Capítulo 4

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—Voy a matarte, hacerte pedazos y enterrar tus huesos a tal profundidad que ni los paleontólogos serán capaces de encontrar tus restos. 

—¿Tan mal fue la cita? —me preguntó Maddy desde el otro lado del teléfono. 

Nada más cerrarle las puertas en las narices a Billy, subí a mi apartamento y, tras saludar a Floppy y rellenar su comedero, me deshice de mi atuendo y me metí en la cama con la esperanza de que al despertarme por la mañana esa cita no hubiese sido más que un mal sueño. Pero no, había sido muy real y Maddison me debía una muy grande por haberme citado con semejante neandertal. 

—¿Mal? Por favor, fue horrible. Todo lo que tiene de músculos le falta de neuronas. 

Le conté cómo había acontecido la cita. Cómo la primera impresión había sido buena hasta el punto de pensar que podríamos quedar más veces, pero, cuantas más palabras salían de su boca, más ganas de huir del lugar me entraban. Y el resultado final en el portal había sido la cúspide del desastre. 

—¡Menudo imbécil! Lo siento mucho, Kiara. Si llego a saber que iba a comportarse así contigo, jamás te hubiese preparado la cita. Te lo compensaré —dijo con voz dulce. 

—No te preocupes. Dentro de unos días esto no será más que una anécdota de la que nos reiremos. Pero, por favor, se acabaron las citas a ciegas. Las relaciones no son para mí. —Sabía que mi amiga lo sentía de verdad, así que decidí cambiar de tema—. ¿Qué tal le fue a Connor en el entrenamiento? 

—Está muerto. Creo que no he visto un deporte que agote más que el taekwondo. ¡Qué barbaridad! ¡La cantidad de horas de entrenamiento que lleva! Nada más llegar, se fue a dormir y ahí sigue, aunque en nada tengo que despertarlo porque tenemos que ir al aeropuerto a buscar a un amigo suyo que viene de visita. 

—Eso significa que el entrenamiento ha sido de provecho. —Sí. Está trabajando muy duro. Tiene muchas esperanzas puestas en este campeonato. Los otros años no tuvo mucha suerte, pero este año estrena peso nuevo y cree que puede hacer grandes combates y, con suerte, colarse en la final. 

—Entonces, ¿al final se decidió a quedarse en menos de setenta y cuatro? —me interesé. 

—Sí. Estaba harto de dietas —rio—. Era mucho sacrificio tener que estar controlando lo que comía para llegar a menos de sesenta y ocho kilos y mantenerse en el peso. Ahora, posee la agilidad de un competidor de menos de sesenta y ocho y la fuerza de uno de menos de setenta y cuatro. 

—Ojalá consiga traerse una medalla esta vez. Todavía recuerdo los nervios que sentimos hace dos años cuando se fue a México. Fue mala suerte que en la primera ronda le tocase uno de los cabezas de serie. 

—Sí. Encima, fue el mismo competidor ruso que lo eliminó también dos años antes, dejándolo sin conseguir podio en España. El mismo que quedó campeón ese año al ganar al estadounidense. ¿Recuerdas? 

—Sí, ya... Pero bueno. Todo sirve para mejorar —le respondí con intención de alejar mi mente de ese campeonato. 

Continuamos hablando unos minutos más hasta que tuve que colgar, ya que el tiempo se me echaba encima. 

Como cada domingo, había quedado con mi padre para ir a comer a su casa. Iba a hacer una de sus famosas barbacoas y no me la perdería por nada del mundo. 

Mi hermano Austin, un apasionado de los animales, había sido el responsable de que Floppy viviera conmigo. Me lo regaló cuando volví de Corea y me compré mi pequeño apartamento, para que no me sintiese sola. Por ese motivo, cuando vinieron a recogerme con el coche, insistió en que nos lo llevásemos a la comida y así poder enseñárselo a un par de amigos que iban a comer con nosotros. Le hice prometer que tendría mucho cuidado con él y que no lo agobiarían antes de que lo subiera al coche porque, aunque Floppy no se asustase de las personas, podría morder si se sintiera amenazado. 

Escrito en las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora