15. ᕼᑌIᑕᕼO

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Harto de razonar sin éxito con el marido de Zoila acerca de por qué debería dejarte llevarla a un hospital de lujo en la capital en vez de operarla en aquel pequeño sanatorio con tantas limitaciones y ese médico de quinta. Fuiste tratado como menos que basura y te llamaron "metiche". Tú única esperanza era encontrar a tus amigos para que Beto los hiciera entrar en razón al marido de su prima. Pero no te dio tiempo; lo viste correr como el viento hacia la salida, con Juancho detrás.

Entonces los seguiste, tan discretamente como lo harías conduciendo un volvo último modelo por las calles de aquel pequeño pueblo y de madrugada. Aparcaste el coche en determinado punto para seguirles mejor el paso. Viste de lejos a Juancho correr tras de Beto hasta perderle la pista y luego éste no tuvo idea de hacia dónde fue el primo de Zoila ¿No era obvio hacia dónde se dirigía?

Mientras Juancho dudaba, tú condujiste rumbo hacia aquel barrio donde crecieron los cuatro. Necesitabas hablar con Beto sobre lo que estaba pasando antes que tu otro amigo apareciera para complicar más el asunto, como siempre.

Pero fue tarde; llegaste en el momento en que los dos se estaban dando de golpes.

Aparcaste el coche con cuidado del otro lado de la calle ¿Qué más podías hacer excepto mirar de lejos? Lo hiciste durante tu juventud durante las madrugadas de insomnio, como aquella cuando esos policías mataron a Federico Huertas. Mirar y callar, tan solo un espectador silencioso sin derecho a intervenir en aquella obra de teatro.

Pero entonces algo ocurre: en vez de partirle la cabeza a Beto, Juancho lo atrae hacia sí y entonces...

¿Un beso? ¡Malditos maricas! ¡No estabas viendo cosas! Sí se traían ganas esos dos. Lo sabías y Zoila lo sabía también, al igual que todo el mundo.

En otras circunstancias, te estarías regocijando en su vergüenza o lo que sea que estuvieran sintiendo

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En otras circunstancias, te estarías regocijando en su vergüenza o lo que sea que estuvieran sintiendo. Pero ya qué más da; hay cosas que te preocupan más. Así que evitas tocar el tema, al igual que ellos dos. En vez de eso, los tres se quedan en medio de la oscuridad del jardín del hospital. Beto les explica lo que va a pasar mañana luego de que le dijiste que era necesario llamar a la fundación para cancelarlo todo.

—El concierto sigue en pie. Es lo que Zoila hubiera querido.

—¿Y quién va a...? —argumentas. No concibes la idea de "Zoi-la mara y los tres peludos", sin Zoila. Algo como decir "The Jimi Hendrix Experience", sin Jimi Hendrix.

—Él —puntualiza Juancho sin mirarlos de frente.

Frunces los labios conteniendo la risa. No has olvidado lo que pasó en esa ocasión en que Beto intentó cantar y arruinó la oportunidad de la banda de tocar en "Campiña", aquel programa de televisión de moda en la época.

—Es lo que querría —insiste Beto.

Saca de su bolsillo una carta, de puño y letra de Zoila y te recita la parte en donde dice que, en caso de que no llegase al día del concierto, quiere que su primo tome su lugar como la voz líder.

—Helena y los niños van a venir mañana para vernos... —agrega de repente, mirando a Juancho.

—A verte hacer el ridículo —le suelta su, ahora calvo, amigo y luego se dirige a ti—. ¿Quién más cree que es mejor cancelarlo todo y esperar a que Zoila se recupere?

—¡Yo! —respondes de inmediato, fuerte y claro.

Sabes que te estás mintiendo a ti mismo y Zoila no va a despertar, pero quieres tanto creer que existen los milagros. Quizá si, como decía tu madre, lo confesabas en voz alta, tu plegaria sería escuchada por Dios.

¿Cuál Dios? Uno que te dio una madre alcohólica y un padre al cuál no conociste, que en una noche destruyó el único hogar que conocías y que permitió que acabaras con tu madre. Que te hizo feo, pobre y gordo. El mismo ser que, si es que existe, no te escucha. Porque si todo eso no fuera suficiente, está a punto de llevarse al alma más buena y pura que has conocido. Pero estás tan desesperado que hasta eso vale la pena intentarlo, si es que existe una posibilidad de que él te escuche. El nuevo plan, buscar la capilla del hospital, doblar las rodillas y rogar por un milagro.

Sin embargo, Beto está decidido. Amenaza con subir él solo si es que ustedes dos no lo van a hacer. Argumenta que van a venir su esposa y sus hijos a verlo. Que es lo que Zoila quisiera; les lee aquel papel de puño y letra de su prima donde dice que deben seguir con o sin ella. No crees que se esté refiriendo solo al concierto, tú que conoces bien a Zoila y eso te aterra. Si aceptas hacerlo, significa que admites la derrota, la muerte de todos tus sueños de juventud, dejar ir aquellos recuerdos:

Tú y Zoila alimentando aquel perro callejero hasta atraerlo a tu casa, escuchando música en aquel transistor con el dial trabado en la misma estación, los dos solos en el patio de la casa de sus tíos, ajenos al mundo, congelados en el tiempo.

El día que te rechazó para irse con el que ahora es su marido, algo en ti murió, aunque no del todo, solo estaba esperando una oportunidad para renacer. Si Zoila se va, aquello se perderá para siempre y quizá no desees que eso pase.

De repente algo en la actitud de Juancho cambia, no entiendes por qué. Pero su actitud cambia de un "no" tajante. Comienza a considerar las razones de Beto para continuar con todo esto hasta que por fin éste logra convencerlo.

Les das la espalda de regreso al hospital. No quieres seguir escuchando. ¿No se supone que viniste por revancha? Según tus planes, la noche antes del concierto, deberías estar durmiendo con Zoila, pero en vez de eso ¡la estás desahuciando!

¿Qué procede sino estar con ella en sus últimos momentos de vida? No importa si el idiota de su marido no te deja entrar a verla, solo quieres estar lo más cerca posible, aunque te separe de ella un muro, o un pasillo, o todo el maldito hospital.

—¿A dónde vas? Si te apuntas, ¿verdad Gordo? —te cuestiona Beto hablándote por detrás.

Volteas y lo encaras con cólera.

—Adentro, que ya perdí mucho tiempo —le explicas—. Puedo conseguir una avioneta en una hora y, con unas llamadas a un amigo mio que tiene un hospital en...

Beto, con los ojos llenos de lágrimas, te enseña la parte de la carta de Zoila en donde ha pegado la copia de sus resultados médicos. Es como si una luz te hubiera golpeado al comprenderlo todo: el tumor en su cabeza es terminal y no hay nada qué hacer.

—¿Qué más nos queda hacer por la prima...? —dice Beto y se le quiebra la voz.

Sin sentir cómo, rompes en llanto para luego juntar aplomo. Al carajo el orgullo, el rencor y lo demás. Quizá sea tiempo de volver a ser "el Gordo Harrison" una última vez.

Te acercas a ellos arqueando la espalda. Los rodeas con tus brazos como cuando eran jóvenes y tramaban algo como escaparse de las clases de la tarde.

—Si vamos a hacer esto... —les dices—. Tenemos que hacerlo bien No nos quedan muchas horas y aún nos falta ensayar. 

 

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Zoi-la mara y los tres peludosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora