Corriente distinta

Capítulo 1. Helado

Las noches pasadas podía asegurar que eran igual de frías y solitarias, parecidas -o idénticas- a todos sus veinticuatro de diciembre que lograba recordar. La luna caía como un lucero sin esperar a las estrellas. Después, quedaba un manto oscuro sobre ellos y sabía que, si miraba por el tiempo suficiente, podía sentir la eterna oscuridad y silencio que reinaba en el espacio.

Le gustaba leer, conocer sobre todo lo inimaginable que una vez de chiquillo soñó, era impresionante las cosas tan magnificas que podía descubrir tras unos libros con una portada tan simple. Leía lo suficiente -o lo que alcanzaba a leer-, antes que la señora bibliotecaria lo sacara casi a patadas de ahí. "Vieja bruja", pensó una vez Gregory cuando lo tomó fuertemente del brazo (que más tarde le quedarían marcas rojas de sus huesudos dedos) luego de negarse a salir después de la hora de apertura.
Pensaba que, nadie con un gramo de empatía trataría así a un niño; a excepción que era un chico huérfano y la mayoría de tontos adultos tienen prejuicios muy estúpidos sobre los niños huérfanos.

Los amaneceres le parecían lo más sencillo y bonito del mundo. Era precioso apreciar una de las maravillas que la gente pasaba por alto. A menudo los veía cuando no dormía una buena parte de la noche debido a la ansiedad a que alguien se le acercara o lo atacara.
A veces admiraba la noche, la eterna compañía que siempre tenía cuando se sentía solo a media noche luego de despertar tras las horribles pesadillas.

Esa noche y amanecer fueron muy diferentes a todas las que había vivido en su corta edad. Casi muere -en demasiadas ocasiones- por robots sádicos a falta de un tornillo, una coneja con tendencias psicopáticas lo estuvo siguiendo al igual que la gruñona guardia de seguridad. Se abrazaba a si mismo luego de pasar el peligro, total, ¿de donde sacaría las ganas de volver si no había nadie que lo esperara además de la soledad?

Sin saberlo, esa vez tendría una razón para hacerlo. Es decir, dos.

Vanessa salió de las sombras, ya no traía ese uniforme de vigilante de seguridad, portaba unos pantalones negros y una camisa de manga larga a cuadros morados y negros. A Gregory le recordaba de esas típicas que usan los leñadores.

Estaba acercándose a la entrada principal, ignorando la presencia del chico a unos metros de su distancia. Deseó con todas sus fuerzas que no se volteara cuando de pronto la muchacha se detuvo abruptamente, con su mano sosteniendo el pomo sin haberlo girado. Toda la suerte que tuvo durante esa madrugada se esfumó, la chica giró sobre sus talones y miró al niño como si ya supiera donde estuvo durante ese tiempo. La sensación fue extraña, muy extraña. Todo rastro de mal humor y apatía ya no se expresaban en las facciones y movimientos de ella, parecía más humana, más...otra persona.

En lugar de eso, le sonrió de manera cálida al momento de encararlo, con los ojos esmeralda brillando al verlo. Su mirada imploraba un descanso tras esas sombras bajo sus ojos.

<<¡¿E-es una broma?!>>, pensaba Gregory desesperadamente. <<¿Una especié de juego de ella para torturarme?>>

No había hablado con Freddy durante esos segundos en que Vanessa iba hacia ellos. Tratando de calmarse, cerró por completo el cierre de la bolsa donde reposaba la cabeza del oso. El animatronico quiso objetar ante la improvisación del niño, pero hablar delataría más los nervios de su pequeño amigo.

Gregory estaba cansado, harto de huir. Sus últimas fuerzas aguardaban para su caminata junto a Freddy, hacia un destino indefinido. No tendría una fuerza extra por si lograba evadirla (si podía contra el tamaño y fuerza de la muchacha, no huiría de nuevo a la instalaciones). ¿Clamaría piedad si pasaba todo lo contrario? Pudo ver una tenue luz naranja emergiendo al horizonte, justo detrás de Vanessa. Sin pensarlo más, optó por usar una medida desesperada.