Capítulo VII:Los días en que Igor estuvo fuera de casa(7)

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    Después de que Igor le colgará al doctor.

    —Espe... —el doctor quedó a mitad de palabra, viendo su celular e intentó llamarlo de vuelta, pero salió ocupado.

    Reiteró sus intentos otras seis veces y se rindió.

    —Hijo de perra —soltó Evans para luego suspirar y volver a mirar hacia abajo.

    El afroamericano estaba junto con tres hombres vestidos de negros. Dos de ellos eran los compradores de los productos de hoy y el otro era un otro trabajador de instituto que se tomaba la tarea de acompañarlos.

    Todos estaban en el segundo piso de la sala de operaciones, donde personas específicas podían visualizar las cirugías. También había cámaras que mostraban la operación de forma más aumentada en los televisores del segundo piso.

    En el primer piso estaba Wolfgang junto con un robot cirujano, cortando con limpieza a Connie y metiendo lo vendible en frascos especiales, la mayoría con un líquido especial para preservar los órganos.

    Los frascos fueron colocados en carritos robóticos similares en apariencia física a las cavas con ruedas que dentro tenían la forma del frasco para que no se moviera hacia los lados dentro del contenedor el contenido.

    Sin que ellos se percataran, Connie despertó en algún punto de la operación, pero no podía abrir los ojos, pero sentía cuando el bisturí cortaba su blanca piel, como movían y extraían sus órganos.

    Escuchaba los sonidos de la sala de cirugías, como los píticos de las máquinas y el ruido de los instrumentos.

    La rubia quería gritar y moverse, pero su cuerpo no la obedecía y se quedaba quieto. A veces lograba mover el dedo índice.

    El robot cirujano captó ciertas anormalidades de su paciente, pero no dió una respuesta adecuada o mejor dicho no quiso demostrarlo y la dejó sufrir.

    Connie estaba espantada y el dolor la había dejado atontada.

    Wolfgang miró de reojo y en silencio la pantalla frente a él, notando que el ritmo cardíaco de Constanza IV se había acelerado.

    Fueron las peores horas de miedo y desesperanza la chica, luego, un sueño perpetuo que Connie abrazó con los brazos abiertos.

    Una muerte tan terrorífica y solo la observaban como si de un experimento se tratase.

    En la esquina, un robot se acercó a la mesa de operaciones y se dispuso a limpiar.

    Después de usar la sala de operaciones, hay que dejar todo limpio y pulcro para su posterior uso.

    De repente por el altavoz suena la voz de Wolfgang para la molestia del otro doctor, diciendo:—Estos ojos naturales valdrán más que los ojos creados por impresión 3D.

    —Wolfgang ya conseguimos a ya sabes quien, esta con el chico de un patrocinador —informó desde con su propio micrófono en el piso de arriba.

    —Ah ya veo —comprendiendo Wolfgang a su modo—. Entonces no vinistes a hacer necrofilia sino para informar que mi chica estaba desaparecida.

    —Déjate de bromas que estamos en negocios —lo reprendió el afroamericano.

    —Sígueme —ordenó Wolfgang a los carritos robóticos, los cuales seguían órdenes simples de la persona que tenga registrada su voz.

    Wolfgang subió con los carritos en el ascensor, reuniéndose así en el segundo piso con el doctor Evans y los hombres.

    Rápidamente reinició el sistema de cada carrito robótico y permitió a los dos hombres responsables de la compra, registrar su voz.

    —Perfecto —murmuró uno de los hombres satisfecho.

    —Bueno caballeros, los llevaré a la salida —habló la última persona que estaba en ese lugar. Los otros dos hombres lo siguieron, dejando a Wolfgang y a Evans.

    —Me voy a bañar —informó el hombre más adulto agitando la mano despidiéndose, pero se detuvo recordando algo—. Por favor notifícame cuando llegue mi chica. Necesitó encontrarme con ella —añadió.

    En ese momento el celular de Evans vibró. El propietario revisó y comentó:—Ya llegaron.

    —Me bañaré después —dijo de inmediato el doctor con una sonrisa malintencionada. Esta no se podía ver por la mascarilla, pero por la forma de sus ojos Evans notó que sonreía.

    —Vamos al estacionamiento.

    Los dos salieron de la sala de cirugías, tomaron agua y bajaron hacia el último piso del Instituto.

    Cuando ellos salían del ascensor, subía el trabajador que había acompañado previamente a los otros hombres.

    Al verlos desde el carro, Igor miró hacia Shiloh quien salió de su auto dando un portazo. Su foca estaba fuertemente agarrada en uno de sus brazos.

    —Niña —murmuró Igor.

    Shiloh corrió hacía los dos científicos que conocía y se paró enfrente de ellos.

    —Saliendo con un novio sin autorización ¿eh? —bromeó Wolfgang—. No estoy de acuerdo con ese chico Shiloh.

    —¡Yo nunca saldría con esa persona!

    —Vamos a subir para que te bañes y te cambies Shiloh —dijo Evans observando de reojo la ropa de la chica, luego, se corrigió—. Los dos, como puedes ver el doctor Woolfgang esta lleno de sangre.

    —Es que yo estaba trabajando para traer comida a mi casa y alimentar a mi hija adoptiva —explicó con falsa tristeza el doctor Wolfgang.

    —Wolfgang no empieces —le advirtió exasperado Evans, empezando a caminar hacia el ascensor.

    Los otros dos lo siguieron.

    Igor al verlos irse de allí, encendió su auto y se fue.

    «Ahora tengo que llamar a ese tipo» pensó Igor entrecerrando los ojos con amargura.

Ese hombre había sido su mentor y también el hombre que lo había humillado, Walter.

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