Capítulo 6

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No tenía opción. Le conté todo al abuelo, omitiendo ciertas partes obviamente. Tras una larga e intensa discusión respecto a Eiden, accedió a dejarlo solucionar a mi manera, no quería saber en qué rincón desierto en algún lugar del mundo lo hubiese mandado. No era su culpa, era inevitable.

Lo que si no logré fue que me dejara quedar en la habitación. Me dio una misión; buscar al tal Jean. Él tampoco sabía a quién me refería, no, no lo supo comprender cuando le dije que era un rubio muy alto de ojos color cielo y dentadura de perlas. Frunció el ceño mirándome muy confundido. Tuve que llamar a la caballería; mis asistentes.

Entre las cuatro ocupamos mayor rango entre tantos invitados, y sobre todo hoy, que estarán dispersos entre la mansión y la playa que queda justo detrás.

Recuerdo que la primera vez que llegué quedé muy sorprendida de cuánto abarcaba los terrenos de la mansión; tiene como dos kilómetros de bosque en la entrada, de ancho no estoy segura; por detrás apenas hay un kilómetro por lo que es el final de un barranco que da vista a la playa privada de los Alighieri.

Se construyó un camino que parece un túnel para no tener que rodear el barranco.

El majestuoso Massimo me echó a la playa, según él, los más viejos se quedaban a observar los objetos para la subasta y los más jóvenes e inexpertos se iban a disfrutar de un día lleno de sol, mar y arena. No sé si se quedó en el siglo pasado o qué pero en mi generación también hay quienes detestan el sol y huyen para no quemarse, como yo.

La señora P me obligó a inhalar un medicamento para dejar de moquear, fue horrible, es como cuando se te entra agua por la nariz en la piscina y te queda doliendo.

Ya casi daban las 10 a.m, el estómago me gruñía, me volé el desayuno para evitar al abuelo pero fue a por mi minutos más tarde.

De camino a la cocina divisé a Enzo y Bianca por el pasillo, los evité completamente saliendo por la puerta trasera. Pasaría hambre pero era mejor que toparse con esos.

Iris y Syn me esperaban. Me sentí como una espía al sacar los topitos y ponérnoslo en los oídos para comunicarnos. Iris iría a la barra, Syn a la zona "recreativa" y yo miraría con unos binoculares desde la garita de los salvavidas. El punto era que no debía verme.

Pasó un tiempo largo, larguísimo para mi. Mis tripas empezaban a rugir y todavía no había señales del rubio. Le daría cinco minutos más, si no aparecía me iría.

Nada me ponía más irritable que tener el estómago vacío.

Con los binoculares observé los minutos dispuestos pero me tope con una escena bastante insoportable; Amelia debía meterse en mi visión para fastidiarme la existencia. Eiden no mostraba el más mínimo interés en sacarsela de encima, lo que era incluso más molesto.

Y así, cinco minutos se convirtieron en una amargadisima hora, intentando no morderme las uñas.

Pasada ya la hora del almuerzo me escabullí de todos por los caminos menos transitados hasta la cocina donde Enzo me acorrala en el sentido literal de la palabra, cualquiera podría entrar y eso complicaría las cosas.

—Esperaba este momento—pude notar las ganas que tenía de acercarse a mi en sus movimientos corporales.

—El tiempo es limitado, aprovechalo, tengo asuntos pendientes por atender.

—¿Por qué eres así con tu querido primo?

—Tres minutos.

Tres minutos eran más que suficientes para arruinarme el día.

El significado de espacio personal parecía no estar en su enciclopedia cerebral. Me sentí incómoda al ver como intentaba alcanzar mis labios, por suerte mi destreza para escabullirme no me falló. Si no fuese por los malditos modales, hace un buen tiempo le hubiera partido los dientes de un golpe.

Las vidas secretas de JennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora