Capítulo 5

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PARA gran sorpresa de Anahí, a la mañana siguiente se dio cuenta de que se había quedado dormida nada más meterse en la cama. Había esperado permanecer despierta durante horas, pero por puro agotamiento mental había entrado en el fugaz mundo de los sueños y las sombras, del que se despertó sintiéndose mucho mejor. Seguramente, el alma humana sólo podía tomar el dolor en pequeñas dosis. Pero aquel día tenía una sensación de paz y convicción sobre sus acciones, y fue como un bálsamo para su maltrecho corazón. Debía ser positiva, dejar atrás el pasado, olvidar el futuro y vivir sólo el presente. Podría hacerlo y lo haría.

Aquella reconfortante seguridad duró exactamente cinco minutos, el tiempo que le llevó levantarse, alisar la masa de ondas doradas y ponerse su fina bata de seda para bajar a la minúscula cocina y prepararse el té y las tostadas.

-Buenos días Anahí.

No fue tanto la voz grave y sonora con acento norteamericano lo que hizo que se le desbocase el corazón, como ver a Alfonso desnudo hasta la cintura y vestido con unos vaqueros manchados de hierba y unas zapatillas de deporte, bebiendo un café con la señora Cox mientras la observaba de pie, en la entrada de atrás, con ojos entornados.

-¿Has dormido bien? -preguntó con voz aterciopelada.

-¿Qué...?- empezó a decir, pero se interrumpió bruscamente-. Quiero decir...

-Iré a colgar la ropa -dijo la señora Cox apresuradamente-. Ya has cortado todo el césped y quitado todo el musgo del camino. Será una auténtica delicia.

Se escabulló por la puerta de atrás antes de que Anahí pudiera detenerla y Alfonso la cerró cuidadosamente, apartándose de la pared del fondo en la que había estado apoyado conversando con la pequeña mujer y acercándose a Anahí con elegancia animal.

Anahí trató con todas sus fuerzas de apartar la vista de aquel magnífico cuerpo, pero no pudo. Los hombros fuertes y masculinos, el tórax ancho y velludo y los brazos musculosos eran como los recordaba, o mejores. Un ardor desgarrador se extendió como reguero de pólvora por venas y músculos, y pudo sentir su calor reflejado en la cara y peor, en el cuerpo. La seda delgada del camisón y de la bata no servía para ocultar sus rígidos pezones, que respondían a la antigua llamada de su masculinidad, y supo que estaba disfrutando plenamente de su apuro.

-Te he preguntado si has dormido bien -dijo lentamente en tono de burla-, en tu cama casta y pequeña.

-Bien, gracias,

Lo esquivó hábilmente y encendió la tetera eléctrica con manos temblorosas.

-Eso está bien.

Se había colocado detrás de ella, con el cuerpo ceñido al suyo como una segunda piel en su espalda, y cuando sus manos le rodearon la cintura y arrimó la barbilla a la fragante seda de su cabello, se quedó helada sin remedio. Le hizo sentirse tan bien...

-Tienes tu olor de mañana -dijo Alfonso, inspirando junto a su cuello con apreciación, y una oleada de deseo le recorrió la espalda con tanta pasión que estuvo a punto de desvanecerse-. Una mezcla de jabón aromático, champú y algo más que es tuyo. Muy apetitoso.

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