1. Gris

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No he jugado a ganar. Nunca en mi vida, he jugado a ganar. Eso es porque nunca he querido ganar algo en mi vida.

Incluso cuando era tan pequeño como para deducir que el mundo se reducía a lo que existía a mi alrededor, y los conceptos complejos como sociedad, jerarquía y poder aún eran desconocidos para mí, todo lucía tan... aburrido. Se parecía cada vez más a aquella película vieja que estaban pasando en algún canal cuando buscaba mis caricaturas: gris, porque carecía de cualquier color.

Sin embargo, el mundo pareció tomar otra clase de sentido cuando conocí aquello a lo que llaman "héroe".

Estaba parado junto a Kacchan, el único amigo que había logrado hacer pese a mis mediocres habilidades sociales y poca cooperación e interés en desarrollar relaciones personales, y observábamos una pequeña televisión desde detrás del ventanal de una tienda de electrodomésticos.

En medio de todo el caos, un héore salió con una gran sonrisa y dijo:

—¡Todo está bien? ¿Por qué? ¡Porque yo estoy aquí!

Fue como si una explosión de colores retumbara en mis ojos, incluso como si los aromas y los sonidos cobraran otra importancia. Se sintió como la primera vez que vivía una primavera.

Katsuki también lucía tan cautivado como yo, y cuando nos giramos a ver la cara del otro, sabíamos qué era lo que queríamos hacer cuando creciéramos.

Un sueño se había asentado en mi corazón y alma, por primera vez quise ganar y crear una pintura que se alejara de la monocromía. ¿Era posible para alguien como yo, lograr algo como eso habiéndome desinteresado de lo demás a mi alrededor? La respuesta era simple: no.

—Deberías rendirte —me había dicho el doctor, calvo y con un gran bigote, sin ningún tipo de remordimiento al estar destruyendo mis sueños.

Mamá y yo nos quedamos estáticos, tan quietos como si el hecho de no movernos un milímetro hiciera que la realidad se desvaneciera en el aire.

Tomó mi mano y, saludando al doctor, me arrastró fuera del consultorio y fuimos a casa.

No me había mirado a los ojos en todo el viaje. Ni una palabra de aliento, ni una caricia de consuelo, nada.

Cuando cruzamos la puerta, se giró hacia mí, y por primera vez, no supe quién era la persona parada justo delante de mí.

Sus ojos estaban rojos y húmedos, su respiración era irregular y sus puños estaban fuertemente apretados. ¿A dónde se había ido esa mirada de dulzura y amor? ¿Por qué me miraba con tanto desprecio?

Traté de abrir la boca y pronunciar, aunque sea, que no era su culpa ni debía preocuparse por la situación, porque sabía que estaba decepcionada de mí, porque creía que yo iba a despertar un quirk muy fuerte; pero ese simple acto pareció colmar su paciencia.

Levantó su mano y me dió una bofetada. Mi propia madre me había golpeado.

Ni siquiera sentí el dolor en mi mejilla izquierda. Lo único que pasaba por mi cabeza en ese momento era el repetido sonido, casi como un eco, del golpe. Estaba atónito.

—Ve a cambiarte y luego comeremos —dijo fríamente, dándose la vuelta. ¿Por qué ella se sentía de esa forma cuando yo era quien debía sentirse miserable?

Aún si poder creerlo, me cambié de ropa y luego me senté en la mesa.

Ni una sola palabra en todo el almuerzo. Nunca había sentido tanta frialdad como en ese momento.

A pesar de que nunca más me golpeó, tampoco volvió a ser la de antes, y su trato frío perduró para siempre. Yo dejé de importarle.

Ese día, no sólo perdí la única ambición que tenía, sino también, a mi única familia.

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⏰ Última actualización: Jan 17 ⏰

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