En la profundidad de la selva negra, una vez existió una tribu que aprendió a convivir con la oscuridad de la naturaleza; viviendo entre las leyendas de las sombras y los seres de la noche; existiendo en una realidad ambigua, adornada de fantasía.
Eran hábiles cazadores, asesinos expertos y silenciosos, que dotados de la herencia de los ancestros, podían hacer frente a cualquier oponente. Ellos no cazaban seres ordinarios; se alimentaban de animales capaces de defenderse; que dotados de cierta inteligencia y armas asesinas, se convertían en rivales formidables. Además de esto, también debían cumplir una serie de reglas, que existían desde tan atrás en el tiempo, que su misma creación había sido cubierta por un velo de misterio. Los cazadores solo podían atacar de noche, mientras la luna los guiase y tenían prohibido mostrarse a sus presas a la luz del día... no cumplir estas reglas traería terribles consecuencias.
De todos los cazadores, Lilyth era la más temida; fuerte, ágil y letal; su capacidad para llevar a cabo su labor, sin ceder ante las emociones; hizo que aún dentro de la tribu, muchos habitantes le temieran. Se decía que ella había nacido para matar, se decía que ella era la encarnación de la diosa de la muerte. Ella, siempre se vio como la huérfana que era, atemorizada de todo y excluida de la aldea, despreciando su vida, odiándose a sí misma. Cuando fue obligada a cargar la daga del cazador, muchos esperaron que pereciera; mas se llevaron una sorpresa al verla regresar... insaciable, su instinto asesino innatural, bastó para que comenzaran a reconocerla, incluso alabándola como la reencarnación de la diosa de la muerte.
Esa noche brillante, guiada por luna y estrellas; ella tenía ganas de llorar. Su nombre se había convertido en un grito de esperanza que alejaba a la extinción de la aldea; los cazadores que la seguían, la respetaban tanto, que difícilmente le dirigían la palabra y muchos incluso se asustaban al verla...
¿Qué era ese sentimiento que la embargaba...?: Era frío que brotaba de sus adentros y se arraigaba, perduraba... cuanto quería llorar; le dolía el pecho sin saber por qué, deseaba que alguien la consolara, que alguien mostrara compasión por su existencia llena de amarguras; ser alabada y temida le repugnaba.
Era ese el sentimiento que la convertía en una asesina; en las noches de cacería, cuando la luna brillaba; descargaba todos sus pesares en sus víctimas; brutal, sedienta de sangre; segada por el odio hacia sí misma; las masacraba sin piedad.
Escurriéndose como una sombra, mientras avanzaban siguiendo las huellas de sus próximas presas, no podía evitar recordar los momentos de tensión, cuando su daga se batía sobre el cuerpo de aquellos grotescos seres. Casi podía acariciar el recuerdo de sus rostros, viendo en la profundidad de sus ojos sin vida, sentimientos que no podía entender y odios que reconocía con amargura.
Corrió una vez más hacia sus guaridas, alejándose de la seguridad de la selva; el silbido del ave lira: la orden a sus guerreros; atacar, matar. La sangre de los cazadores hierbe al entrar en batalla, y ella, la diosa pagana de la muerte, se convierte en la punta de la lanza...
La aldea de las criaturas estalló en gritos; esas bestias conocen los secretos de la destrucción, pues adoran a los dioses del fuego y del trueno y por ello, pueden matar a distancia a sus cazadores.
Pero Lilyth es invencible, ella los diezma sin cansarse, uno por uno, hunde la daga del cazador en sus pechos y los silencia, trepa a los techos de sus moradas y los embosca cuando intentan atrincherarse.
... ¿Qué sucedió esa noche? ¿Qué ocurrió diosa Lilyth? ¿Por qué permitiste que sus maldiciones mortales te alcanzaran?
Herida fuiste abandonada por los tuyos; siempre te tuvieron miedo, eso ya lo sabías, pero no querías creerlo...
Ella no se dejaría asesinar tan fácilmente, se ocultó en la oscuridad, mientras veía como sus guerreros escapaban, perseguidos por las criaturas; con el alboroto se coló en una de sus guaridas.
Creyó estar a salvo, pero se topó con una de las bestias, una hembra que la enfrentaba cuchillo en mano. Lilyth sabía que las hembras no eran tan peligrosas, podía ver el miedo en sus ojos por lo que no lo dudo, no podía permitir que la delatara... saltó sobre ella y la sometió, asesinándola en el acto.
¿Qué fue ese quejido que escuchaste? ¿Qué pasó por tu mente? ¿A caso te quebró?
La cría de ese ser, salió de las oscuridad que la protegía y corrió hacia su madre, llorando... Ella vio su llanto reflejado en el rostro del pequeño, vio su tristeza, consagrada en el abrazo del chiquillo a su madre fallecida... Ella se quebró, no podía más que sentirse olvidada, por el mundo y todos sus principios, por el miedo de estar sola, de no significar nada... se derramó en lágrimas, dejando que la cría llorara a su lado. Diosa Lilyth, descubriste muy tarde el significado de la muerte; solo cuando ese infante inocente, se acercó a ti para consolarte y te acarició, creyendo que también llorabas por su madre, solo entonces entendiste la verdad.
Ella lo abrazó conmovida y arrepentida, feliz por primera vez en mucho tiempo, pues casi se sintió apreciada, así lo supiera una farsa, el abrazo cálido de esa criatura, la reconfortaba.
Un grito... luz solar entrando por la puerta ¿Cuánto tiempo permaneció en ese estado de conmoción? En el umbral, una de las criaturas le apuntaba con su arma de trueno, esa criatura también lloraba, gritaba, gesticulaba, como si intentara hablarle, pero ella nunca entendería su idioma...
Entre el miedo y la resignación, Lilyth soltó al pequeño y aún herida, corrió alejándose de su atacante, como pudo tomó impulso y atravesó la ventana de la guarida, creyéndose libre de las ataduras de la tribu...
Pero Lilyth ¿Por qué olvidaste la última de las normas?
Al tocar la luz del sol, que recién despuntaba el alba, su cuerpo comenzó a quemarse, a volverse humo; incrédula y aterrada, levantó la mirada y se vio reflejada en el cristal de la ventana rota: era alta y oscura como un manto, sus ojos de oro, sus lágrimas de rojo...
... Los espantos que habitan en la profundidad de la selva negra, que cazan seres humanos, no pueden mostrarse ante el sol, porque es su depredador y ni siquiera tú, Lilyth, el más mortal de ellos, puede salvarse de su abrazo...
ESTÁS LEYENDO
Relatos Nocturnos
Short StoryPequeñas historias, creadas para consolidar la idea del miedo, de la locura... de la maldad.