Capítulo 14: Queremos ser normales

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Rebeca

¿Cuándo vuelven? Entiendo que no hayan querido venir los fines de semana como se supone que habíamos quedado, pero ya comenzaron tus vacaciones y no hay pretextos para que sigan ahí.

No tengo idea de qué responderle a mamá. Ha pasado tanto tiempo que me había olvidado de que no pertenezco aquí, que soy un foráneo que habita distintas casas dependiendo el momento del ciclo escolar.

El grito eufórico de la multitud de las gradas me hace dar un respingo. Sé que fue un triunfo del equipo de Fede, por lo que le respondo a mamá con un insulso «pronto» y enfoco la atención en la cancha.

Mis conocimientos acerca de fútbol americano son nulos, pero mis ojos siguen con una ferviente expectación al capitán. Disocio lo relacionado con los puntos, estrategias y posiciones, y me limito a admirar la atlética silueta de Fede que está moviéndose por una cancha cubierta por el manto nocturno.

Un aficionado lanza su bote de palomitas y algunas de estas se me pegan en el cabello. Esto no me inmuta, ya que contemplo con emoción cómo Fede se quita el casco, lo azota contra el suelo y sus compañeros se arremolinan cerca de él a celebrar el primer triunfo de la temporada.

Alzo la mano y pego un brinco, consiguiendo que me vea. Él apunta a la salida de la izquierda, quiere que nos reunamos ahí. Logro colarme entre los aficionados y bajo las escaleras de La congeladora, que se encuentran iluminadas por unos focos naranjas a los lados.

Cuando estoy por llegar a donde me indicó, veo a los lobos correr frente a mí. Parecen una estampida movida por la pura emoción. Me protejo cerca de un barandal y tomo una bocanada de aire.

Es irónico que por años me haya dedicado a alejarme de ellos y ahora esté saliendo con uno.

Una mano grande se posa en mi hombro. Volteo con rapidez y encuentro a Fede. Su rostro se halla bañado en sudor, la tierra le mancha el uniforme y tiene pasto en todos lados. Veo la emoción en sus ojos y también en sus manos, que, con premura, se acomodan detrás de mi nuca. Confío en que es de noche y nadie podrá vernos; pero él, tal vez movido por la euforia, baja su rostro a mi altura y me empuja para que nuestros labios se unan en un beso.

Seb y Dann | ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora