Un automóvil compacto, de esos que pasarían por chatarra en casi cualquier otro lugar del mundo.
La carretera desolada; una destapada empinada que conduce a la finca de mi tía Amparo. El recorrido dura aproximadamente unos cuarentaicinco minutos en jeep, mucho más tiempo en mí destartalado sprint. Es una ruta que bordea la cordillera central en el corazón del departamento de Risaralda, en el municipio de Balboa y en una de sus regiones más apartadas; una zona rural, mayoritariamente cafetera, bautizada por el rió Monos, que serpentea por los valles en su trayecto hacia el cauca...
Si, mis papás me dijeron que no fuera en esta temporada, sobre todo en este carro, sobre todo, de noche. Eso pasa por ser terco y por dejarme coger la tarde.
De día es un trayecto apacible, casi fantástico; es posible ver una gran extensión, montaña tras montaña, de pequeñas fincas nutridas de cafetales, cada una con sus surcos de plátanos y árboles frutales... Se ven guaduales salpicando el paisaje; en las cimas de las montañas y en algunas partes de sus laderas, hay reservas de vegetación, pequeños bosquecitos autóctonos que aún sobreviven entre los cultivos; de vez en cuando es posible ver un guayacán, sin hojas, pintado de amarillo o de rosado porque florece completo. El horizonte lo domina la cordillera occidental; las nubes venidas del pacífico se arremolinan contra las montañas, coronadas por el parque nacional natural Tatamá, un macizo, según mi mamá, inexplorado; que a pesar de la distancia, inspira mucho respeto.
No es como si no conociera el camino, han sido varias las veces que nos damos de aventureros con mis primos y nos tiramos las dos horas y media que toma hacer el recorrido a pie. Es algo diferente y por eso me gusta, porque siempre nos siguen montones de mariposas y montones de sancudos... que pican como el diablo... y de vez en cuando, un campesino con sus caballos; pasa con un muy buenas en la boca, no falta el perro agresivo al que hay que espantar con palos... es toda una odisea para el que no esté acostumbrado.
Pero es algo completamente diferente ahora que voy de noche, en este carrito que a duras penas puede sortear los baches de la vía. Llueve, lo que limita mi visibilidad. Más allá de sus luces, que no cubrirán cuatro metros; no hay otra cosa más que oscuridad... Pero no es la oscuridad de la que hablan los que nunca han salido de la ciudad... ¿Quién en Bogotá podría decir que la noche es oscura? Si hay tantas lámparas que para dormir hay que tener cortinas negras en las habitaciones... la oscuridad de la que hablo, es algo más nostálgico, más mágico... es la verdadera negrura de la noche...
Es entonces cuando la imaginación comienza a jugarme en contra...
De pequeño vine de paseo muchas veces; la mayoría de ellas, acompañado de toda la familia. Era usual que compartiéramos las noches frente al fogón de leña, asando plátanos maduros, mientras escuchábamos las anécdotas de todos, que por lo general eran graciosas. Mi tía y a mi abuela nos contaban las historias de su niñez, de antiguos amores o de antiguos sustos. Todas las leyendas, desde duendes y ánimas, llorona, patasola y madre monte, hasta guacas y brujas. Mi tía una vez nos contó, que si en la noche escuchaba a un perro aullar, significaba que había un ser maligno cerca y que si quería verlo... debía echarme las lágrimas del perro en los ojos... Antes, escuchar a un perro aullar por la noche, me aterraba.
Un par de veces y por capricho, me quedé en la finca al cuidado de mis tíos. No recuerdo muy bien aquellos días, pero sí hay algunas impresiones bien grabadas en mi mente: el sentimiento sobrecogedor de soledad y la constante sensación de ser observado... Cosas muy contradictorias ¿No? Por un lado, la montaña y el valle permanecían en silencio, solo arrullados por el fluir del río y los pájaros, ver a otras personas a parte de los que vivían en la finca era algo poco casual; por otro lado, habitaba en mi la idea infantil, que en esas montañas olvidadas por el tiempo; en esos bosques contra los que el hombre ha batallado durante tantos años, se ocultaban seres oscuros, malvados... nocturnos.
Ese mismo sentimiento comenzó a embargarme mientras conducía; era una mezcla extraña de miedo, ansiedad e incertidumbre. Resignado a no poder ver más allá de mis narices, conducir así era casi igual que caminar a tientas. Aún con estos pensamientos, continué mi camino, mientras la tormenta arreciaba, dificultando mi avance cada vez más.
Por un momento tuve la sensación de haber errado el camino; para ir a la finca de mi tía hay que tomar un pequeño desvió de la carretera principal, pero no está señalizado y con el mal tiempo, verlo resultaba casi imposible... Así y todo, perderme fue el menor de mis problemas; a causa del agua que ya caía a cántaros, la carretera se volvió un cerco pantanoso; en menos de lo que me esperaba; el auto quedó atorado para terminar varado en la mitad de la nada... Estas cosas pasan, no soy el primero ni el último... me dije intentando darme ánimos.
Aquí no alcanza la señal del celular y por la oscuridad ir a pedir ayuda es algo complicado. Antes de salir del carro, revisé todas mis opciones varias veces, porque tenía mucha reticencia a hacerlo... afuera; el vendaval sacudía con tanta fuerza los árboles, que aún sin poder verlos, el crujir de la madera me recordaba crudamente las palabras de mi mamá. Pero sin más opciones, me llené de ánimo, espante todos los miedos de mi cabeza y así, con mi chaqueta, salí al exterior armado con una linterna para intentar arreglar el problema...
Las llantas traseras del carro quedaron suspendidas por culpa de un montículo que no esquivé, ni siquiera era causa del barro. Agradecido, le di un empujón con toda mi fuerza y logré sacarlo del escollo; entonces quise regresar cuanto antes al interior del vehículo, pero, habiendo, enfrentado mis miedos, volví la mirada hacia la oscuridad perpetua... y permanecía allí un rato, soportando la arremetida de las gotas contra mi rostro ¿Quién podría creer en los monstruos en este siglo? ¿Quién podría asustarse, de leyendas olvidadas que terminarán perdiéndose en el tiempo? Creo que en ese momento hallé la paz...
¿Por qué no duró ni un segundo?
Un rugido estremecedor, brotado de las entrañas de la noche, hizo que los pelos en mi cuerpo se erizaran y un escalofrió me bajara por la espalda. Giré en todas direcciones, aterrado por semejante sonido y corrí al auto despavorido; inmerso en el pánico, creí que una criatura monstruosa se aproximaba hacia mí... Encendí el sprint y aceleré, pero frente a mí cayó un relámpago ensordecedor cuya luz iluminó el mundo; mostrándome en un fogonazo mil criaturas malignas, mil espantos de antaño...
¿Era eso una sombra frente al carro? ¿Era mi imaginación o en verdad los monstruos me rodeaban?
¿Quién podría saberlo? Soló pregúntate cómo puedo estar contándote esta historia, si desde el principio; el rugido que heló mi sangre, era en realidad el aviso de la montaña que cedía ante el diluvio y me sepultaba con mi carro y con mis miedos, por toda la eternidad.
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Relatos Nocturnos
Short StoryPequeñas historias, creadas para consolidar la idea del miedo, de la locura... de la maldad.