XXXI

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— Es tonto...

— Y aquí vas de nuevo...

— No, no, déjame terminar... Es tonto que los dos nos pongamos así por ese comentario.— Sherlock suspiró, miró hacia la ventana por unos segundos y luego se volvió a ti, que lo mirabas al fin después de que John te hiciera sonrojar de tal manera gracias a aquella frase que había pronunciado.— Después de todo, es el objetivo de todo esto.

— ¿De- de- de qué hablas?

— De esto— hizo una seña con su mano que fue desde ti hacia él, implicando un lazo imaginario entre ambos.

 Frunciste el ceño y él suspiró.

— ¿Acaso hay otro fin al enamorarse de otro además de la procreación? 

— Creo que te estás acelerando.

— ¿Nunca lo habías pensado? ¿De verdad? Por eso es que no quería sucumbir. — Sherlock se dejó caer en su silla, cruzó los dedos bajo su barbilla y te escrutó con la mirada, te sentiste incómoda, así que te sentaste frente a él, en la silla de John.

— Creo que debes ser más específico, Sherlock.

— Vamos, todas esas sustancias y hormonas que el hipotálamo produce cuando alguien "te gusta",  la dopamina, la serotonina..., pierdes el control, eres incapaz de juzgar los defectos del otro, es como si dejaras de pensar, es un engaño, no tienes miedo de las consecuencias; y luego viene la pasión, las partes del cuerpo que responden a la mínima estimulación, la necesidad de generar oxitocina y vasopresina y liberarla al corriente sanguíneo por medio de un orgasmo, lo que solo conduce a producir otro ser, otra vida.  

Te quedaste en silencio mirando al suelo, evitando el rostro de Sherlock, al parecer había aumentado la temperatura de la calefacción en el departamento porque tu cara ardía y te preguntaste si algún virus te estaba provocando fiebre.

— Es una tontería. Todo es una trampa de la evolución, de ello depende la supervivencia de la especie. Y luego...— continuó con un tono más bajo.— Luego se acaba. Las sustancias se vuelven rutina, y buscas al siguiente, y al siguiente... Y eso va a pasar con nosotros, por eso tenía miedo de aceptar esto.— Concluyó molesto. 

— Tú tienes toda la teoría Sherlock, pero en la práctica eres un novato. No puedes sacar conclusiones de esa manera, ¿dónde está la parte científica dentro de ti que te incita a experimentar? Sé que te gusta hacerlo, he visto tus experimentos macabros en el refrigerador. 

— Es diferente...

— ¿Cómo?

— El experimento se realizará sobre mi, y no sé que tan irreparables sean las consecuencias. 

— Entiendo, pero tienes que tomar una decisión ahora, Sherlock. 

El detective suspiró, tu cerraste los ojos, intentando aclarar tu mente, esperando a que Sherlock lo hiciera también. 

— Eso ya lo hice, ya te lo había dicho.— Sherlock fue hasta tu asiento y te besó. — Eso no evita que mis temores sigan estando ahí, eso no significa que no esté esperando el día en que te aburras y salgas corriendo, buscando una nueva aventura.

— Eso suena mucho más a ti que a mi, Sherlock. 

— Yo no lo haré.

— Mucho menos yo, grandísimo idiota. Y sé que tú tienes todos esos datos químicos, pero yo sé que más allá, una relación se construye, con el amor del uno para el otro, el interés, los objetivos en común, y si quieres intentarlo, te aseguro que podemos lograr algo lindo. 

Sherlock sopesó y asintió lentamente. 

— ¿Entonces...?

— ¿Entonces?

— ¿Te gustaría...?— Sherlock dudó, jamás había pronunciado esas palabras en su vida siendo sinceras. Tú lo miraste expectante y preocupada de que fuera a sufrir un colapso, continuó con voz baja, como si tuviera miedo de decir las cosas incorrectas, o de ser rechazado.— ¿...ser mi... novia?

Sonreíste, te mordiste los labios intentando evitar otra sonrisa tonta cruzar por tu boca, saltaste de tu asiento y lo besaste otra vez, un sí con tu cabeza le confirmó que habías aceptado su oferta. 

Su tierno beso fue convirtiéndose en algo más profundo, Sherlock probablemente no tenía experiencia pero había leído mucho, y aunque vacilaba a segundos, parecía saber exactamente lo que hacía, su lengua se movió hasta entrar a tu boca, sus manos bajaron hasta tu cintura y te acercaron más a su cuerpo, y a la vez hacia la pared más próxima, dejándote atrapada entre ambos y sin salida, y luego comenzó a poner ligera presión sobre determinados puntos en tu cuello con sus largos y delgados dedos de violinista, que te estaban haciendo perder el control, tus rodillas estaban temblando como si hubieran dejado de ser de carne y hueso y se hubieran convertido en gelatina, solo te dejabas guiar, no sabías que estaba pasando.

— Sherlock...— dijiste jadeando, separándote de él con la poca voluntad que te quedaba, tu cuerpo te decía que te quedaras ahí, pero tu cerebro gritaba que no, a decir verdad, aquello era peor que drogarse (o al menos imaginabas, aunque Sherlock podría confirmarlo, él pensaba lo mismo), era una adicción de la que no podías escapar, no tenías la fuerza para ello; el rojo ahora el color natural de tu rostro, tus pupilas dilatadas y tu cuerpo ardiendo.— No debemos hacer un bebé ahora mismo, ¿sabes? 

— Lo sé, hay varios métodos para impedirlo...

— No me refería precisamente a eso.

Sherlock se detuvo y dio un paso hacia atrás, miró hacia la nada confuso, como si no pudiera aclarar su mente.

— Por supuesto, tú no quieres...

— ¡No! Es decir ¡sí! Es decir... ¿Por qué, Sherlock? ¿Por qué ahora? ¿Tú quieres hacer esto?

— Es lo que se hace, es lo que las parejas hacen.— Recordó un caso de una joven pareja de adolescentes, a la mujer, la insistencia de Janine, una deducción adicional que no había querido hacer al mirar a John una mañana... 

— No es lo que te pregunté, Sherlock.

El hombre vaciló y miró al otro lado del departamento.

— Si quiero, pero creo que no estoy preparado.

— Tampoco yo.— Miraste al suelo.— Y sé que actualmente las parejas hacen... eso...  incluso en la primera cita, pero creo que no deberíamos forzar las cosas si no estamos listos, Sherlock. No tenemos que hacer todo lo que los demás hacen, no tienes que ser alguien más, me gustas por ser quien eres, y no te querría de otra forma. A excepción de cuando actúas como idiota, por supuesto.

— Por eso me gustas también.— Susurró, recuperando la sonrisa, dejando atrás los nervios y quizás el estrés desapareciendo, y es que Sherlock podía ser muy bueno al ser un idiota, al ser un presumido y al concentrarse en un caso, pero cuando tenía que comportarse como un ser humano, sus emociones lo ahogaban y dudaba de todo lo que hacía. — Entonces, ¿qué te parece ir a pasear por Londres como nuestra primera cita?

— Me encantaría. 






El defecto de la razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora