cama (no es por presumir, pero recuerdo haber visto que todos se voltearon).

—We could have had it aaaaall. Rolling in the deeeeep. —Canté al estilo Adele, versión gallos acústicos.

Me encantaba cantar las canciones de Adele (aunque salieran a correr mil gallos en el intento) suponiendo que tuve cinco divorcios, y estaba en un proceso de uno, pidiendo manutención a un padre irresponsable para mis dos hijos. Sí, me creaba toda una historia. Pero esa es la verdadera magia de cada canción, la forma en que te hace sentir cada letra. Siempre lo dije: la vida sin música no se disfrutaría de la misma forma. Pues no habría una historia con la cual identificarse y dejar sacar cada emoción al dejarte llevar por la melodía.

Me encontraba centrada en revivirla con la canción, pero mi pequeño momento desapareció. Pues se vio interrumpido en el momento en que mi teléfono, que yacía sobre un pequeño mueble, vibró, indicándome que un nuevo mensaje había llegado.

Oh, no...

Y sin necesidad de nada, mi corazón ya estaba acelerado a causa de los nervios. 

Con las manos temblorosas tomé mi teléfono y encendí la pantalla. Ahí estaba el inicio de todo:  

Hola.

De esa manera tan trivial comenzó, solo fue cuestión de una notificación de un desconocido que pronto dejaría de serlo para convertirse en lo que ahora le llamo la mejor casualidad de mi vida.

Un solo mensaje dio inicio a lo que se convertiría en mi mejor historia para contar.

𝑰𝒏𝒆𝒇𝒂𝒃𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora