Capítulo 2: No era que no me gustase el sexo

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Matt

Cada vez me costaba más fingir.

Me di cuenta de ello al traspasar las verjas de la mansión de mis padres.

Antes, cuando todavía vivía con ellos, solía empezar a agobiarme cuando estaba dentro de casa, pero que el agobio empezase tan pronto, era nuevo.

Lo había sentido en el mismo momento en el que me había sentado en el coche.

¡Qué narices! ¿A quién quería engañar? Llevaba días agobiado por tener que ir a cenar con ellos. Exactamente, desde el momento en el que mi padre me había llamado y me había pedido, por decirlo de alguna manera, porque había sido una orden, que fuese a cenar a casa ese viernes.

Aparqué el coche y me apoyé sobre el volante, mirando a través del cristal hacia la casa, mientras trataba de encontrar la fuerza suficiente como para poder pasar por aquella visita.

Después de dos minutos, comprendí que no iba a encontrarla nunca.

Solo me quedaba la opción de enfrentarme a ello.

Así que, salí del coche y subí la muy ostentosa escalinata de piedra que llevaba hasta la puerta de entrada.

La casa en la que me había criado, que había pertenecido a nuestra familia durante generaciones, siempre se había parecido más a un museo que a un verdadero hogar, y parecía que era al único que le molestaba.

Aunque tenía llaves, llamé a la puerta por educación, ya que para mi suerte ya no vivía allí. Ni siquiera sabía muy bien cómo había convencido a mi padre de ello.

—Buenas noches, Daira —dije al ama de llaves cuando abrió la puerta.

—Matty —me saludó con una enorme sonrisa y se abalanzó sobre mí para darme un beso en la mejilla con apretón incluido.

—Daira... —me quejé. Odiaba que me llamasen Matty, pero le devolví el abrazo.

—Alguna ventaja debería tener haberte visto crecer. No me quites el placer de llamarte como me gusta.

—Tienes toda la razón. No lo haré.

Le lancé una mirada cargada de cariño. Me gustaba mucho ver a Daira. No todas las personas que vivían en esa casa eran frías, y debía recordármelo.

—Entra, anda —me ordenó apartándose de la puerta para que pasara.

—¿Sabes dónde está mi padre? —le pregunté al pasar por su lado.

—Está en su despacho.

—Gracias, Daira —le dije dándole un suave beso en la mejilla antes de encaminarme hacia allí.

El despacho de mi padre estaba en la planta baja de la casa, al fondo del ala derecha.

Cuando llegué frente a su puerta de madera no me permití ni un segundo de duda y llamé.

Sabía que si me paraba a pensarlo, no lo haría. No me apetecía hablar con él. Toda nuestra relación no era más que una actuación. No había nada de real en ella. Al menos, por mi parte.

—Adelante —me dio paso, desde dentro, a los pocos segundos de llamar.

Bajé el pomo de la puerta y entré.

La oficina estaba construida en su mayoría por rica madera. Era un lugar impresionante. Lleno de esculturas, cuadros en las paredes y un montón de adornos innecesarios. Era tan impresionante que bien podría haber estado en cualquier universidad, despacho de abogados, o en la gerencia de una gran empresa.

Juntos somos magia (¡YA EN LIBRERÍAS!) *primeros capítulos*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora