uno

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Buenos Aires.

Las calles de Parlermo por las noches cambiaban, principalmente cuando el aura de misticismo y hasta algo de sensualidad las pintaba. El tango sonaba, el humo de los cigarrillos parecían entrar por mi fosas nasales, dejándome atónita. Este se condensaba en el bar en donde trabajo hace apenas dos semana y hasta el día de hoy, me sigue pareciendo desagradable, asqueroso.

—Cantanos algo, morocha —me gritaron por atrás.

—Otro día —respondí riendo.

Zeke era un habitual tomador, aún así, jamás se pasó de la línea.

Las personas hablaban sin más, que si la plata alcanzaba o que si su mujer era lo suficientemente sumisa como para satisfacer sus deseos machistas. Que si Tito, Pedro, Juan o quien carajo sea lograba llenar el vacío que su difunto esposo dejó.

Suspiré.

Supongo que ser mujer y, posiblemente alguien atractiva para los ojos caídos y arrugados del sexo masculino, era algo complicado. No me refiero a muy complicado, solo... complicado. Los hombres, se creen que por una mínimo piropo o mirada, vas a caer a sus pies, lamiendo sus suelas o haciéndole un café con leche la mañana siguiente de tener una pésima cogida. Teniendo en el pelo ese olor a cigarrillo barato, amargo, horrible.

Volví a suspirar.

El bar no se llenaba más, casi vacío, con los mismos hombres, los mismos ojos. 《Mierda》

—¡Vení flaca! —me llamaron desde el otro lado, levantando tu manito como si fuera una sirvienta.

Rodé de mis ojos y salí fuera de la barra, caminaba tranquila, lo hacía apropósito. Quería ver cuanta paciencia manejaba ese enano de mal carácter que me llamó despectivamente.

—¿Si? —pregunté, tranquila e irónica, gozadora.

Él rodó los ojos ante la actitud. Tenía un traje caro y negro, junto a ese estaba otro rubio, tan desabrido y perfecto que hacía recorrer en mi un sentimiento de inferioridad. Fumaban, uno, dos, tal vez hasta el tercer cigarrillo de la noche. El cenicero estaba lleno, las colillas desbordaban, no entendía si eran de ellos o de otros que estuvieron en su mismo lugar hace unos minutos.

—Quiero un whisky —dijo sin más —sin hielo —aclaró.

—Perfecto, ¿Y usted? —volví a preguntar mostrando una sonrisita su costado, dejando ver lo que, por deconocidas razones, me dijeron que era mi arma de doble filo.

—Lo mismo —aclaró y formó un corto silencio —¿Y Hange?

—Tch, no tengo ni la más pálida idea... seguro se quedó con Moblit, haciendo quien sabe que.

Caminaba lento, esa conversación parecía extrañamente interesante.

—¿Ellos están saliendo?

—¿Hange y ese pan triste? ¡Pero por favor! —exclamó, giré mi rostro y ví el como levantaba sus brazos con exageración, como si les estuviesen diciendo que Argentina perdió el mundial —si mi querida amiga saldría con ese, yo mismo les diría que deje de romperle las pelotas—alzó su dedo indicé al techo mientras hablaba, cada vez más alto  —. Además, Hange es...demasiado, quizás muy, actualizada como para salir con Moblit. Él parece su subordinado.

Su compañero negó con su cabeza mientras reía.

El barman, tomó la orden que le dí y al instante comenzó a prepararlo.

—¿Cansada? —Pieck puso su manita sobre mi hombro, dándome calor.

Mis hombros se encojieron con nervios, a veces Pieck, lograba ser un tanto imprudente y aún con su baja estatura, nunca falló en hacerme sentir un tanto extraña. Como si tuviera algo en mi interior que poco a poco estuviera saliendo. Creciendo.

Tuya | hange zoëDonde viven las historias. Descúbrelo ahora