Grasa | Kookmin

Capítulo 11

Casi seis meses pasaron desde la primera vez que Jungkook y Jimin se conocieron de verdad, aún así Jimin seguía comiendo solo en el comedor del colegio. Era una costumbre, además se consolaba pensando que de esta manera recibiría menos comentarios hirientes cuando comía hasta hacerse daño.

Todo seguía igual; Jimin comiendo bocado tras bocado, tragando sin saborear y gimiendo adolorido cuando su estómago le recriminaba con asfixiantes punzadas que era suficiente comida por hoy, Jimin almorzando entre tantos adolescentes pero también tan lejos de ellos, Jimin comiendo en una sala cálida y rumorosa pero fría y silenciosa a su vez.

No importaba que hasta ahora hubiera creado una amistad con Jungkook, nada de eso cambiaba el propósito inicial en la vida de Jimin, y nada de eso tampoco cambiaba algo en el propósito de Jungkook. Los dos tenían un objetivo que alcanzar y una vida que vivir cuando no estaban juntos, así eran las cosas lamentablemente.
Asimismo sucede con cada persona, mientras pedaleas un poco más a las afuera del sólito camino rocoso, todo parece diversión y felicidad, pero una vez que la realidad golpea y entendemos que nada es permanente, suspiramos y seguimos pedaleando sobre ese camino de piedras puntiagudas. Puede ser costumbre, puede ser masoquismo para muchos, pero incluso puede ser amor el porqué nos quedamos enraizados como un viejo árbol en el lugar que nos daña, tal vez miedo al cambio y sus consecuencias.

Jimin metió a la boca el último bocado de patatas fritas antes de percatarse que había devorado todo su almuerzo en un santiamén. Faltaba todavía media hora para que la campana sonara y las clases de la tarde empezaran, era lunes y solo a las cinco de la tarde podría regresar a casa.

Sin saber qué hacer, Jimin volteó disimuladamente hacia su derecha, hacia donde Jungkook almorzaba junto a otros compañeros del salón y de otros grados superiores. Jimin se embelesó en su sonrisa y en esa manera tan espontánea de comportarse; Jungkook apartaba de su plato aquello que no le gustaba, sin dejar de reír a carcajadas o sonreír despacio por cualquier tontería. Viéndolo ahí, como otro adolescente normal y risueño, Jimin cayó en cuenta de cómo otros, al igual que Jungkook, estarían fingiendo una sonrisa para pasar desapercibidos o solo encajar.

A este punto a Jimin le daba igual encajar, de todas formas se había resignado a una vida en soledad junto a su padre y abuelo, su único objetivo era pasar inobservado. Igualmente seguía siendo sorprendente ver cómo Jungkook lograba todo aquello. No mentiría, Jimin sentía un poco de envidia al respecto, pero justo ahora se preguntaba si envidiaba la facilidad de Jungkook para fingir, o que esos adolescentes obtuvieran su amistad en público a pesar que no lo conocían tanto como él.

Con tantos meses transcurridos juntos era difícil no haberse acostumbrado a Jungkook, por eso era molesto tener que ser un desconocido espectador de Jungkook durante los almuerzos del colegio, durante las clases y cuando cabía la posibilidad de ser vistos por un conocido del instituto. Ah, como empezó Jimin a sentirse ansioso cada vez que la hora del recreo estaba por llegar, pues solo ahí podía reunirse con Jungkook para charlar a escondidas.

Bien dicen que un amigo vale oro. Para Jimin valía un millón de veces oro, porque nunca antes tuvo uno.

En estos últimos seis meses Jimin aprendió a confiar en Jungkook, claramente a veces seguían surgiendo esos pensamientos de desconfianza pero todo se debía a su baja autoestima y no a Jungkook, pues el muchacho hasta el día de hoy le seguía demostrando a Jimin cuánto podía ofrecer una amistad de verdad; a veces, cuando Jimin se daba cuenta de la grande diferencia entre el presente y el pasado de hace seis meses, se encontraba perdido y perplejo, pero con un sentimiento de alegría también.

Jimin volvió a mirar su plato vacío para no levantar sospechas. Fijar sus ojos en Jungkook, un adolescente "valemadrista" en idioma adolescente, podría ser malinterpretado por muchos, sobretodo por ser el mismo adolescente que le había puesto ese sobrenombre tan peculiar y grosero: El chico Grasa.