Sarah
La mente es caprichosa.
Los sentimientos son caprichosos.
La prueba de ello era cómo me sentía ese día.
Me había levantado triste. Sin ganas de hacer nada. Con el único deseo de colocarme la almohada sobre la cabeza para que la luz que se empeñaba en señalar que había nacido un nuevo día se ocultase y pudiera seguir durmiendo hasta el día siguiente.
Me estaba costando adaptarme más de lo que había pensado.
No entendía cómo era posible que, estando en el lugar que había decidido que quería estar, aun así, fuera incapaz de sentirme feliz y plena.
Supuse que se me había juntado todo.
Traté con todas mis fuerzas de no pensar en la fecha que era.
No debería de importar.
La pérdida de mi madre dolía cada día. Incluso tenía miedo de que un día dejase de doler. Me daba miedo que eso significase que la había olvidado y ella no se merecía eso.
Había sido lo mejor de mi vida. La amaba. Casi me gustaba sentir ese dolor sordo en el centro de mi pecho que me recordaba que ella había sido real, que había vivido conmigo, que había existido.
Ese era uno de esos días en los que necesitaba mantenerme ocupada. Necesitaba empujarme a mí misma para seguir adelante. Obligarme a hacer cosas, incluso cuando no me apetecía.
Me levanté de la cama. Me enfundé unos pantalones cortos, una camiseta de tirantes y las deportivas. Cogí las llaves de mi bolso y salí a correr.
Si algo podía conseguir animarme ese día, sería una buena dosis de endorfinas.
Cuando regresé a casa, después de correr seis millas, me sentía mucho mejor. Mucho más enérgica y animada.
Charlé un rato con Ellen que acababa de despertarse.
Me gustaba su manera pausada y suave de ser.
No pudimos hablar durante mucho tiempo porque yo tenía una necesidad real de pasar por la ducha.
Fui hasta mi armario, cogí el neceser que contenía todo lo que me hacía falta para darme una buena ducha relajante, y me encerré en el baño.
Ese día necesitaba consentirme para mejorar mi estado de ánimo.
Al principio, todo lo que hice funcionó.
La primera parte del día la pasé bastante bien. Tuve la cabeza ocupada y el cuerpo lo suficiente cansados como para que no me diese guerra, pero, a medida que el día avanzaba, la tristeza comenzó a colarse de nuevo en mi interior.
Cuando, a eso de la seis de la tarde, comprendí que igual lo que tenía que hacer era sentir mi tristeza para poder superarla, supe cuál era el mejor lugar del mundo para hacerlo: la pista de hielo.
Cogí mis patines, me puse ropa de abrigo y caminé hasta allí.
Una de las primeras cosas que había mirado antes de mudarme, era dónde estaba la pista de hielo de la ciudad. Estaba un poco lejos de donde vivíamos, pero el paseo me vino bien.
Pagué la entrada y me puse los patines sentada en un banco.
Cuando puse el primer pie en la pista, cuando el sonido de la cuchilla sobre el hielo llegó hasta mis oídos, cuando sentí el suave deslizar de mi cuerpo libre como si no pesase nada, y el viento a mi alrededor, mi mente se vació.
Me quedé sola en mi mundo sintiéndolo todo.
Matt
Había tenido un día de mierda.
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Juntos somos magia (¡YA EN LIBRERÍAS!) *primeros capítulos*
Teen Fiction*PRIMEROS CAPÍTULOS* Un libro de Arianne Martín. Cuando Sarah recorrió medio país para asistir a la universidad de Yale, alejándose de la desaprobación de su padre, no esperaba conocer a Matt Ashford. Él no entraba en sus planes. Ni tampoco que se e...