Capítulo 1

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El timbre había sonado. Maricela sabía que no debía de abrir la puerta a nadie después que sus patrones salieran. En esa ocasión no prestó atención. Pensó por un momento que se les olvido algo pues no tenía ni cinco minutos que salieron. Ella estaba más entretenida en su serie los desterrados. Cada vez que llegaba sabía que Marthita y Luisito Taracena solían dormirse temprano.

Así que después de acostarlos encendió el televisor y puso su teleserie. Era el único lugar que podía ver ese lujoso programa de televisión inglesa. Aunque varias veces su novio insistió en pagarle el streaming ella se negó alegando que sospecharían algo su familia y prefería por el momento a esconder su relación.

Distraída, Maricela abrió la puerta. Lo primero que vio asomarse por la puerta fue la 9 mm que sostenía un hombre bajo quizá de la mitad de la estatura de ella. Dio un par de pasos antes de notar que el guardia de la entrada estaba muerto y el otro estaba tendido en el césped del jardín probablemente muerto también. «Entra y no hagas ruido» dijo el hombre que apuntaba a su cabeza.

Dos hombres entraron tras de ellos y subieron las escaleras. Vieron de reojo a la chica y el más alto de ellos le dirigió una sonrisa que hizo que la piel se le erizara. «No me mates» dijo ella con labios temblorosos. « No te preocupes linda, no te pasará nada» dijo el hombre pequeño sin dejar de apuntar a la cabeza de la chica.

El hombre pequeño le pidió que se sentara. La chica obedeció y se sentó en los muebles de piel aperlados. El televisor estaba en pausa. Con la protagonista haciendo una mueca algo extraña. El hombre pequeño de repente recordó cuando estuvieron vigilando la casa por varias semanas. Ver a la chica entrar y salir todas las noches con aquella ropa tan ajustada no podía imaginarse otra cosa que ella y su jefe se revolcaban cuando la mujer de Raúl Taracena salía y él se quedaba a solas con la niñera y los niños. No pudo evitar tener una erección de pensarla desnuda.

Vio debajo de la blusa. E intentó bajarse el cierre del pantalón. No podía perderse la oportunidad. Los dos hombres salieron con los bultos en su espalda. Cuando el hombre pequeño los vio se subió el cierre y le pegó el tiro en la cabeza. La chica cayó tendida sobre el sofá dejando manchas y pringas rosas en todo el sofá que Raúl Taracena había comprado para ella.

« Maldición Ray, debiste dejarla con vida, mientras podía disfrutar de esa boca pequeña y esos enormes melones» Dijo el hombre alto, mientras que su acompañante solo miraba asqueado la escena. «Cuantas veces te he dicho que no digas mi nombre imbécil» dijo Ray mientras terminaba de ajustarse el cierre. « Están dormidos» pregunto este. « Más de lo que deberían» dijo el acompañante de estos.

«Quieres que también estos los metamos en la camioneta» preguntó el hombre alto. Ray con un gesto de desprecio dijo que esos cuerpos los levantaría Raúl. «Hey, tú niño, apúrate y métele la pata al vehículo. El acompañante que era el más joven de los tres metió al pequeño a la camioneta con sumo cuidado esperando no golpear la cabeza del chico.

Entrando la madrugada Raúl y Martha Taracena entraban por el jardín principal. Lo primero que notó Raúl fue la ausencia del guardia principal. Le pidió a su esposa que esperara dentro del auto. Sin embargo, esta ya iba a medio jardín cuando vio al guarda-espalda tirado boca abajo, con tres disparos en la espalda y en la cabeza. Quiso gritar pero su esposo alcanzó a taparle la boca. Miró a su alrededor pero los vecinos tenían las luces apagadas. Le pidió a uno de los guardias que iban con el que la llevara al carro pero esta se le soltó y corrió hacia la habitación de sus hijos.

El grito fue inevitable. Cuando llegó el guardia Martha estaba tirada en el suelo junto a la cama de su pequeña. Raúl entro a la casa y se percató del sofá. Lo único que podía hacer era cerrar el puño para contener la rabia. Entró a su despacho, abrió la caja fuerte y saco el teléfono celular y marco uno de los tres números que tenía la agenda.

« Necesito un servicio de limpieza» dijo « son tres y un cargo extra, si, calle Aldama número 23» Raúl colgó el teléfono, lo volvió a guardar en la caja fuerte y pidió que metieran a su mujer al carro. « Vendrán a hacer limpieza y necesito que se queden resguardando todo. Hagan todo lo que le pidan» dijo y después subió al carro donde se dirigió a un hotel a las afuera de la ciudad.

Quince minutos después una camioneta de servicio de limpieza se estacionó en la acera de calle Aldama. Un hombre viejo entró acompañado de cinco hombres corpulentos con toda clase de materiales, ácidos, cloro, limpiador de piso y bolsas de plástico. Uno de ellos se dedicó a tomar huellas dactilares en toda la casa, otros dos a limpiar toda la sangre que manchó la alfombra, televisor y otras partes de la habitación de estar. Y los últimos dos a empaquetar el cuerpo de la chica.

« Vengan y ayúdenos a cargar el cuerpo a la camioneta» dijo uno de los que empacaban. Los guardias cargaron el cuerpo de la chica hasta la camioneta. Uno de hombres del viejo saco un arma con silenciador y les disparó por detrás. Los guardias cayeron con la mitad del cuerpo en la oscura camioneta. Los empaquetadores subieron los pies y adentro comenzaron a empaquetar con rollos de plástico. Una hora después la casa estaba impecable. Sin evidencia alguna.

Faltando diez para la una de la madrugada Raúl Taracena recibió una llamada al hotel. El servicio había sido completado. Este se preparó un vaso whisky y se sentó en la orilla de la cama y pensó en su próximo paso. La policía de Ixta. 

Cuando el río suenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora