Fractura expuesta

79 8 0
                                    

Llegamos hasta donde estaba la entrada: un montón de maleza cubría una grieta entre rocas, que estaba al finalizar la ladera de un monte. Daba la impresión de uno se iría a quedar atrapado si intentaba pasar por aquella abertura. "Los machetes", dijo Gustavo, y los usamos para apartar la hierba que rodeaba las rocas. No fue nada fácil. Cuando intentaba golpear con fuerza, le pegaba a las piedras y lo que cortaba no era mucho. Si golpeaba de lado, como en diagonal hacia abajo, tampoco cortaba nada. Natalia, con dos o tres golpes, quitó con facilidad la hierba que le correspondía a ella y de paso la mía. "Está creciendo cada vez más dura", dijo cuando terminó de cortar mi parte.

—¿Y ahora qué? —pregunté.

Justo en ese momento, antes de que me dijeran cualquier cosa, exclamé mirando hacia la roca:

—Yo necesito perdonarme para dejar de volar con las alas rotas.

Como si se estuviera encendiendo un bombillo que subía cada vez más su intensidad, el fondo de la grieta emitió una luz que nos iluminó el rostro. Natalia me miró haciendo un gesto de aprobación. "Te dije que el man es bueno", le comentó Gustavo, y luego volteó a verme y me habló: "Pana, el lápiz y la libreta son para eso. Tenés que anotarlo por si se te llega a olvidar y tenés una emergencia como la que te comenté". Entonces tomé la libreta y anoté palabras clave: perdón – volar – alas rotas.

El lugar se iluminaba cada vez más, pero no solamente porque hubiera una luz más intensa, sino porque la roca se hacía más delgada, como si se estuviera cayendo en forma de arena, haciendo que la entrada se hiciera más amplia. Hubo un ligero olor a pólvora que se disipó unos instantes después, pero fue suficiente para que Natalia se pusiera nerviosa y se quejara porque aún yo no daba el primer paso:

—¡Tenés que pasar vos primero!

—Pero es que ¿cómo voy a pasar yo primero? Ustedes lo han hecho más veces que yo.

—Tenés que pasar primero porque vos lo abriste.

—¿Y si pasamos al mismo tiempo? —pregunté con algo de miedo.

—Está oliendo a pólvora otra vez, Gustavo. ¿Podés empujar a este man para que se mueva? ¿O lo empujo yo?

—Pasá vos primero, Juan. Es más fácil si la persona nueva entra primero. Al parecer, así los ataques son más suaves.

—¿Ataques? ¿Como el de la ballesta?

—Sí, así.

—Pero a mí no me van a lanzar ningún flechazo, porque...

—Sí, pana, sí —interrumpió Natalia—. Porque los miedos de cada uno son diferentes. Entrá y te vas a dar cuenta de todo.

Dejé de pensarlo tanto y pasé. Era un sitio oscuro. No lograba ver de dónde venía la luz: simplemente las paredes estaban iluminadas, como hechas de algún material fluorescente. "¡Esperate, Gustavo!", alcancé a decirle mientras lo estaba viendo. "¿Qué tengo que hacer?". Él me miró con cara de incertidumbre: "Solo tenés que sobrevivir y avanzar". De repente, las paredes perdieron su brillo y todo fue total oscuridad. Me quedé paralizado al no saber qué hacer. Pude sentir una gota de sudor bajando por mi sien derecha, a pesar de que estaba haciendo frío. Con la gota que sentí supe una cosa: ya no estaba tranquilo. En ese momento, mi celular, que estaba apagado, vibró dentro de mi bolsillo, pero sin que se encendiera la pantalla. Cuando lo tomé en la mano, del altavoz salió un crujido, con la voz metálica que Gustavo me había mencionado. La recordé inmediatamente. Pero en esta ocasión no fue para decir cuánto tiempo de vida le quedaba a alguien, sino para darnos otro mensaje, uno que todos escuchamos con mucha claridad: "Uno de ustedes tres va a traicionar a los otros dos".

Atraviesa el túnel o muere en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora