CAPÍTULO 2:LAS CUEVAS DE NANDÂ

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Kayra abrió los ojos lentamente, por un momento se aferró a las mantas que lo cubrían y estuvo al borde del llanto y los gritos. Lentamente se calmó cuando la lucidez fue apareciendo lentamente en su somnoliento cerebro, hasta que recordó en dónde estaba y el por qué de ello. Muchas veces le pasaba, quizás demasiadas, cada vez que despertaba se sentía desorientado y no entendía en dónde estaba. Pues había pasado de despertar en su cama con su techo ya conocido, a despertar en un lugar cavernoso, un poco frío y envuelto en pieles de animales desconocidos. Entonces recordaba que ya no estaba en casa, que habían tenido que escapar y que probablemente nunca podrían regresar... y que estaban en las cuevas de los lobos del bosque, los lobos que les habían salvado de sus perseguidores.

Se sentó y se estiró como un gatito, se frotó los párpados y miró alrededor buscando a su hermano, pero como era costumbre... Lubah no estaba. Kayra suspiró y se pasó los dedos por los cabellos tratando de peinarlos un poco.

Siete días habían pasado desde que abandonaran la ciudad, siete días habían pasado desde que perdiera a su papá y su madre quedara gravemente herida. Siete días había pasado viviendo en esas cuevas con lobos que... bueno, ya no eran lobos. Los lobos de Nandâ podían convertirse en esas poderosas y enormes criaturas cuando les placía hacerlo, su transformación era voluntaria, no dependían de las lunas ni de nada más, sólo de la práctica personal y el deseo. Así que Kayra se había visto rodeado de personas comunes y corrientes todos esos días. Personas que eran amables y les cuidaban pese a no conocerles de nada. Estaban a salvo, en esas cuevas estaban a salvo.

Cuando salían a tomar un poco de sol, de respirar aire fresco y beber agua de los arroyos, eran acompañados por lobos ya transformados que les cuidaban las espaldas y el perímetro. Los lobos eran amables.

Su madre estaba en un lugar especial, donde trataban de curarla desde que la habían llevado allí. Kayra sabía que su mamá estaba demasiado grave, no entendía exactamente lo que sucedía cuando alguien moría, pero sabía que su mamá ya no estaba entre ellos. Estaba dormida, aún respiraba y todo cuanto le habían explicado, pero él no podía sentirla. Era un concepto extraño aún para un adulto, Kayra tampoco sabía explicarlo si alguien se lo preguntaba... pero lo sentía de esa forma.

El niño se levantó, se vistió y recorrió los pasillos de las cuevas para llegar hasta aquel espacio en donde se reunía toda la manada para comer. Podían vivir en cuevas, pero tenían todo armado de una manera en que la luz del sol entraba por ciertos recovecos especiales. Esa zona, que podría llamarse un comedor comunitario, siempre estaba llena de gente. La manada era enorme, Kayra podría haber contado casi una centena de haber sabido contar tan alto, pero él sólo podía decir que había varios lobos allí, muchos más de diez.

—Buenos días, cariño —le sonrió una dulce anciana cuando el niño se sentó a su lado.

—Buenos días, abuela Cepa —contestó él con una gran sonrisa.

Cepa era una loba muy vieja ya, tan avanzada en edad que no tenía la fuerza para transformarse. Pero era una mujer muy inteligente, muy lúcida y amable. Cuidaba de los dos hermanos mientras otros se hacían cargo de la delicada situación de la madre. Kayra estaba encantado con la mujer, era muy buena con ellos y le gustaba mucho escucharla hablar. Era como si cada palabra de la anciana fuera una verdad absoluta y él adoraba escucharla. Cada vez que Cepa le narraba una historia, le explicaba algo sobre su especie o su manada, Kayra entraba en un transe de completa fascinación, le gustaba el sonido de su rasposa voz, los gestos que hacía y todo cuanto le contaba.

Lubah, por otro lado... no quería estar al lado de ella. Desde el primer momento le había prohibido a su hermano el revelarle a la mujer lo que su madre les había encargado hacer. Kayra era un niño ansioso como cualquier otro, pero cuando la figura que más amaba en su vida le ordenaba algo... tenía que obedecer, era parte de un código sagrado nunca escrito que llevaba cualquier hermano.

Cuando la Luz oscureceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora