CAPÍTULO 8:LA LUZ SE OSCURECE

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En medio de las sombras retumbaban las rejas, una y otra vez los golpes de un cuerpo que se azotaba contra ellas las hacía vibrar y elevar su canto en largos y pronunciados ecos.

Una y otra vez, el cuerpo de Lubah se golpeaba contra las rejas de la jaula, embestía sin cansancio, sin preocuparle los moretones que tuviera en el cuerpo, los cortes o el dolor que se estaba provocando. Necesitaba hacer algo, necesitaba poner resistencia, necesitaba hacer lo que fuera... pero no quedarse quieto mientras el tiempo se consumía y le dejaba en claro que no había escapatoria.

Jadeante, cayó sobre sus rodillas y miró alrededor... sintiéndose más atrapado que nunca.

Los habían metido en una jaula, como si fueran bestias y no personas. Los habían metido en una jaula bastante amplia, claramente diseñada para acoger a muchas más personas. Y para mantenerlas en la oscuridad o quizás para asegurar la vista de quienes pasaran por allí, ya que un manto negro se ubicaba sobre la jaula, de modo que nada ni nadie podía verles, y ellos tampoco podían ver lo que pasaba a su alrededor. No sabía si estaban en un depósito, al aire libre o qué.

Lo que podía deducir, era que no estaban solos. No eran los únicos prisioneros en ese lugar. Por lo que había llegado a escuchar, entre respiraciones pesadas, aullidos, gruñidos, golpes y demás... había muchas otras jaulas con otras criaturas prisioneras.

Mientras Lubah se desvivía tratando de doblar unos barrotes que nunca cederían, Kayra estaba sentado en un rincón. Se abrazaba las rodillas y mantenía el rostro enterrado entre estas. Respiraba despacio y se mantenía ausente de todo... cansado, enfermo según su hermano. Pero Kayra no se sentía mal, sólo un poco cansado y a la vez muy ansioso. Tenía la sensación, no, tenía certeza de que tenía que hacer algo... y pronto, porque el tiempo se le estaba acabando, pero no sabía el qué. Era frustrante, y lo hacía sentir mucho más nervioso de lo que ya estaba.

El tiempo... el tiempo se acaba.

Y entonces venía a su mente el recuerdo de aquellos ojos rojos, dos rubís tan perfectos, tan perturbadores. Recordaba la mirada de la Golondrina de Fuego... y sin embargo no podía recordar lo que era esencial para ese momento. Sí, porque tenía en claro que tenía que recordar algo, el qué... le era un misterio.

Y el tiempo se estaba acabando.

—¿Kayra?

Lubah se acercó de repente, le sujetó el rostro entre ambas manos y lo miró con preocupación. Lo acunó contra su cuerpo como si fuera un bebé y lo miró con atención, no quería demostrar preocupación, no quería que se notara lo angustiado que estaba por el estado de su hermano... no quería asustarlo, pero resultaba tan difícil. Kayra estaba... no pálido, sino descolorido. Le acarició los cabellos rubios, los cuales también estaban perdiendo la suavidad y el lindo color. La vida se estaba escapando de Kayra, podía verlo, podía sentirlo.

—Kayra... —le llamó acariciándole la mejilla pálida—. ¿Cómo te sientes?

El niño entreabrió los ojos, mostrando que aún el azul en ellos se estaba diluyendo.

—Kayra... —jadeó angustiado.

No sabía qué le pasaba. De un momento a otro, desde que la Golondrina se había batido a duelo contra... el mundo entero prácticamente. Desde ese momento, Kayra no era el mismo. Se estaba apagando. Lubah no sabía decir si estaba enfermo, si estaba cansado, si la oscuridad le estaba haciendo daño o estaba pagando de forma tardía las consecuencias de haber brillado tanto en los túneles de Cohan. No sabía qué era, qué tenía, qué podía hacer...

Lubah estaba por sacudir a su hermano, pero unos gritos se escucharon afuera. La jaula se abrió de repente y una intensa luz apareció moviéndose descontrolada, la luz de una Luminaria. Lubah podía ver a través de ella, y le entristeció ver que la Luciérnaga que la sujetaba también. Sin contemplaciones, la arrojó al interior de la jaula y la luz se apagó. La jaula volvió a cerrarse, y Lubah observó a quien había presentado tanta resistencia.

Cuando la Luz oscureceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora