Capítulo 3. Olor a fármaco.

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Las luces de los faroles de la calle comenzaron a encenderse una tras otra por toda la calle. La noche se avecina. El atardecer había terminado y en su lugar el cielo estaba en tintado con salpicaduras de acuarela naranja, rosa y una mezcla entre azul y morado, las nubes se veían dignas de un cuento fantástico, bañadas en una luz azul casi con destellos muy coloridas dentro de ellas. Era como ver algodones de azúcar en un mundo donde las estrellas son como luciérnagas; el atardecer nunca terminaba. Algunas luces parpadeaban una o dos veces, tal vez para lograr encenderse por completo ya que su luz no era muy brillante.

La gente en las calles comenzaba a escasear y los autos invadían las avenidas con sus extravagantes colores, contaminando las pasivas avenidas viviendo en paz con las espesas sombras de la reciente noche. Desde lo alto del edificio donde estaba Gregory lograba escuchar música, discusiones y alguna que otra palabra malsonante que a alguien se le escapara al gritar. Era un caos todo aquello, pero tan perfecto el caos que presenciaba por primera vez desde arriba.

Poco a poco los sonidos escandalosos se convertían en un arrullo para él, sus párpados pesaban al igual que sus brazos y piernas, luchaba por no cerrar los ojos en aquella mesita de la terraza (Vanessa la había sacado amablemente para que no estuviera todo el tiempo observando en una posición incómoda), pero, sin que el lo decidiera sus párpados bajaban lentamente, logrando deslizarse y al cerrarlos por completo sellaría finalmente ese día.

Pero lamentablemente un hueco en su estomago, similar a un calambre lo azotó de lleno, liberandolo del mundo de los sueños que estaba por pisar.

Contemplo somnoliento los edificios frente a él y después paso las palmas de sus manos por todo su rostro. No sabia que le molestaba más, si el sueño que golpeaba su cuerpo o el hambre que palmeaba constantemente en la boca de su estómago.

Vanessa se apareció por la puerta corrediza, Gregory percibió que ella estaba igual de cansada que el (debido a su trabajo como guardia claro), Gregory sentía que estaba en un sueño aún sin poder digerir, ellos dos conviviendo, charlando como si fuera algo común de toda su vida, y para más extraño, aparentemente viviendo en el mismo techo.

Vanessa le preguntó si quería comer algo ya que horas antes se negó, Gregory deseaba seguir contemplando el atardecer del sol brillante de verano. El aceptó y después ella se retiró mientras le decía con una voz somnolienta que en un momento volvería a llamarlo. El niño se perdió de nuevo imaginando que jugaba en algún lugar lejano con Freddy, caminando y entrando a tiendas de la ciudad. Se quedó soñando despierto

...

Gregory estaba en la pequeña mesita al lado de la cocina, degustaba un rápido sándwich de queso y jamón sin mayonesa, lechuga, tomate u otro aperitivo que normalmente sabía que llevaba. Vanessa se disculpó con él con la excusa que debido a su trabajo nocturno tenía repentinas siestas y pasaba casi toda la tarde dormida hasta unas horas antes de su trabajo, así que no podía conseguir más para su despensa a excepción cuando compraba en tiendas de autoservicio. Gregory no se molestó en responderle, sólo asentía a cada palabra que la rubia parlaba. Cinco minutos después cuando le preguntó si quería cenar, ella llegó con dos sándwich que a simple vista se veían apetitosos. Le entregó y después dijo que recogería algunas cosas de su habitación. Acudiría acompañarlo luego de terminar, le dijo que no tardaría. Pero eso había pasado hace diez minutos -al ser un niño era demasiado impaciente- y deseo haberle insistido en qué se quedara.

Cuando el chico comía el segundo sándwich y comprendió que Vanessa tardía más de lo que esperaba, comenzó a comer lento, cada mordida era mucho más lenta que la anterior, saboreaba cada bocado agrio al mismo tiempo que observaba aquella esquina, después simplemente dejó de masticar; más que nada fue demasiado terco sobre tener cuidado con sus dientes y el dolor comenzaba a ser presente de nueva cuenta.

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