PROLOGO

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Gritos de guerra se escuchaban a lo lejos, los carros de combate del Faraón se acercaban a gran velocidad al pueblo hebreo, dispuestos a matar a todos. Moisés es consiente rápidamente de este hecho, cuando la gente clama en su ayuda, tan desesperados por no querer morir. Rápidamente camina entre la multitud, yendo hasta la roca más alta. Y ahí en medio de todo el caos, Moisés levanta su cayado, tal como su Dios le había indicado, ordenando a las aguas que se abrieran.

A lo lejos, Ramsés observa como el mar comienza a abrirse delante de los hebreos, provocándole gran asombro, que fue rápidamente aplastado por la ira que invadió su corazón

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A lo lejos, Ramsés observa como el mar comienza a abrirse delante de los hebreos, provocándole gran asombro, que fue rápidamente aplastado por la ira que invadió su corazón.

-¡Avancen! -Grita a sus soldados, pero no consigue mucho, a causa de las feroces llamas que aún se mantienen en su camino.

-No podemos su majestad -Dice el general, intentando aún que su caballo avance-. El fuego nos quemará a todos.

Ramsés chasquea la boca con resignación, su vista siempre al frente, observando con ira como los hebreos cruzan a salvo por entre las aguas, incapaz aún de creer lo que sus ojos le están mostrando. Sus puños se aprietan con fuerza, en un intento de contención a su impulso de querer atravesar las llamas e ir a matar con sus propias manos a Moisés antes de que sea capaz de cruzar todo el mar. Lo único que ocupa su mente, es el pensamiento de lo mucho que quiere tener entre sus manos la cabeza de ese miserable traidor.

Sus ojos se desvían hacia las llamas crispantes cuando cada vez son menos, es una señal de que el pueblo hebreo ha cruzado mayormente con éxito. Él no desaprovecha ni un segundo, pronto esta llamando a sus tropas a que avancen una vez más. Los caballos relinchan acompañando los gritos de guerra de los hombres sedientos de venganza, y avanzan con velocidad hasta adentrarse entre las aguas abiertas. Él, como faraón está al frente de sus hombres, con lanza en mano, apuntando en todo momento hacia los hebreos. Una gran sonrisa de victoria adornando sus labios, sin saber que no hay ninguna victoria para él.

Del otro lado Moisés en ningún momento se queda con los brazos cruzados, sino que ayuda a su gente a cruzar. Carga a los niños que puede y los pasa a las mujeres que ya están a salvo, también ayuda a los ancianos que no pueden seguir el paso de los jóvenes, y en poco tiempo todos consiguen estar a salvo en la orilla. La gente aún se encuentra temerosa, porque ven el mar abierto y a las tropas asesinas entrar en dirección hacia ellos. Pero Moisés solo puede respirar con tranquilidad, sabe que su Dios no dejara que pasen. Y Esta feliz a pesar de que su corazón aún se apriete de dolor a causa de los egipcios. Él nunca quiso esto, nunca quiso mas muertes innecesarias, pero ahí están. Sus ojos recorren todos los rostros posibles, algunos son conocidos, otros no, pero aunque no sabe nada de ellos, sabe que seguramente cada uno tiene una familia que llorara por su muerte. Y delante de todos ellos, esta el que alguna vez fue su hermano y confidente. Con tristeza ve la ira que recorre aquellas facciones borrosas, le duele verlo así, porque sabe que aquella ira fue la que los condujo hasta aquí, y no soporta verla más. Cierra sus ojos de los cuales escapan dos silenciosas lagrimas, que se deslizan lentamente hasta perderse entre la tupida barba de su rostro.

𝕰ʟ 𝕽ᴇɢʀᴇsᴏ 𝕯ᴇ 𝕹ᴜᴇsᴛʀᴀ 𝕳ɪsᴛᴏʀɪᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora