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— ¡Por el amor de dios Sherlock!— John estaba molesto, muy molesto, o más bien preocupado, o quizás un poco de ambas emociones se reflejaban ten su semblante. 

— ¿Cómo se te ocurrió sacarla de prisión y traerla aquí?

— Tantos años y sigues desconfiando de mi.

— ¡La ayudaste a escapar! Eso solo empeorará la sentencia.

— Al menos estará viva, ¿no?

Tú mirabas expectante a la discusión de ambos, te sentías culpable. Pero Sherlock tenía razón, si alguien ya se había atrevido a herirlo, seguramente tú eras la próxima. 

— Pero Greg sabrá que están aquí, y entonces...

— Greg ya lo sabe, ¿cómo crees que la saqué? 

— ¿Metiste a Greg en esto? 

— Voy a solucionarlo, John. 

— Bien, no tengo otra opción, ¿o sí?— John suspiró derrotado. 

— Lo siento, John.— Dijiste entristecida.

—No te culpo, Alison. Es solo que a Sherlock nunca le importa darme detalles de las misiones en las que me mete con él, o ni siquiera consultarme. 

— ¡Porque no ibas a acceder!— Sherlock reclamó desde su computadora, estaba tecleando con velocidad y luego se recargó en el respaldo de su asiento y puso su puño bajo la barbilla.

— Lo habría hecho si tan solo me explicaras todo el plan. — John se acercó a él.— Esperar aquí hasta que la policía atrape a esos criminales no me parece para nada malo, pero de haberlo sabido, no sé, hubiera traído víveres para los días que estaremos encerrados, ocultándonos de todos.

Sherlock sonrió, John supo que sonreía a causa las palabras que pronunciaba.

— ¿Por qué la sonrisa?

— Tus teorías me dan risa, es todo. Son tiernas.

— De acuerdo, ese no es el plan, no tienes que comportarte como un imbécil arrogante todo el tiempo, Sherlock. ¿Cuál es el maldito plan?

Sherlock quitó la sonrisita burlona de su rostro y miró a John con inocencia fingida.

— Debes saber que va a funcionar.

—Sherlock...— John al fin se abalanzó sobre el monitor de la laptop que estaba abierta ante él. En la pantalla podía verse el muro de mensajes del detective en su blog. La última entrada era de hacía apenas dos minutos. Era una cita en su departamento para alguna clase de homicidas. — ¿Estás demente? Vaya, pero ¿por qué lo pregunto si la respuesta es obvia? 

— Necesitas calmarte, John, son unos idiotas, nada que no podamos manejar.— Sherlock sacó de su bolsillo la pistola que había sido confiscada por John Watson, y que de alguna manera desconocida por el médico había recuperado y ahora estaba en sus manos.

— Esos idiotas como tú los llamas, casi te dejan sin brazo— John cruzó los suyos sobre su pecho.

— Estaba distraído, no va a volver a pasar.  Además, ya hemos lidiado con esta clase de cosas, y todo ha salido bien... — La puerta se abrió ante los tres, tú no hiciste más que dar unos pasos hacia atrás como por instinto, intentando mimetizarte con el librero, aunque esperando no convertirte en una de las tragedias de Shakespeare. 

— Dijo señor Holmes que nos daría una forma de llegar a un arreglo si nos presentábamos aquí.

— Y ustedes ya estaban viendo una forma de llegar a él incluso antes de que lo propusiera, ya que hace apenas tres minutos que hice el post en mi blog. 

El defecto de la razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora