VIII

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El bullicio de la estación no era tanto como a su llegada, tampoco es que fueran fechas específicas para viajar, o quizá simplemente era el único que partía tan rápido de su visita.

Asimiló el sonido de los carriles, de las voces de los trabajadores y del crudo metal y vapor que imperaba todo el ambiente, con todos los sentidos así de expuestos tardó en pensar que justo él, simplemente parado frente a tanto, tenía solo dos maletas en mano. Una incertidumbre le valió darse cuenta precisamente de que ahí estaba, sus zapatos eran tan familiares, su abrigo que tuvo que verse obligado a usar por el constante escalofrío también era familiar, pero, ¿Qué otra cosa tenía?, nuevamente pensó en su destino; un descanso, ¿no lo había repetido ya bastante?, justo el doctor, que ya se había despedido, era lo que recomendaba mientras le deseó al mismo tiempo un buen viaje.

Pero pensó que después no tendría nada, y que ahora que se encontraba verdaderamente solo, no era lo que quería. Había cometido un sin fin de errores en tan poco tiempo, incluso cosas que desde años se habían cosechado también comenzaban a pasar a ser frutos indeseados. Supuso que tendrían una familia genuina, cosa que Xiao era reacio a negar, quizá por eso su mente se había abrumado tanto, ya no tenía nada seguro, ni siquiera Hu Tao, que en lo que consideraba su inocencia, le había asegurado un lazo familiar. Pensó por igual, mientras otros subían sus maletas, que había sido culpable de muchas cosas por las que Ganyu continuaba preocupándose, y no lo deseaba pero le era inevitable pensar en el problema de la fiesta pasada, un poco de ese pensamiento le hizo recordar nuevamente al joven vivaz del que se había maravillado genuinamente, pero el pobre ya había visto bastante de lo peor de él. Se arrepintió de varias cosas a la vez, y recordó al mismo tiempo los lamentables accidentes férreos, como el de su pobre heroína y su final bajo las vías.

Odió el romanticismo con el que algunos relacionaban la tristeza de aquel personaje, ¿pero no era el motivo que aquella protagonista había buscado?, creyó que no, sólo quería ser comprendida, lo supo en ese momento, en ese mismo momento que las vías le resultaban tan tentadoras. Consideraba que ya habría vivido de muchos milagros, ahora ni siquiera podía luchar contra algo que no veía, su salud no dependía ya de su voluntad, ¿no era así?, pues sus decisiones en aquel momento sí. No sabía qué sería después, pero ya había sido humano, y había sentido bastante, y había vivido endemoniadamente apenas.

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Tartaglia pensaba que había visto lo más curioso de aquella familia, él mismo había sabido la historia oculta gracias al señor Hu, niños prodigiosos y desamparados que fueron acogidos por el excéntrico anterior señor de la casa, en tal escenario competitivo él pensaría que todos aquellos se verían los unos a los otros como rivales, pero al verlos actuar como si hubieran compartido la misma sangre, entendió los lazos familiares que se concretaban sin rigidez cuando se enfrentaban a tantos problemas, estaba seguro que cada uno de ellos estarían perdidos sin tenerse los unos a los otros. Luego pensaba en cómo Zhongli, con ese carácter formado por aquellas experiencias, tan cauteloso y reservado, seguía teniendo curiosidad por el mundo exterior, el mismo mundo que lo había despojado de todo y dejado en abandono, y aún así, a diferencia de él, seguía teniendo un brillo divinamente marcado en sus ojos dorados. No lo comprendía, pero le comparaba con los primeros rayos de sol que le protegían las manos al arrancar las escarchadas y heladas malas hierbas que crecían en los trigales de su padre, cuando ello pasaba miraba hacia el inicio de la alborada, el sonido de las aves y los tonos templados sobre las cosas, teñidos por el cielo, le daban calidez mientras escuchaba la tranquilidad con la que iniciaban el día en los campos extensos que parecían dormir aún.

Por ello estaba seguro de que no podría solo ignorar el hecho de haber conocido a Zhongli, al menos tendría que dar una sola palabra de todo lo que había pensado y sentido aquella corta semana, una valentía constante le impulsaba a continuar, y era justamente lo que alejaba el temor a no encontrar la manera de llegar, la manera adecuada de hablarle, de explicarle, cómo iba a comportarse si aquel, confundido entre todo, no tendría tiempo para más enredos. Todo parecía no importar, ya su madre le había reprendido por tener esa clase de impulsos donde no medía bien las consecuencias, y estaba seguro de que tendría ella algo inteligente que decirle para que detuviera todos sus planes en ese momento, pero no era el caso, y seguiría emocionándose por su futuro encuentro. Sería feliz si lo encontrara, si pudiera comprarle las flores más coloridas y las rosas o las camelias más rojas.

El día en que tus ojos verdaderamente sean solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora