Capítulo 4

515 47 0
                                    

MIENTRAS miraba fijamente a aquel hombre al que había prometido amar, honrar y obedecer durante el resto de su vida, Anahí fue consciente de que había algo terriblemente amenazador en el abismo negro como el azabache de sus ojos.

-¿Cuánto tiempo habías creído que tardaría en encontrarte? -preguntó Alfonso suavemente cuando había pasado todo un minuto-. Esperarías que lo intentase, evidentemente...

-En realidad, no- respondió mirándolo cautelosamente-. No sabía qué ibas a hacer.

-He comprobado la validez de la lesión de John -prosiguió con aquella voz suave que era infinitamente perturbadora-. Y parece que es auténtica.

-¿Que has hecho qué? -inquirió olvidándose de ser prudente. La estridencia de su voz hizo que los ojos negros se entornaran como rendijas-. ¿Cómo has podido?

¡Como si cualquiera pudiera inventarse una historia como ésa!

-Pero es increíble lo que la gente llega a hacer, cariño -replicó mirándola fríamente-. Tú más que nadie debes saberlo -añadió dándose la vuelta y mostrando el perfil de sus duros rasgos mientras contemplaba los prados-. Esperaba que fuese una mentira, pero es evidente que se me niega la satisfacción de darle una paliza. Tendré que satisfacerme de otra manera, ¿no crees?

No la miró mientras hablaba, y a pesar del cálido sol, Anahí se estremeció irremediablemente.

-Alfonso, por favor, no seas así...

La interrumpió echándose a andar con la espalda recta y rígida y el cuerpo tenso.

-Vamos, sigue andando. Así es menos probable que haga algo que pueda lamentar.

-Alfonso, espera, por favor -le suplicó. No podía soportar aquella frialdad, las amenazas veladas. Aquél no era el Alfonso que conocía. De alguna forma, tenía que decir aleo, que calmar su rabia-. Lo siento...

Al llegar junto a él su voz se extinguió viendo lo sombrío de su perfil.

-¿Sabes lo mal que lo he pasado imaginándote con él, Anahí? ¿Lo sabes?- inquirió girándose durante una fracción de segundo. La ferocidad de su semblante le puso el corazón en la garganta-. He estado en el infierno cien veces al día, día sí, día no, y todo lo que puedes decir es que lo sientes. Pero aquellas imágenes redujeron a cenizas todo lo que sentía por ti.

Rió con aspereza y Anahí tendió involuntariamente la mano hacia él, pero ya se había vuelto a girar y su robusto cuerpo estaba rígido.

-Pasado el tiempo he comprendido que no te conozco, Anahí. Nunca te conocí -dijo fríamente. Ella se sintió incapaz de hablar. ¿Qué podía decir? Tenía derecho a odiarla, después de todo, y no era culpa suya, no, no lo era.

Estaban siguiendo un sendero junto a un riachuelo con pequeños pozos y cascadas por los que el agua borboteaba ávidamente, y Anahí dio un ligero traspiés al tropezar con una gran mata de hiedra dura. Alfonso tendió la mano para sujetarla, pero se detuvo a medio camino como si tuviese la lepra.

AmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora