Lubah miraba entre sus dedos el radiador que habían rescatado de los túneles, y no podía evitar preguntarse para qué serviría en realidad. Lo que podía decir era que irradiaba muchísima energía. Algo tan pequeño tenía la fuerza de producir tanto calor. Hasta donde él tenía entendido, ese tipo de tecnología humana se había perdido con el tiempo entre las guerras con las criaturas de la noche, luego de que se redujera tanto la población de humanos y que sus ciudades comenzaran a transformarse en ruinas.
La historia de esa raza poco y nada les importaba a las criaturas de la naturaleza, pero cuando se topaba con cosas como la que tenía en la mano, tenía que empezar a hacerse preguntas, y especialmente a cuestionar por qué les había parecido más cómodo no saber nada sobre los seres con los cuales compartían el mundo.
Todo lo que sabía, lo que alguna vez le habían explicado de forma muy superficial, era que los humanos habían sido la especie dominante de ese mundo... pero cuando las criaturas de la noche comenzaron a despertar de sus largos sueños (vampiros, licántropos y otros), comenzó la guerra. Y sin importar qué armas poderosas habían tenido los humanos, la avanzada tecnología o lo que fuera, su mayor debilidad yacía en ellos mismos. La soberbia y arrogancia humana había sido lo que les condenara a llegar a esas instancias: a vivir en pequeños pueblos, desprotegidos de todo y de todos. Habían perdido y por mucho, y ahora eran un eslabón muy inferior en la cadena de mando de esos tiempos. Se habían visto diezmados, desprovistos de los conocimientos de épocas pasadas, y su esperanza y valor había sido aplastada una y otra vez.
Quizás por eso habían nacido las Luciérnagas. Cepa les había dicho que las Luciérnagas nacían de humanos, pero que eran una especie diferente. Quizás eran el próximo paso tan esperado en la evolución humana, su manera de defenderse y cobrar lo que otros les habían hecho.
Como fuera, con todo eso, Lubah se preguntaba quién había construido ese aparato que en teoría no debería existir. Al menos no uno tan potente y en un tamaño tan portable. Pese a que no le hacía daño, calentaba mucho y sentía que su cuerpo se perlaba en sudor al estarlo sosteniendo todo el tiempo. Terminó guardándolo en el bolsillo del pantalón, esperando que dejar de tener contacto directo con eso en su piel ayudara un poco.
Miró alrededor, estaban cerca de llegar a la luna. Cerca de llegar al conejo, y finalmente tendrían la preciada información.
Había costado tanto, quién diría que tendrían que pasar por tantas penurias para poder encontrar a una criatura mitológica... aunque si lo ponía en esas palabras, tenía sentido que demandara tanto esfuerzo y sacrificio dar con algo que en teoría no existía, no más que en la imaginación de los niños antes de ir a dormir.
—¿Kayra? —preguntó sorprendido al sentir una especie de espasmo por parte de la manito que sujetaba—. Hey... ¿qué sucede? —preguntó preocupado deteniéndose e hincando una rodilla frente al niño para poder verlo.
Kayra lloraba... en silencio. Quién sabe cuánto tiempo llevaba tragándose los sollozos e hipando en silencio para que él no se diera cuenta. Con sólo ver los ojitos hinchados y enrojecidos, supo que tenía que ser un buen tiempo. Las mejillas sonrojadas estaban llenas de caminos salados. Lubah lo miró con angustia, esas lágrimas eran... eran tóxicas para él, le hacía tanto daño ver llorar a su hermano.
—¿Te duele algo? ¿Estás muy cansado? ¿Te arden los raspones? ¿Qué sucede, Kayra? Kayra... vamos, háblame. ¿Qué ocurre?
La desesperación comenzaba a sacudirlo. Empezaba a pensar que quizás Kayra había quedado con algún daño por el tremendo esfuerzo que había hecho por brillar en los túneles. Estaba lleno de cortes y raspones superficiales por los cabellos que lo habían sujetado, pero fuera de eso... había supuesto que estaba bien.
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Cuando la Luz oscurece
AdventureEl mundo que ya no es apto para los humanos. La tierra se ha vuelto salvaje a impredecible, y criaturas terribles han reclamado su domino sobre el mundo, marginando a los humanos al final de la cadena alimenticia. No obstante, hay quienes se mantien...