Hay días en los que soy una espectadora de mi propia vida, como si viese todo lo que ocurre a mi alrededor a través de un vidrio. Siendo más exacta, es como si pudiese observar todo mi entorno y a mí misma desde una perspectiva lejana.
Hoy es un día de aquellos. Estoy en el asiento del bus con los auriculares puestos y la música a todo volumen pero realmente no estoy escuchando la canción que suena en estos momentos. Todo es irreal. Las calles grises y caóticas al otro lado de la ventana del vehículo; el sujeto obeso frente a mí, que acapara dos asientos con su enorme cuerpo; la mujer con el bebé en brazos, el cual no para de llorar, o gritar, mejor dicho; el conductor intrépido que acelera y sobrepasa cuantos autos se le cruzan por el camino. Todo el caos a mi alrededor no causa ningún efecto en mí. Es una sensación extraña, pero conocida. Se podría decir que, con los años, el estado de estar-y-no-estar se ha vuelto mi zona de confort en momentos de mucho estrés. Es como un interruptor. ON, emociones activadas, estrés activado, angustia activada, miedo y pánico activados. OFF, todo se disipa y me convierto en una especie de robot espectador de mi propia vida.
Mientras cavilaba sobre este robótico estado, no me percaté de que debí haber bajado del bus hace ya varias paradas. Uno de los contra más perjudiciales de mi estado robot es que me abstraigo y pierdo la noción de todo, así que suelen pasar cosas como esta muy amenudo.
Las calles están muy concurridas, no era lo que esperaba. Tengo que concentrarme en caminar para que mis piernas no cedan y termine tropezando o cayendo al suelo. Cuando camino junto a mucha gente, me pongo en estado alerta. Puedo sentir las miradas como agujas en todo mi cuerpo. Puedo oír sus pensamientos juiciosos. Puedo leer las malas intenciones en sus expresiones.
Sigo caminando. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Las rodillas se sienten como gelatina. Solo quiero llegar a casa y echarme en la cama.
De la nada, pasó lo que tenía que pasar. Tropecé y choqué contra alguien. Quedo aturdida unos segundos en el suelo. Cuando recobro la compostura, puedo ver una mano extendiéndose hacia mí.
–¿Estás bien?
Es una voz rasposa, grave y tosca.
–Ven, levántate.
Tomé la desconocida mano y me puse de pie. Sobre mis poco confiables pies. Al levantar la mirada, se me heló todo el cuerpo. Era el ser más delicado y hermoso que había visto jamás. Una joven preciosa, pálida y de cabello negro largo; con los ojos más oscuros que he visto en mi vida.
–¿Estás ebria?
¿Ebria? ¡No! Claro que no. Yo no consumo alcohol.
– ¡No!– mi voz sale más violenta de lo que pretendo y esto me averguenza. Puedo sentir cómo se me pone la cara de mil colores–Me he mareado de repente, siento haberte golpeado– Me las arreglo para decir.
–No pasa nada, ¿cómo te llamas? Yo soy Carla, mucho gusto.
Lo dijo todo con una expresión neutra, ningún rastro de emociones se reflejaba en sus ojos. Eso me atrajo aún más. Mientras pronunciaba cada palabra, no pude evitar mirar sus labios rosados y carnosos. ¿Qué es esta sensación de hormigueo en el pecho? ¿por qué siento la repentina necesidad de volverme cercana a ella, a Carla. Recordé que no me había presentado.
– Soy Constanza, pero puedes decirme Connie– mi voz sonó más calmada esta vez.
Pude percatarme de que, pese a su contextura delicada, Carla era muy alta e imponente. Sexy.
–Te acompañaré a casa, si no te molesta. Me sentiría muy culpable si te vuelves a desplomar en el camino, ¿por donde vives?.
Automáticamente tomó una postura protectora. Sentí de nuevo el hormigueo en el pecho, ahora acompañado de un calor súbito en las mejillas y un presentimiento extraño. Como cuando sabes que algo crucial acaba de suceder.
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Quédate Conmigo Hoy
RomansaConnie nunca se ha enamorado. Su vida era vacía y monótona hasta que conoció a Carla y todo cambió. Para bien o para mal, todo cambia.