Capítulo 4: "La luz del sol..."

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─ Buenas tardes, soy Brisa Dominguez, ¿se encuentra Angie Velasco? ─ cuando había llegado a la dirección que su paciente bicolor le dejó anotado, se encontró con aquella mujer rubia.

Entonces no dudó en saber que estaba en la casa correcta.

Vio la sorpresa en su cara y Brisa entendió. Claro, no todos los días un doctor iba a tocar la puerta de tu casa y preguntar sobre tu hija.

─ C-claro, sí, pase ─ Brisa le agradeció en voz baja con su misma sonrisa de siempre, aquella que en realidad era de cansancio, pero que parecía modesta.

─ ¿Qué hace acá? ─ nuevamente entendió su punto. Obviamente Brisa no iba a darle malas noticias a su casa, la verdad que no sabía bien cómo explicarle que de ahora en adelante iba a ser la tutora de su hija.

Mordió su labio inferior por pocos segundos, nada más necesitaba organizar sus ideas.

─ Vengo a darle tutoría a su hija ─ explicó, metiendo sus manos en los holgados bolsillos de su pantalón de vestir.

─ ¿A Angie? ─ dijo la mujer sorprendida.

Y Brisa dedujo que tenía más de una hija o solo una.

─ Sí, la misma ─ asintió y se dio el lujo de mirar alrededor. La entrada de la casa tenía una escalera y algunos marcos que conducían a otras partes, como la sala de estar y el comedor-cocina. Las paredes eran de un marrón opaco y el piso de madera. Las escaleras tenían unas esquinas en el primer escalón, que hacían juego con las exteriores.

Y como si de magia se tratase, una bicolor vestida de Adidas bajó, siempre cabizbaja, Brisa temía que sufriera por aquello. Quizá podría recomendarle un quiropráctico.

─ ¡Angie! ─ la señora Velasco llamó, pero en vez de mirarla a ella, la muchacha se fijó en la elegante presencia de la doctora, quien mantenía esa sofisticada sonrisa.

─ Vino la doctora Dominguez ─ continuó, haciendo una referencia a lo obvio. Angie frunció el ceño ante eso, no era tan tonta.

─ Me di cuenta ─ replicó con su voz entrecortada. Entonces conectó mirada con la castaña.

─ Buenas tardes ─ Brisa se apresuró a saludar con su mano.

─ Hola. Acompáñeme ─ se giró sobre sus talones y subió las escaleras, Brisa se apresuró y técnicamente le iba pisando los talones.

─ ¡Angie, dejá la puerta semiabierta! ─ pidió su madre desde el piso inferior.

─ ¡Lo haremos señora, no se preocupe! ─ la endocrinóloga se volteó a darle una breve mirada antes de seguir su camino.

Al llegar a una puerta totalmente lila, Angie paró su andar y perezosamente la abrió.

─ ¿Qué se supone que haremos, doctora? ─ Angie se sentó sobre su cama y la miró pícara.

─ Estudiar ─ le respondió, asegurándose de dejar la puerta semiabierta. Poco después un sonrojo pasó por su cara, tan intenso que pareciera que tuviera fiebre.

Su paciente le sonrió juguetona. Brisa no pudo entender cómo aquella chica podía ser tan tímida y tan engreída.

─ Veo que estás mejorando...

─ Mi vocabulario es básico, se supone que debo hablar bien ─ la interrumpió, alzando una mano, como si hubiera escuchado lo suficiente.

La verdad era que era una excusa. La había gustado aquella observación, se preguntó si los doctores tenían vista de halcón.

─ Está bien. ¿Qué repasamos hoy?

Angie no mentiría si decía que se había quedado embobada por esos ojos marrones. Era como ver el hermoso color del café con leche ─con almendras, a Angie no le gustaba la leche de vaca.

No sabía porqué Brisa le hacía sentir tantas cosas. Nunca antes alguien la había tenido así.

Parecían días dulces cuando la veía.

─ No sé ─ desvió la mirada y rascó su nuca, como muestra de nerviosismo.

Brisa inspeccionó la habitación y mordiendo su labio, descaradamente se sentó en la silla de madera del escritorio.

La habitación no era para nada como la había imaginado; tenía las paredes blancas y rosas, el techo estaba pintado de triángulos coloridos, un montón de libros por doquier, algo de ropa desordenada. Y todas esas prendas gritaban "Angie"; eran holgadas y eran puramente de la paleta del negro.

─ Bueno. Repasemos los saludos entonces...

Una buena media hora después.

Angie nuevamente soltaba un quejido y golpeaba lo que tuviera cerca por la frustración. Brisa secretamente se divertía de las exageradas expresiones faciales.

Y mientras la bicolor se quejaba, la castaña no pudo evitar mirar sus labios por unos breves segundos. Segundos que se sintieron como horas. Horas que se sintieron como una eternidad.

Se abofeteó mentalmente. Estaba mal. Muy, muy mal...

SUNSETZ ─ [ BRANGIE ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora