Entrada Extra: 01.

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—¡Peste!

El día había estado tranquilo y desde la mañana no había parado de caer una llovizna ligera. Era uno de esos meses donde el doctor se encerraba en su laboratorio por horas e incluso días.
A Oliver no parecía molestarle, muy contrariamente, hasta parecía disfrutar de la "soledad" que eso le daba. "Todo mundo necesita un tiempo a solas" dijo en más de una ocasión. Tanto así que no lo molestaba hasta que el doctor decidiera tomarse un descanso. O si había alguna emergencia.

Por lo que, cuando escucho su nombre ser llamado con prisa, no pudo evitar preocuparse un poco. Afortunadamente no notó un tono alarmado, así que simplemente se estiro, lavo sus manos y salió, asegurándose de cerrar con llave la habitación helada, sabiendo que dejar aunque sea una ranura abierta podría acabar con un cuerpo podrido y apestoso. Nadie quería eso.

Camino por el pasillo de madera. Sin duda esa era de las casas que más le gustaban, en medio del bosque y con el pueblo más cercano a un día a pie. De todas formas era raro que necesitaran algo de ahí. Tenían suficiente comida considerando que él no lo necesitaba y Oliver sólo la requería en cantidades pequeñas y muy lejanas. El anillo era lo mejor que jamás pudo haber encontrado.
Además que, gracias a qué en el último pueblo habían tenido un montón de dinero, podía olvidarse de jugar a ser doctor del pueblo, al menos hasta que tuvieran que volver a migrar.

—¿Oliver? ¿Pasa algo?— preguntó asomándose a la sala, donde podría jurar haber escuchado que provenía la voz.

Y tenía razón. Ahí, en el suelo frente a la puerta abierta, estaba el joven, inclinado hacía enfrente.

—Si, pasa algo— murmuró, estaba ocupado con algo, algo que parecía estar secando con un trapo.

—Estas empapado— suspiró, dándose la vuelta—. Iré por una toalla.

—Bien, pero no tardes. Tienes que ver esto.

Y no lo hizo, regreso con una toalla grande, a punto de sugerirle al humano que debería tomar un ducha, cuando escuchó un fuerte y claro graznido.

—¿Es un...?

—¡Es un tú!

Quizá se hubiera ofendido si no fuera por la forma en que brillaban sus ojos.

Se inclino sobre la creatura, que ahora estaba un poco más seca. No parecía ser joven, pero tampoco muy viejo, la verdad era que tampoco era un experto en aves, pero podía apostar que estaba en plena flor de la vida.

—Tiene un ala rota— murmuró Oliver, señalando la izquierda—. Lo saque del arbusto con espinas que hay cerca.

Frunció el ceño cuando notó que efectivamente las manos más pequeñas estaban cubiertas de arañazos. Aunque no eran profundos, no pudo evitar molestarse por la imprudencia.

—¿Por qué no me hablaste para sacarlo?— lo riñó, tomando una entre las suyas. Efectivamente no parecía que pudiera infectarse.

—Estabas ocupado. No importa, tampoco me duele— considerando el poco aguante que tenía ante dolores de ese estilo, sabía que estaba mintiendo y que en su momento si había sido una molestia—. Ahora mismo la prioridad es el chiquillo.

Suspiró. No le podía importar menos el animal, pero si hacía feliz al menor iba a hacer lo posible por darle aunque fuera unos miseros años más de vida.

—¡Hey! ¡No zombies!— le advirtió agarrando al ave y alejándola cuando el doctor le mostró las manos para que se la diera.

—Sería más fácil si...

—Peste, por favor.

Volvió a suspirar.

—Bien. Entonces vas a tener que traerla tú.

Nuevo sujeto de investigación: Emociones humanas. (Peste x Oliver)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora