Capítulo 3: "Prodigios."

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Al bajarse de su Chevrolet Cruze, Brisa supo que iba a ser un largo, largo día.

Sin mencionar que apenas pasó por la puerta ya muchas enfermeras se acercaron a pedirle ayuda.

Tuvo muchos pacientes. Algunos que le exigieron saber si tenían diabetes terminaron descubriendo que no, a pesar de los antecedentes que tenían.

O las alteraciones de tiroides. Tuvo muchísimos pacientes que decían ser infértiles.

Brisa ya se había cansado cuando un paciente adolescente la acusó de no saber cuál era su trabajo.

En fin.

Nuevamente descansaba su espalda en la silla, aún debía hacer algunas anotaciones médicas, firmar algunas recetas que le dejaron. Continuar con su trabajo técnicamente.

Llevó la cabeza hacia atrás. Estaba más cansada que de costumbre.

No había logrado dormir, tenía muchísimos pacientes que sufrían de diabetes y cáncer terminal, le dolía saber que iban a tener que irse. Lo que más la entristecía era la minoría de infantes.

Le dolía encariñarse con los casos de cada uno, como por ejemplo, ahora con el caso de su paciente Velasco. Brisa podía distinguir la enorme angustia que rodeaba a la familia.

Aunque Angie parecía ser indiferente con su problema glandular, era inevitable no sentirse mal. Brisa lo había visto todo ya.

─ ¿En dónde está tu cabeza, Dominguez? ─ una voz ronca se hizo notar y ella inmediatamente cerró los ojos.

Hizo unos breves ejercicios de respiración y abrió los ojos.

─ No estoy de humor, Martina ─ respondió con fastidio dando vuelta su silla.

Como era de esperarse, la dermatóloga rió en tono burlón y se acercó con pasos ruidosos, causando que su colega le dirigiera una mirada asesina.

─ ¿Podés no arrastrar los pies, por favor? ─ le pidió en tono exhausto, empezaba a tener un dolor de cabeza por el estrés.

─ ¿Qué pasa, Dominguez? ─ y claramente Martina la iba a ignorar.

─ Pasa que estás siendo ruidosa y tengo migrañas...

─ Mi consultorio está abierto para poder tratar las migrañas ─ interrumpió la rubia y sin pedir permiso, se sentó encima de su escritorio.

Brisa la seguía mirando asesina. No podía creer la confianza que utilizaba con ella.

─ ¿Vos? Dale Martina, sos dermatóloga.

─ ¿¡Y qué!? ─ chistó su colega ─ puedo tener muchos conocimientos, ¿sabés? ¡No hay mejor doctora que yo...!

─ ¿Acaso los mejores doctores salen con sus pacientes? ─ Brisa acortó su inspirador discurso y la cara de Martina se puso roja.

─ No quiero hablar de eso ─ murmuró avergonzada.

Brisa negó con la cabeza, mostrándose decepcionada. Claro, resumidamente, Martina había empezado a verse con una paciente, el hospital se enteró y la despidieron sin dejarla excusarse siquiera.

Volvió a cerrar los ojos.

Era sabido que ningún profesional médico ni psicólogo podía formar una estrecha relación con el paciente.

Bueno, en realidad eran las reglas del hospital, que vivían con aquel tabú. Y la verdad que Brisa nunca se vio saliendo con alguien en sí. Nadie llamaba su atención, no se relacionaba con mucha gente, era casi imposible.

En cambio Martina... ella parecía ir en contra de las reglas. Por algo se habían hecho amigas: el perrito fiel y el gato que rasguña todo a su paso.

─ Bien ─ el color natural de la dermatóloga volvía considerablemente rápido ─ ¿Qué carajos te ocurrió? No solés estar de malhumor.

─ Insomnio ─ aseguró cansada. Sentía todos los músculos de su espalda contraídos, el dolor en sus muñecas, las punzadas en su cabeza y sus párpados a veces abiertos. Estaba hecha un desastre.

Su colega abrió la boca para replicar cuando unos leves, casi sordos golpes en la puerta interrumpieron la conversación.

Al abrir los ojos, notó una cabellera de dos colores opacos, una mirada indiferente oscura y un cuerpo de estatura baja.

Brisa tuvo que tomarse unos segundos para darse cuenta que era Angie, paciente que había estado enseñando a hablar y que le debía exámenes.

─ ¡Oh! No sabía que tenías una consulta ─ Martina se paró de un breve salto y giró su cuerpo hacia Brisa, quien seguía con la postura cansada ─ me voy, después te escribo, ¿sí? Hola y chau ─ aprovechó a hablarle a las dos antes de irse apurada de ahí, cerrando la puerta de un golpe seco.

Brisa enderezó su espalda y se paró para estrechar manos.

─ Velasco, qué agradable sorpresa ─ saludó cordialmente, apretando levemente el agarre de manos.

Angie torció la boca y se alejó sin corresponder.

La endocrinóloga se sentó nuevamente en su silla y posteriormente le hizo un breve ademán, incitándola a sentarse.

─ No me notificaron que teníamos una consulta hoy ─ habló, abriendo el expediente de su paciente, mirándola de reojo.

─ Vine sin avisar ─ le replicó Angie incómoda.

Brisa se sintió aliviada de saber que llevaba el implante. Se volteó lentamente a mirarla y notó que aún había incomodidad en ella.

─ ¿Qué ocurre, Velasco? ¿Has tenido algún dolor? ¿Necesitas una receta para la insulina? ¿Has traído los exámenes que te pedí? ¿Has experimentado...

─ No ─ ni lerda ni perezosa Angie interrumpió, ahora creando un vaivén en sus piernas, signo de ansiedad dedujo Brisa ─ mi habla.

Entonces entendió porqué estaba ahí.

─ ¿Sí? ─ alentó.

─ Yo... yo... ─ parecía que no podía pronunciar lo que quería, su molestia se hacía notar ─ necesito tutoría en mi hablar.

─ ¿Y quieres que yo te enseñe?

Se ganó un corto asentimiento de cabeza. La doctora sonrió levemente.

Acomodando el cuello de su bata, replicó ─ está bien. Seré tu tutora.

SUNSETZ ─ [ BRANGIE ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora