Anaïs
Ha sido un día fantástico. Me lo he pasado en grande en la boda de mi mejor amiga. Se quieren tanto que verlos juntos y felices me deja un sabor a «nube de caramelo» que, la verdad, es bonito verlo, pero me empalaga. Ha costado que les llegara su momento; aun así, me alegro de que sea verdad eso de que lo bueno se hace esperar, porque se lo merecen.
Nunca olvidaré el día en que Zeus y ella nos anunciaron que se iban a casar. Alquilaron una masía rural, rodeada de bosque, a la que se accedía por un camino ideal para rodar una película de miedo. Alejandro y yo fuimos los primeros en llegar y, tras saludar a los anfitriones, aparecieron Sophie, Toni y Adrien. Nos sentamos en el porche a tomar unas cervezas mientras esperábamos a Marc. Este, tras llamarnos porque se había perdido, llegó veinte minutos más tarde.
En cuanto llegó, Hera le dio un cariñoso abrazo y le tendió una cerveza para que se uniera a nosotros.
Durante la cena Hera y Zeus se pusieron en pie, se miraron cómplices y nos pidieron un momento de atención.
—¡Nos casamos! —dijo Hera con una sonrisa radiante.
Todos nos quedamos atónitos, pues esa noticia no nos la hubiéramos esperado jamás. Nos miramos unos a otros con los ojos abiertos como platos, incrédulos. Sabíamos que no eran hermanos de sangre, aunque sí tenían los mismos apellidos y jamás hubiéramos pensado que querían formalizar la relación.
—¿Qué? ¿No vais a decir nada? —nos increpó Zeus agarrando a su novia por la cintura.
Se empezaron a oír los gritos de felicitaciones y enhorabuenas por el porche, acompañados de risas y aplausos. Hicimos un brindis y se convirtió en una gran noche.
Estoy agotada y le doy las gracias a mi amiga por haberse casado en la playa y así darme la oportunidad de ahorrarme los tacones, todo hay que decirlo; pero, ahora que me vuelvo a ver frente al espejo, la maldeciré siempre por haberme hecho vestir de blanco. ¿De verdad no podía llevar un vestido ibicenco negro? ¿Era imprescindible ir todos de blanco? Porque la quiero mucho, que si no...
—¡Atrévete a incluir el blanco en tu armario! —dice Alejandro entrando en la habitación mientras se ríe al ver mi cara.
—¡Ni loca! ¡No, no! No parezco yo, este trapo no tiene nada que ver conmigo.
—Pues a mí me ha gustado verte diferente, te sienta bien.
Se acerca a mi espalda y me rodea la cintura con los brazos. Nos agarramos de las manos, con los dedos entrelazados, y echo la cabeza hacia atrás, apoyándola sobre su hombro izquierdo. Sin movernos de donde estamos, un reguero de besos se desliza sobre mi cuello. Son los suaves labios de mi Alejandro los que me estimulan con solo imaginármelos.
Lo acompaño hasta agarrarme con fuerza de los pechos y siento la excitación subiendo por mis piernas hasta llegar a esa parte del cerebro a la que no llega la cordura.
Me doy la vuelta y mis labios buscan los suyos, a la vez que mis brazos se enredan en su cuello. Le muerdo el labio inferior y me relamo mientras me mira con las pupilas dilatadas; no hay día agotador que pueda arruinar nuestras ganas de poseernos.
Se agacha a mis pies y acaricia mis piernas, deslizando el vestido para descubrir mis muslos. Tan solo el tacto de su piel, acariciándome, me provoca un cosquilleo arrollador. Cierro los ojos y siento cómo desplaza las manos hacia la cara interna de mis muslos. Mi sexo empieza a palpitar tras sentir su cercanía y, cuando sus caricias llegan a él, tengo tanta necesidad que me humedezco con el roce de sus dedos sobre mis braguitas.
Tras acariciarme tortuosamente, sus manos se posan sobre mis nalgas, me las aprieta con fuerza y me acerca a su boca, dándome un mordisco en el labio inferior, arrastrándolo hasta que mi piel no cede más.
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¡Atrévete!
RomanceAnaïs es una mujer con carácter, decidida y segura de sí misma, con un sueño por cumplir: tener su propio estudio de tatuajes. Algo que, a priori, parecía fácil, hasta que todo se tuerce. Alejandro, su pareja, tiene un exitoso local swinger en pleno...