mi madre me enseña a torear

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-escuchen -dijo mi madre-, cuando los vea embestirá. Esperen hasta el último segundo y se apartan de su camino saltando a un lado. No cambia muy bien de dirección una vez se lanza en embestida. ¿Entiendes?
-¿Cómo sabes todo eso?
-Llevo mucho tiempo temiendo este ataque. Debería haber tomado las medidas oportunas. Fui una egoísta al mantenerlos a mi lado.
-¿Al mantenernos a tu lado? Pero qué...
Mierda.
A mi lado Percy acababa de desmayarse.
Grite, tire a Grover, quien solto un quejido y me arrodille junto a mi hermano.
Otro aullido de furia y el hombre toro empezó a subir la colina con grandes pisotones.
Nos había olido.
El solitario pino estaba sólo a unos metros, pero la colina era cada vez más empinada y resbaladiza, y solas mamá y yo no podríamos con Grover y Percy .
El monstruo se nos echaba encima. Unos segundos más y lo tendríamos allí.
Mi madre debía de estar exhausta, pero sostenía a Grover con el hombro.
-¡Márchate, Maggie! ¡Aléjate de nosotros! Recuerda lo que te he dicho.
No quería hacerlo, pero ella estaba en lo cierto: era nuestra única oportunidad. Eché a correr hacia la izquierda, me volví y vi a la criatura abalanzarse sobre mí. Los oscuros ojos le brillaban de odio. Apestaba como carne podrida. Agachó la cabeza y embistió, apuntando los cuernos afilados como navajas directamente a mi pecho.
El miedo me urgía a salir pitando, pero eso no funcionaría. Jamás lograría huir corriendo de aquella cosa. Así que me mantuve en el sitio y, en el último momento, salté a un lado.
El hombre toro pasó como un huracán, como un tren de mercancías. Soltó un aullido de frustración y se dio la vuelta, pero esta vez no hacia mí, sino hacia mi madre, que estaba dejando a Grover sobre la hierba junto a Percy.
Habíamos alcanzado la cresta de la colina. Al otro lado veía un valle, justo como había dicho mi madre, y las luces de una granja azotada por la lluvia. Pero estaba a unos trescientos metros.
Jamás lo conseguiríamos. El monstruo gruñó, piafando. Siguió mirando a mi madre, que empezaba a retirarse colina abajo, hacia la carretera, tratando de alejarlo de Grover y Percy.
-¡Corre, Maggy! -gritó-. ¡Yo no puedo acompañarte! ¡Corre!
Pero me quedé allí, paralizada por el miedo, mientras la bestia embestía contra ella.
Mi madre intentó apartarse, como me había dicho que hiciera, pero esta vez la criatura fue más lista: adelantó una horripilante mano y la agarró por el cuello antes de que pudiese huir. Aunque ella se resistió, pataleando y lanzando puñetazos al aire, la levantó del suelo.
-¡Mamá! ¡Aguanta que voy! Ella me miró a los ojos y consiguió emitir una última palabra:
-¡Huye!
Entonces, con un rugido airado, el monstruo apretó las manos alrededor del cuello de mi madre y ella se disolvió ante mis ojos, convirtiéndose en luz, una forma resplandeciente y dorada, como una proyección holográfica. Un resplandor cegador, y de repente... había desaparecido. -¡¡Nooooooo!!
La ira sustituyó al miedo.
Sentí una fuerza abrasadora que me subía por las extremidades, nunca había sentido nada parecido.
El hombre toro se volvió hacia Percy y Grover, que yacían indefensos en la hierba. Se le aproximó, olisqueando a mi mejor amigo como dispuesto a levantarlo y disolverlo también.
Se acercó a mi hermano.
No iba a permitirlo.
Me quité el impermeable rojo.
-¡Eh, tú! ¡¡Eh!! -grité, mientras sacudía el impermeable, corriendo hacia el monstruo-. ¡Eh, imbécil! ¡Mostrenco! -¡Brrrrr! -Se volvió hacia mí sacudiendo los puños carnosos. Tenía una idea; una idea estúpida, pero fue la única que se me ocurrió.
Me puse delante del grueso pino y sacudí el impermeable rojo ante el hombre toro, listo para saltar a un lado en el último momento. Pero no sucedió así. El monstruo embistió demasiado rápido, con los brazos extendidos para cortar mis vías de escape. El tiempo se ralentizó.
Mis piernas se tensaron.
Como no podía saltar a un lado, salté hacia arriba y, brincando en la cabeza de la criatura como si fuera un trampolín, giré en el aire y aterricé sobre su cuello. ¿Cómo lo hice? No tuve tiempo de analizarlo.
Un micro-segundo más tarde, la cabeza del monstruo se estampó contra el árbol y el impacto casi me arranca los dientes.
El hombre toro se sacudió, intentando derribarme. Yo me aferré a sus cuernos para no acabar en tierra.
Los rayos y truenos aún eran abundantes. La lluvia me nublaba la vista y el olor a carne podrida me quemaba la nariz. El monstruo se revolvía girando como un toro de rodeo. Tendría que haber reculado hacia el árbol y aplastarme contra el tronco, pero al parecer aquella cosa sólo tenía una marcha: hacia delante. Grover seguía gimiendo en el suelo, mi hermano inconveniente a su lado.
Quise gritarle que se callara, pero de la manera en que me estaban zarandeando de un lado a otro, si hubiese abierto la boca me habría mordido la lengua.
-¡Comida! -insistía Grover.
El hombre toro se encaró hacia él, piafó de nuevo y se preparó para embestir. Pensé en cómo había estrangulado a mi madre, cómo la había hecho desaparecer en un destello de luz, y la rabia me llenó como gasolina de alto octanaje. Le agarré un cuerno e intenté arrancárselo con todas mis fuerzas. El monstruo se tensó, soltó un gruñido de sorpresa y entonces... ¡crack!
Aulló y me lanzó por los aires. Aterricé de bruces en la hierba, golpeándome la cabeza contra una piedra. Me incorporé aturdida y con la visión borrosa, pero tenía un trozo de cuerno astillado en la mano, un arma del tamaño de un cuchillo. El monstruo embistió una vez más. Sin pensarlo, me hice a un lado, me puse de rodillas y, cuando pasó junto a mí como una exhalación, le clavé el asta partida en un costado, hacia arriba, justo en la peluda caja torácica.El hombre toro rugió de agonía. Se sacudió, se agarró el pecho y por fin empezó a desintegrarse; no como mi madre, en un destello de luz dorada, sino como arena que se desmorona. El viento se lo llevó a puñados, del mismo modo que a la señora Dodds. La criatura había desaparecido.
La lluvia cesó.
La tormenta aún tronaba, pero ya a lo lejos. Apestaba a ganado y me temblaban las rodillas. Sentía la cabeza como si me la hubieran partido en dos. Estaba débil, asustada y temblaba de pena.
Acababa de ver a mi madre desvanecerse. Quería tumbarme en el suelo y llorar, pero Grover y Percy necesitaban ayuda, así que me las apañé para tirar de él y adentrarme a trompicones en el valle, hacia las luces de la granja.
Lloraba, llamaba a mi madre, pero seguí arrastrandolos: no pensaba dejarlos en la estacada. Lo último que recuerdo es que me derrumbé en un porche de madera, mirando un ventilador de techo que giraba sobre mi cabeza, polillas revoloteando alrededor de una luz amarilla, y los rostros severos de un hombre barbudo de expresión familiar y una chica guapa con una melena rubia ondulada de princesa.
Ambos me miraban, y la chica dijo:
-Son ellos. Tienen que serlo.
-Silencio, Annabeth -repuso el hombre
-. Los chicos están conscientes. Llévalos dentro.

Los Jackson y el ladron del rayo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora